Estamos a fin de año, las reinas han llorado este año sin ningún tipo de consuelo, se inundaron las calles, se enfangó el mundo. El universo entero se apagó y todo amaneció deslucido, y sin sol. No hay llave mágica que arregle esto para dentro de veinticuatro horas. Los Reyes Magos manifestándose en la Puerta del Sol, el ángel anunciador en huelga de hambre y los pastorcillos se niegan a hacer ofrendas en el Portal. La estrella de Belén se ha opuesto de manera frontal a pasar por la tierra y ha preferido dar una vuelta alrededor de Saturno. El rio de plata sólo sirve para envolver chirimoyas, y los patos, y los cerditos están atrincherados tras una verja de espinos para que nadie los use de cena. Las ovejas balan demasiado alto, y tienen una montada que nunca dejan que haya paz en esta casa, balan porque no quieren ir todas vestidas iguales ¡qué cosas!, prefieren un look informal y nada de tacones. Al castillo después de los últimos acontecimientos estoy planteándome muy seriamente ponerle foso y rejas, y tomar prestados dos cocodrilos del vecino para que hagan de fieles guardianes de mi puerta, esa que ya nunca dejo abierta. Estamos a fin de año, el caos reina en el inframundo. He visto a la cotilla de Pandora asomarse de nuevo a la caja de los desastres del mundo, y la ha liado de nuevo, con el trabajito que nos costó guardarlo todo la última vez. A estas horas no hay nada solucionado. Hemos pedido socorro al cielo, y hemos invocado al Satán de los infiernos, por si hace algún trabajillo sucio que bajo cuerda arregle esto. Han desahuciado a Herodes, él que pensaba que era intocable y además su mujer, aquella tal Salomé, se ha ido de parranda con Juan el Bautista, del cual le vuelve loca la melena y la barba, él dijo de cortársela, ella que ni pensarlo y así andan los dos en su disputa pasional, un rato un beso y otro una mala cara; ella no para de decirle que si lo hace le cortará la cabeza. Que se acabe este año ya, que se vaya el trece a hacer parranda, que nos deje tranquilos, que vuelva, por lo que dios mas quiera, todo a su sitio. Que se vayan Montoro, Cospedal y Wert. Que se vayan urgentemente la crisis y el Pp. Guarda el Belén de una vez en la caja, que María se haga cargo de los camellos de los reyes y San José termine tomándose unos chupitos al ladito de el caganet. ¡Guarda 2013 por lo que más quieras!, ¡ya mismo!, el Belén. Agotaita me tenéis.
La lista de mis libros leídos me hace recordar, que la cultura y el manejo de la palabra solo se ven si escribes. Durante un largo periodo de mi vida, mientras mis amigas compraban chucherías, fruslerías y plata y oro, yo compraba libros que leía mendigándole horas al día y a la noche. Ahora se para qué serviría en un futuro el tesoro que yo guardaba tan celosamente. Mis libros,mis letras, mi tesoro.
lunes, 30 de diciembre de 2013
viernes, 27 de diciembre de 2013
A un amigo "Encaramado"
Te he visto algo "encaramado" a tus sueños
que no subido, que no aupado.
Me traes recuerdos de Talita suspendida en el aire ,
sobre la nada imposible,
hacías equilibrios extraños con los pies
en una postura anudada a lo Cortazar
Te mantienes como haciendo surf
sobre una tabla impetuosa en el agua fría,
demuestras tu maestría.
La palabra ágil, la letra íntima
Me empeño en reconocer al niño, al joven
Aquel que desaparecía tras la puerta
aquel que pasaba despistado hacía la cocina...
apenas saludaba.
Me dices que estás "encaramado" en tus sueños
que no subido, que no engreído.
Contemplo otra vez a Talita sobre los tablones
en la ventana
las piernas abiertas a horcajadas,
me sonrió.
Te presentas y hablas,
hablas.
No estás "encaramado"
estás dónde mereces.
Aunque sea haciendo equilibrios extraños a lo Cortazar
jueves, 26 de diciembre de 2013
Un cuento de Navidad (para adultos a los que les gusta ser niños, para niños que piensan y llegarán a ser niños-adultos)
Había una vez una reina
que vivía en un castillo, no era una castillo cualquiera, no, era un
semicastillo adosado de tres alturas la mar de mono. Por lo demás era un
castillo muy típico con almenas, torreones, arcos, balcones, ventanas,
ventanucos y puertas. Eso sí, con un defectillo, todas las puertas ¡estaban
siempre abiertas! Por lo demás era un castillo en toda regla, cumplía todos los
parámetros indispensables para ser un castillo habitable y confortable, sólo
que a ratos hacía un poco de corriente.
Eso sí, era un castillo postmoderno, por lo que su arquitectura prescindía
de cosas elementales como un foso pestilente, un par de cocodrilos glotones y
tampoco tenía rejas, que ya no estaban de moda.
En el bonito palacio,
vivía una reina muy hacendosa, el rey, sus dos hijos y un perro de aguas. El
rey que era un rey muy preocupado por su reino iba a trabajar todos los días de
ocho de la mañana a ocho de la tarde, como podeis observar era un rey
superocupado, ¡ni qué contaros! Los niños iban al colegio porque tenía que
aprender miles de cosas nuevas, además hacer amiguitos y cómo no, tenía que
aprovechar el comedor y las actividades gratuitas, porque a pesar de que el rey
trabajaba mucho, el sueldo era muy chico y no le llegaba para nada, así que por
lo menos tenían beca de comedor y actividades.
Cuando todos se iban,
la reina se quedaba cuidando a un níspero, una dama de noche alérgica y un
naranjo algo alternativo al que le gustaba que le llamaran “cítrico” porque era
más general el término. También la acompañaban dos rosales que discutían todo
el día con dos geranios, una yerba-buena y un par de aloes llenos de pinchos.
Como podéis ver la
reina nunca estaba sola. Ella tenía su vida. Limpiaba, salía, leía. Hacía
muchas cosas, unas fuera y otras dentro del castillo. En esa casa todos eran
muy independientes, cosa que traía muy distraídos a los vecinos, el que en una
casa unos salgan y otros entren, salgan otra vez pero separados y luego juntos,
y luego uno sí y otro no, eso siempre distrae mucho a los vecinos.
El caso es que la reina
era una mujer moderna multidisciplinar, vamos que hacía mil y una cosas, todas
de una en una, porque alguna vez que había intentado hacer varias a la vez se
le habían hecho un lio y había terminado llorando por las esquinas, y cuando
una reina llora eso es terrible, se inunda toda, toda la ciudad entera, y todo
el mundo parece que tiene un nosequé que nada más que tiene ganas de llorar de
pena. Así que la reina ya había aprendido a hacer las cosas una de cada vez
como todo el mundo normal. Aunque de vez en cuando se le olvidaba e intentaba
hacer lo menos tres y volvía a llorar cuando se le liaban, pero eso cada vez le
pasaba menos porque después era una lata limpiar todo el fango de la ciudad.
El caso es que como
vivía en un castillo que tenía las puertas abiertas tenía un pequeño problema,
sólo podía salir cuando los demás estaban en casa, sino no podía salir. La
reina se desesperaba, porque consideraba que estar encerrada en el castillo
mientras los demás no estaban no era nada cómodo, además no podía hacer mil
cosas que le gustaban. Tenía que esperar y esperar, y esperar mucho, mucho…
A la reina la visitaban
de vez en cuando los reyes Magos y como era Navidad, pues decidieron ir a verla
los tres de un golpe y sin avisar como de costumbre, cosa que a la reina le
sentaba fatal porque estaba en chándal y no estaba ni peinada ni nada; pero
como ya los conocía, pues se enfadaba muy poquito y les daba mil besos y
abrazos, agradeciéndoles feliz porque hubiesen ido a verla como todos los años.
Esta vez los Reyes le
traían un regalo. Ella lo cogió con gran
ilusión y rompió el papel toda emocionada: ¿qué será? Era, era: ¡Una llave! La
miró, la remiró. Miró a los Reyes asombrada. Los Reyes la miraron a ella
asombrados y así con cara de embobados estuvieron por lo menos diez minutos.
Una vez, pasada la
sorpresa. Ella dijo: “¿Esto qué es?” Y ellos dijeron los tres al unísono: “¡una
llaveeeeeeeeeeee!” Ella dijo “y ¿para qué?” y contestaron los tres a la vez
“¡para abrir puertaaaas!”. Ella miró la puerta, miró la llave, miro la
cerradura y dijo: ¡jajá!, ¡no cabe!”. Los Reyes se miraron entre ellos riéndose
y diciendo: “¡qué torpe!”. La reina se la dio a Baltasar y le dijo: “¡anda, listo!,
¡ábrela tú!” Baltasar la cogió, la llave pesaba mucho y era tres veces más
grande que la cerradura, cualquier persona normal ni lo hubiese intentado, pero
él era un Rey Mago y los reyes magos no se dan por vencidos a la primera, así
que acercó la llave a la cerradura y ¡saz! ¡Entró! Y cerró la puerta y luego la
abrió. El Rey miró a la reina y dijo: ¡Ahí lo tienes reina mora! Y diciendo
esto, desaparecieron los tres tal y como habían llegado sin más.
La reina se quedó
refunfuñando un buen rato, hasta que se le ocurrió quitar la llave de la
cerradura, pero, pero… ¡NO podíaaaaaaaaaa! ¡Era imposible! Cuando una reina
quiere quitar una llave de una puerta y es imposible, y encima no puede salir y
tiene que hacer las cosas de una en una, y encima le vienen de visita tres Reyes
Magos, aunque le hagan un regalo mágico, y encima que ella no sepa usarlo, es
tan desesperante como que te regalen el Ferrari de Alonso y no sepas conducir.
La reina comenzó a llorar y no tubo consuelo hasta dos siglos después, menos
mal que las reinas tienen una habilidad increíble para parar el tiempo y que
nadie se dé cuenta. Eso sí en la ciudad estaba diluviando como cuando el
diluvio universal, cuando segundos antes hacía un sol precioso. Cuando dejó de
llorar y recobró la compostura, giró la llave y ¡saz! Abrió la puerta sin
dificultad ninguna, la giró otra vez y ¡saz! Se cerró. Y así anduvo jugando un
montón de rato, cierro, abro, abro, cierro. Y a partir de ahí la reina ya
siempre pudo salir del castillo aunque no hubiese nadie y fue muy feliz para
siempre, y para siempre es mucho tiempo porque ¡las reinas son eternas!
¿NO os lo creéis?
¿Verdad? Pues no fue tan fácil, no. La reina tuvo que llamar a una amiga bruja
que le enseñó a usar la llave, y ¿sabéis cómo lo hizo? Con un conjuro mágico, a ver si os lo
aprendéis, por su algún día los Reyes Magos os regalan una llave mágica sin
instrucciones:
“Sapo,
zapito, zapito, sapón.
Tengo
una llave que abre un cajón.
Que
abre una puerta, que abre un portón.
Si
lloras ya gira, si ríes, mejor.
Tengo
una llave que abre un cajón.
Que
abre una puerta, que abre un portón.
Si
sales afuera, ya se giró.
Si
entras adentro, ya se guardó.
Sapo,
zapito, zapito, sapón.
Tengo
una llave que abre, un corazón”
Mª
Yolanda García Ares
viernes, 20 de diciembre de 2013
Más mentiras
Mentiras, me rodean mentiras
Hay mentiras naciendo en las cloacas,
crecen como hierbas malas, y se enredan en mi libertad
Hay mentiras en el dorso de mi vida,
todas vienen del mismo lado.
Mentiras que suenan a medias verdades
hasta que horadan y revientan la realidad.
Se deslizan, se esconden a medias tras un arbusto o en sus adentros
se acumulan en un ramillete de cardos secos,
las sostienes, crees que son rosas, y te pinchan
Sangras, te escueces, te dueles.
Gritas, gritas, ¡gritas!
No te oye nadie, nadie te oye
Son mentiras, mentiras enredadas
No te dejan andar, no te dejan saltar
Son mentiras, no nos dejan andar
Son mentiras, no nos dejan avanzar
¡Suéltalas!, son mentiras, como cardos secos,
te pinchan, te rompen el alma
jueves, 12 de diciembre de 2013
La crisis y el precio de las chirimoyas (Historia recóndita de la atención al público en Cádiz)
Cádiz tiene tres avenidas con categoría de "avenidas" que marcan sus surcos en la parte moderna de la ciudad, yo las llamo cariñosamente con cierto sentido anticlerical que me caracteriza "el padre, el hijo y el espíritu santo". No hace falta explicar que el espíritu santo no es otra que la que se desliza paralela a la celestial Avenida de la Bahía. El padre es la avenida principal de Cádiz, la que desemboca en la santa madre de las Puertas de Tierra que guarda a la maravillosa y trimilenaria ciudad en sus entrañas. Al través de esta avenida se deslizan como en la mayoría de las ciudades de hoy en día un sinfín de sucursales bancarias, tiendas, hoteles, cafeterías, peluquerías, y todo tipo de servicios al consumidor que por ser esta ciudad a nivel económico de la categoría dos o tres, quizás rallando el cuatro, son asequibles a cualquier persona que quiera hacer uso de ellas.
Dicho esto paso a relatar lo que me aconteció no hace muchos días. Soy persona algo insegura y cuando hago uso de determinados servicios, me gusta ir siempre al mismo sitio, donde puedo abusar de la paciencia de la gente que allí trabaja con mis manías y exigencias tontas que no puedo disimular, tengo un sinfín de ellas. Procuro dirimir esas pequeñas exigencias con una paciencia infinita , una sonrisa en la cara y una amabilidad exagerada que heredé de mi padre. Me siento orgullosa de mi fidelidad que no de firmas sino de lugares, y me vanaglorio de que hasta el día de ayer en todos los sitios me suelen tratar muy bien, aunque bromeo constantemente con aquello de que me hagan descuento por ser "cliente fija", descuento que por otra parte sólo consigo en una papelería del centro, que me hace un diez por ciento.
Es cierto que de un tiempo a esta parte y siguiendo la costumbre cada día más extendida a nivel ciudadano, debido a los tiempos que corren, tacañeo un poco y eso me hace estar a la defensiva, porque el dinero no crece en el naranjo de la puerta de mi casa, que mas quisiera. El caso es que a lo largo de el padre, se vierte un sinfín de "X" sucursales de una franquicia muy conocida que disemina aquí y allá sus tiendecitas. Entro en ellas desde hace la friolera de hace más de veinte años, y aunque no soy de memorizar nombres, si lo soy de las caras y siempre procuro dar a cada uno lo que me da, hasta el día de ayer, amabilidad. En el día de ayer, no ayer mismo, sino un cercano ayer, me dio por ir a mi sucursal preferida de dicho franquiciado al que yo siempre he admirado por sus precios populares, su personal cualificado, y sobre todo porque la persona de éxito que lo lleva y todas las que allí trabajan son mujeres. Su éxito es como un poco el éxito de todas las gaditanas posibles empresarias del futuro que para cuando la gente en Cádiz tenga trabajo para gastar lo que gane y poder invertir en sus empresas femeninas, todas pongan en sus vidas el ejemplo de esta empresa o así pensaba yo hasta el día de ayer.
Vamos, no me alargo más, entré y pedí, por un poné para contar algo pero no todo, una chirimoya. La chica me miró obnubilada : ¿una chirimoya?, me miró a la cara y me intentó vender mejor una naranja navelina, que eran de temporada y de mejor calidad. Yo le insistí: no, no, quiero una chirimoya más o menos del estilo de lo de siempre que no tengo ni mucho tiempo, ni mucho dinero. La disciplinada dependienta cumplió su trabajo y mientras me la servia con excelsa amabilidad y paciencia llegó su jefa, la empresaria que conozco hace más de veinte años. Una vez me sirvió la chirimoya, está quedó preciosa. No sé cómo lo hacen, pero en el momento de salir de esos sitios una sale con una chirimoya, contenta y casi cambiada en todos los aspectos. Me acerqué a pagar a la inteligente empresaria y he ahí que me cobra más de lo que yo estoy acostumbrada por mi manjar, le pregunto y me dice que es lo de siempre, yo le digo que no me ha puesto nada más que una chirimoya, ni mandarina, ni plátanos ni nada, ella insiste en que eso es el precio y yo como buena pagadora, aunque tacañeando un poco, pues salgo de allí ya no tan contenta como otros días con mi fruto dando vueltas en la cabeza. ¿Por qué tan caro? Me voy paseando para olvidar mis penas a otra de mis tienditas favoritas donde me ensimismo y relajo oliendo a papeles nuevos y comprando algún que otro cuaderno. La dependienta me oye suspirar, me pregunta, le explico la historia, le enseño la chirimoya y me dice: "pues no es para tanto" y me sugiere entrar en otra de la sucursales de la famosa franquicia gaditana que está justo allí al lado y que pregunte como quién no quiere la cosa, que cuánto valdría comprarle una chirimoya, que quiero una para la semana que viene. En un principio me parece la idea digna de una novela negra de Agatha Christie pero pensando en que al fin y al cabo me han tomado por tonta accedo al juego y adivinen, la chirimoya en cuestión cuesta casi la mitad de lo que me han cobrado. Me indigno no porque esté de moda sino porque me siento engañada, humillada, traicionada. Pido con elegancia poner una hoja de reclamaciones, me dicen que allí no, que en la otra tienda; pregunto que si es una franquicia, me dicen que si, me dicen que llaman a la empresaria, la llaman, me la ponen al teléfono, le pido explicaciones, estoy enfadada, sigo indignada. Me dice que es lo que hay, que mi chirimoya es de lujo, que va en papel de plata, que con eso y una bizcocho hasta mañana a las ocho. Le digo que yo no le he pedido papel de plata, pero que me lo está cobrando a precio de oro, que yo sólo quería una chirimoya mona y apañada, nada del otro mundo y que no me dolería tanto el sablazo si no hubiese sido tan descarado, tan abusivo y tan, tan, tan... me dice que vaya allí a discutir con ella, le digo que tuhermanalamayor, me dice que no me va a dar el dinero cobrado de más e injustificado, me grita, se me pone tonta, le digo que se quede con el dinero, con las sonrisas que le he dado a lo largo de más de veinte años, y no le digo que se quede con la famosa chirimoya porque la tengo en lo alto de la cabeza, que no discuto más con ella y por supuesto que ha perdido a una cliente de toda la vida. Cuelgo cabreada. Salgo de allí dejando a las pobres chicas atónitas de desesperación, lo más doloroso, dándome todas la razón.
Me monto en el autobús, mientras éste recorre el padre hasta más allá de las Puertas de Tierra, voy pensando en qué ha pasado. Sólo tengo una explicación en mi cabeza, la franquicia ya no va tan bien como iba, en Cádiz la crisis está pegando bien fuerte y vender chirimoyas no es fácil, contra más naranjas navelinas, plátanos o piñas... Quiero pensar que necesita el dinero para remontar su empresa, quiero disculparla porque sé que no está fácil mantener una gran empresa hoy en día; pero si tuviese la oportunidad de darle un consejo a cualquiera que tenga una empresa de este tipo, le aconsejo que tome otro tipo de medidas de choque, que asfixiar y quedar mal con un cliente de toda la vida no le va a ayudar a remontar. Robar es robar sea de la forma que se haga y sea con la justificación que sea. Me da pena, no entraré más allí a disfrutar de mis chirimoyas, casi siempre tardías. No podré charlar de cosas acontecidas ayer y hoy con las niñas, ni saldré de allí orgullosa de mi chirimoya en la cabeza. Le deseo de todo corazón remonte esta etapa y pueda mantener su empresa a flote; pero le aconsejo como a una hija, que aplique la inteligencia como sabiamente había hecho hasta ahora y que en vez de explotar al cliente se plantee cerrar una temporada o incluso algunos días esporádicos alguna de las sucursales si no las puede tener todas abiertas, que se plantee renunciar a ciertos lujos asiáticos que aplica en la tiendas, o que haga un plan de reactivación de empresa; pero que no se vuelva chabacana y vulgar robándonos y haciéndonos quedar fatal a los clientes.Y si alguna vez vuelve a las andadas tentada por la desesperación, espero que recuerde que empezó en una esquinita de la avenida a la que yo llamo el hijo de la carretera industrial de Cádiz, dónde sólo vivía gente humilde y trabajadora, casi toda del agónico Astilleros, y que esa gente pobre fue la que le encumbró para que hoy tenga lo que tiene como franquicia. Pienso que cuando las cosas van bien es fácil olvidarnos de dónde venimos, de nuestras raíces humildes; pero cuando la cosa no va bien, es bueno volver atrás y recordar de dónde viene uno, de esa forma regresa la humildad a nuestras vidas. Y ojalá que ese dinero que se quedó de forma injusta, por una maldita chirimoya con papel albal, haya sido con el único e inexcusable fin de no despedir ni una sola de sus trabajadoras de la filial.
miércoles, 11 de diciembre de 2013
Qué difícil esto de hacer poesía
Hoy no escribo poesía.
No quiero versos en mi sopa,
no quiero letras perdidas en mi bolsa.
No quiero que una rima se me agarre a la desesperada
No quiero un soneto acosándome desde la esquina
Hoy no escribo poesía, ¡que no!
No dejo que entre en mi sueño una nube de alegorías
No consiento que me perfore una metáfora a mediodía
Hoy no quiero...
ni una elipsis en la siesta,
ni una reticencia en medio de una fiesta
No vestiré un asindetón, ni un sin, ni un detón, ni un polisindetón
para ello no me remitiré a una vulgar repetición
que no, que no
Y no usaré para beber tu anáfora
No escribiré más versos, ¿versos?¿ hoy?, ¡si que no!
No se me escapará una anadiplosis en la madrugada
Versos traviesos que me llaman a versos en una onomatopeya frustrada.
Me niego a explayarme con una rima sin sentido,
mi sentido no caerá preso de tu triste diáfora,
no verso porque no me versa el alma,
no me dejaré embaucar por una ironía disimulada
Una epífora zumba en mis oídos
y me niego a una comparación ni a un epíteto vacio, ¡que no! ¡que no!
Hoy no verso porque no me versa el alma
Esta paradoja me concome la lírica
Veo litotes hasta en las cuerdas invisibles que cruzan mi vista
Aunque soy poetisa hoy no escribo poesía,
verso versos, verso rimas, versos verso
Pero hoy no te verso, poesía.
jueves, 28 de noviembre de 2013
Hoy subí a una nube rosa
Subimos en la nube rosa repleta de versos
versos negros, abiertos a golpe de corazón dolorido
versos descarnados, ensangrentados, desesperados
versos dulces, versos esperanzados.
Nubes rosas amenazan el cielo azul
cubren el horizonte de letras de mujer.
Mujeres que entienden del desapego, del desamparo,
del dolor, de la incomprensión, del vacío.
Una nube rosa cruza los ojos febriles y sonrientes:
mañana estaré mejor, estaré mejor para escribir
para escribir más versos.
El sueño de una tormenta de nubes gordas y completas,
rellenas, apetecibles, repletas de versos rosas.
lunes, 25 de noviembre de 2013
Yo: el protagonista de mi historia
Yo soy el protagonismo de mi historia. ¿ La viviste? Qué bien escribes, que bien lo cuentas ¿lo viviste?. No, no lo viví, o si, quizás lo escuché, quizás vi a alguien llorar o reír. También imaginé que hubiese sido así ¿Lo viví? Quizás lo soñé. El protagonista de la historia, yo. El que maneja el lápiz, el que hace tres puntos infinitos en la universo de un papel blanco. Soy el maestro del engaño, hago magia, te dibujo en una historia, hago que te introduzcas en mi espejo mágico por una puerta invisible, pero en verdad soy yo, el protagonista soy yo ¿o tú? ¿has vivido, pensado, soñado, recordado, eso? No, yo no lo viví; pero lo soñé, lo escuché, lo leí, lo vi, lo sentí ¿Lo viví?Lo encontré, lo guardé, lo escondí en un rincón de un universo en blanco ¿Cómo lo cuento?¿Quién? ¿Yo? El protagonista. No, no. Yo soy el escritor. Lo cuenta el narrador. Yo sólo le enseño lo que sé, lo que viví, lo que escuché, lo que soñé, lo que leí, lo que inventé, lo que creé ¡Lo viviste! No,no...¿no?. No, sólo lo recreé. El protagonista de mi historia, yo ¿Por qué? Porque yo soy el que manejo la punta sobre el papel blanco donde plasmo, lo que creé, lo que inventé, lo que leí, lo que soñé, lo que escuché, lo que viví, lo que sé, lo que viví.
Es un títere, un arlequín.
Le conocí. No sabía decir no, apenas pronunciaba un si. Una personilla frágil en el escalón. le tiran de un brazo, le tiran del otro y al final se queda en una forma grotesca mirando al suelo, en una verticalidad imposible. Ahora le mueven una mano, le tiran del cuello. Una sonrisa dibujada en su cara de cartón, dice "hola". Anda hacía un lado a saltitos. Su camino es corto, anda hacía el otro lado, su camino siempre es el mismo. Coartado por la tela pesadísima de un teatro inacabable. Lo sientan sobre una roca de cartón piedra, detrás le enmarca un paisaje ficticio de donde no se podrá levantar jamás. Cree que controla su vida, pero le doblan el testuz dentro de una caja de cartón todos los días antes de ir a dormir.
Al despertar ni una sola idea nueva, sin metas, sin errores. Su único sueño ser fiel, su único fin ser aceptado. Su miedo, morir sin compañía. Le conocí, es un guiñol, un pierrot, una colombina. No sabe decir no, y apenas se le oye un si. Su camino es corto como el de la mano que le controla. Sonríe bobalicón con la boca pintada en roja; la lluvia no le moja, el viento no le despeina. Es un títere, duerme en una caja y sólo espera que le aplaudan al final de la función.
Sueña sin estrellas ni luna, es un títere. Nunca dijo no, apenas un si. Conoce todas las frases hechas, no tiene pensamiento propio, sus palabras todas están escritas. Es un títere. Sólo quiere un aplauso, sin emoción, al final de la función. Es un títere.
viernes, 8 de noviembre de 2013
Reflexión: acerca de la vida
He encontrado el camino de losas amarillas, allí en donde se pone el sol y nace la luna. Miro a un lado y a otro, parece que hace levante. Puertas y ventanas que portean, ventean, zóan a mi vera. Adelanto un paso, le sigue otro aún tímido y pequeño ¡Qué diminuta soy en este universo!Me inunda la luz multicolor, al pié un abismo no siempre negro, ni oscuro, sólo, a ratos, distinto, inexplorado. me dejo caer en lo desconocido, entonces estás tú, tú a mi lado, me das la mano. Hay una pequeña puerta, dentro de ella me espera el sol y otro camino de losas, a veces, son amarillas.
Reflexiones: sobre la muerte
Huyo de ti muerte, desde la mitad de mi diagonal. Allí al fondo estás tú, como un talud, como un abismo al que no quiero llegar, aún no. Huyo de ti y grito ¡Vida!, sol, alegría, sueño, existencia. Huyo de ti, te asomas, curioseas en mi espacio. Invades mi entorno ¿quién te ha dado permiso? Acaso ¿Lo necesitas? Has dejado tu huella imborrable aquí y allá, me enseñas tu cara, me sorprendes, me asustas. Te empeñas en recordarme que al final siempre estás ahí. Pero ¿siempre al final?. No siempre estás al final, sino al principio, en la mitad de la mitad de la existencia misma.
jueves, 31 de octubre de 2013
Halloween vs Tosantos
La pequeña niña escueta y
delgadísima, con sus zapatos de charol blanco y un vestido algo corto, celeste,
con tiras bordadas de flores blancas a cada lado del pecho desfilaba junto a su
madre por las sucias calle del cementerio. Mientras la madre la sostenía firmemente
de la mano, la chiquilla se afanaba en mirar todo a su alrededor. El día estaba
algo gris, dejaba sobre las lápidas de mármol amarillentas y sucias, en su mayoría,
cercadas de hierro sino herrumbroso, podrido, una sombra larga descolorida que
se afanaba en oscurecer aún más el triste ambiente del cementerio. Los ojos de la niña llenos de curiosidad se detenían
casi sin quererlo a mirar las flores de plástico, estropeadas y sin color por
la acción del tiempo, las fotos enmarcadas gastadas por el sol, los ángeles
regordetes y serios y un sinfín de ornamentaciones rocambolescas que
regodean a forma de decoración la vida
efímera de los camposantos. La madre seguía avanzando acá y allá sin detener el
paso. El laberinto de lápidas, huecos vacíos, nichos verticales, el marmol blanco, negro, blanco macael, a pesar de que
el lugar no era demasiado grande, parecía interminable. La niña se rezagaba
frente a algún panteón que le parecía majestuoso y la madre, le pegaba un
pequeño tirón del brazo para que siguiera avanzando. Entre nichos, huecos,
flores secas y hojarascas que apuntaban al invierno, aparecía más que de vez
en cuando alguna que otra cucaracha bien alimentada ante cuya vista la niña
encogía literalmente su pequeño cuerpo, entonces sentía ese escalofrío
recorrerle desde la misma coronilla hasta la punta de los piés. Este paseo se repetía todos los años en el día
de todos los santos. Tardaría algunos
años aún en rebelarse a semejante costumbre.
Esa niña era yo, y la que me
llevaba de la mano era mi madre. La visita al cementerio formaba parte de la
cultura religiosa de mi casa como de otras tantas familias de mi ciudad. Yo, es evidente,
no disfrutaba del paseo. Recuerdo aún en alguna de mis pesadillas las enormes
cucarachas, la suciedad de las lápidas que nadie iba a ver. La dejadez del
camposanto era como si fuera un mundo aparte de la ciudad, como si señalara a
un lugar extraño y oscuro allí en el corazón marítimo de la ciudad de Cádiz. El
cementerio de San José, no era cuando yo lo conocí, ni limpio, ni blanco, ni
bonito. Sólo recuerdo suciedad, vejez y dejadez.
Me hace gracia escuchar hablar de
Halloween, de que la gente diga que hay que recuperar la fiesta española de los
muertos que para eso es nuestra. Lo siento, pero yo creo que el que se celebre
Halloween no nos inhibe de celebrar Tosantos, dejarse los bolsillos con
telarañas en frutos secos de temporada más caros que ningún día y dulces de
almendra inflados hasta la saciedad en cuanto al precio se refiere.
Sinceramente pienso que Halloween como inversión está mucho mejor planteado como
fiesta- negocio estatal capaz de captar unos ingresos , por algo
es una fiesta “americana” y sobre todo valoro, y en nombre de la niña que algún
día si que fui, que hubiese sido más divertido disfrazarme con mis hermanas,
primos y vecinos e ir a pedir caramelos por ahí, y sin duda me hubiese ahorrado
alguna que otra pesadilla de cucarachas que entran en mi cuerpo entre lápidas
viejas y flores de plástico rotas.
Así mismo rememoro la experiencia de vivir un altar de muertos en México dónde la muerte se vive como una fiesta, donde el día se llena de color y calaveras de caramelo y sonrientes llenan las casas. Donde el recuerdo de los seres queridos que han muerto se vive en las casas, rodeando sus fotos de buenos recuerdos, y cariño. Creo que es bueno abrir la mente a lo nuevo, no dejando que nos invada, pero si aceptándolo como algo positivo. Si no lo hiciésemos así, seguiríamos viviendo en la Edad Media y la gente iría fustigándose detrás de las procesiones en Semana Santa, y así mismo llevaríamos a los herejes a la quema después de haber sido castigados a pena de vergüenza por la Santa Inquisición.
Y sí podemos anteponer algo, si esta fiesta permite que los niños se acerquen al concepto de "muerte" de una forma más natural y feliz, pues bendito sea el día que Halloween nos sacó de los camposantos y nos invitó a reírnos con nuestros hijos pidiendo caramelos.
martes, 29 de octubre de 2013
El corazón no duerme
La noche está dormida, suenan los ronquidos del silencio fuera de la ventana
La mesa está dormida atrincherada en su rincón, coja
Los pinceles, bolígrafos, lápices... duermen
Duermen los cuadernos, la pizarra, la botella de agua,
duerme el papel, sobre él, el pisapapeles sueña con volar
Duerme la luna, el árbol, el gorrión conciencia
Duermen a mi lado la agenda, la cajonera
Duermen todos, todos sueñan con que sea mañana
Pero no duermes, tú, teclado, ni mi pequeña lámpara,
No duerme mi perra, ni la cabeza, ni el corazón
No duerme el reloj, el óxigeno, la noche
El corazón del mundo no duerme
domingo, 27 de octubre de 2013
Equidistantes
Aquí en un mundo equidistante
Tú en un lado de la diagonal
Yo, en el otro
Tú frente al mar frenando paisajes con el ojo de cristal
Yo al pie de la montaña, haciendo equilibrios con un papel
El cielo augura nubes, celestes y grises alborotadas
Tú, solo
Yo, acercándome a un mundo de grandes
tan pequeña, tan perdida
Hemos quedado en el punto medio
No hay elementos ni gráficas
Sólo caen versos, versos, versos
sábado, 26 de octubre de 2013
Cascada de versos
Desfilan versos como en un rio de letras
Hablan, cantan del alma, el niño, las cosas
Suenan, tiemblan.
Toda una colección de elementos naturales
De alimentos naturales. Alimentos del alma
Surge la palabra
La palabra, el verso.
Tiembla la emoción en cascada
Cascada desordenada. Risa
Y entre verso y verso,
la mirada cómplice, del que entiende,
del que entiende de emociones.
Quien entiende de versos,
entiende de la vida,
de la soledad, del amor, de las cosas
viernes, 25 de octubre de 2013
De Uno a Dios ( Relato corto)
Uno penetró en la cueva, inmediatamente y como siempre soltó
unos aullidos y sonidos guturales que salieron espontáneos de su joven garganta
avisando a las mujeres que trabajaban al fondo de la sala de que lo que entraba
no era ningún tipo de peligro, si no cualquiera de ellas no hubiese dudado en
clavarle uno o varios de sus arpones microlitos con los que hubiese encontrado
una muerte segura. Sabía que las mujeres todas a una, se ocupaban del hogar, de
los niños, de los alimentos, de los utensilios que tanto les costaba
confeccionar, éstas le rodearon inmediatamente despojándolo de su carga, dos
enormes ciervos que arrastraba en unas rudimentarias angarillas. Tardó un rato
en alejarlas de él, sólo se limitó a refrenar el ímpetu de las féminas, pues
tenía que visitar el altar al fondo de la cueva, aún le quedaba un rato de
vueltas y revueltas hasta llegar al lugar de las ofrendas. El lugar se le
reveló mágico y extraño, el chamán estaba sentado junto al agua de vida y le
invitó a enjuagarse, lavarse las manos de la sangre era imprescindible pues los
hombres enfermaban si se la dejaban secar en la piel. El chamán le alargó unas
hierbas secas para secarse y luego le invitó a cantar y plasmar en la piedra su
caza, Uno dibujó dos ciervos altos y preciosos, plasmó la vida que él mismo con
sus propias manos les había quitado, de esta forma sus almas volverían en forma
de caza mejor a la tierra. El chamán le ungió la frente de polvo de piedra
sanguina y ocre y le colgó los amuletos de nuevo al cuello recargados para una
nueva jornada de caza, el frio estaba ya por llegar.
Al regresar a la sala, las mujeres ya estaban limpiando las
presas y despedazándolas con las herramientas de sílex, las observó y les atusó
el pelo a los chiquillos que jugaban a
cazadores alrededor de ellas. Se colocó en la entrada de la cueva, la
luna salía ya por el cenit, y le recordaba lo efímero de su vida, de la vida de
aquellos ciervos y quizás de la del viejo chamán que masticó ya apenas sin
dientes el corazón y las vísceras crudas del animal. Recordó cuando era un
chiquillo, jugaba alrededor de las
mujeres y las ayudaba en sus juegos a moler el grano contra la piedra en un
movimiento que ahora se le antojaba relajante y apetecible, con un vaivén en
los que los senos de las dadoras no dejaban de ir y venir adelante y atrás;
mientras su canticos arrullaban el momento de la molienda. También recordaba el
momento de curtir las pieles, a los niños les daban un canto redondo para
curtirlas con arena y sal, mientras que las mujeres maduras usaban la raederas
de fina hoja para afinarlas y dejarlas suaves y tersas sin trozos ni marcas de
restos orgánicos. Deseó ser niño otra vez, pero sus doce años lunares le
obligaban a ser todo un hombre adulto, y debía de ocuparse de otros menesteres
más propios de los hombres dignos de su tribu, como la caza, la lucha, y también
el cuidado del clan. A los siete años ya lo iniciaron en los ritos, y le
enseñaron su nuevo oficio, ya había plantado alguna semilla.Tana, la curandera
le había dejado ver que era un buen hacedor, porque ella siempre quedaba
satisfecha. Aunque Tana ya era algo mayor y sus últimos hijos habían quedado
bajo tierra en el camino, por eso la llamaban “la mujer que vierte sus
lagrimas” pues había sembrado de pequeños menhires todo el camino hasta la nueva
cueva. Dirigió su mirada a las mujeres, pensó que quizás esa noche, en los ritos
de la cena, nombrarían a Yai, su hermana de seno, la miró un buen rato y sintió
que su sexo se elevaba por debajo de la piel hacia la luna; pero sabía que no
podía verter aún su mies en la tierra de Yai, porque ella era la heredera de
Tana y nadie podría ensuciar su tierra mientras que el chamán no lo autorizara.
Además sabía que Yai estaba bajo el influjo de la luna la cual había marcado
sus brazos con la sangre de la diosa y que ni siquiera se debería atrever a mirarla hasta que pasaran los días
de la sangre.
Después de la cena tendría que escoger mujer, y pensaba
escoger a Tana, tenía el derecho porque había cobrado dos piezas grandes, y
Tana no le exigiría demasiado, sólo se le presentaría como una loba mansa
ofreciéndole sus enormes glúteos y luego le diría cosas bonitas y halagadoras
porque siempre se portaba bien con ella
y le regalaba las vísceras para que ella estuviese sana y bien alimentada. Al
fin y al cabo ella ya había curado sus heridas muchas veces después de la caza,
aunque a veces no entendía sus continuas lagrimas.
Si, tendría que esperar aún un tiempo a que Yai fuera la
poseedora de las hierbas y el grano, ni siquiera el chamán era capaz de poseer
un bien tan preciado. Yai aún tenía ocho años lunares y aunque sus brazos ya
habían sido teñidos de la sangre de la diosa, aún no podía volcar en ella su
simiente; a veces habían ido al rio y habían jugado a verter la semilla, pero
no podían pasar de esos juegos, porque si Yai hubiese sido fecundada, su
corazón se rompería en pedazos del dolor, y eso no lo deseaba él, por eso se
contentaba con Tana que era buena amante y mejor dadora.
A veces recordando
aquellos momentos en el rio,
pensaba cosas extrañas como por ejemplo que él fuese el único que
pudiese imponer su semilla a Yai, pero se quitaba estas locas ideas de la
cabeza pues sabía que una vez fuera la poseedora de las hierbas y las semillas
pasaría a ser la dadora y todo el clan tendría derecho a plantar en ella su
semilla a cambio de hierbas y semillas; de esta forma Tana pasaría al lugar de
los viejos a pesar de que sólo tenía diecisiete años; pero sus piernas ya se
resentían y a veces las mujeres más jóvenes la echaban a un lado para aligerar
las labores, así de esa forma ella sólo se dedicaba a los niños del clan, que eran los únicos que con sus ruidos y sus
juegos conseguían que amainaran sus eternas lagrimas.
Así la tribu aseguraba el nuevo nacimiento con cada cambio
de estación de hijos fuertes que pasarían a cazar y a dotar al clan de nuevos
elementos para subsistir. Así lo hizo su padre, así lo hizo su abuelo y muchas
generaciones antes y después de él. La luna se elevaba allá en el horizonte, y
delante de su luz creciente viajaba una bandada de cigüeñas.
El sol se ocultaba por encima de las montañas, metió al asno
y los arreos en el establo y dejó que el cubo de agua fría cayera sobre sus
doloridos hombros, se observó la cicatriz en la pierna, se la acarició tubo la
sensación de que aún dolía. Se secó y vistió rápido, hacía frio. Se dirigió a
la casa, Miriam tampoco había vuelto a ser la misma; pero sus cicatrices eran
de otro tipo. Se sentó a observar la puesta del sol, era otoño. Recordó el día,
permanecía en su retina como el paisaje que tenía delante, triste y
desdibujado. Estuvo echando cubos de agua en el granero desde que descubrió el incendio
hasta bien avanzada la noche, la culpa fue de un rayo que produjo la tormenta
seca de verano, sabía desde el primer momento que aquello lo pagarían bien
caro.
Sabía que a pesar de haber cumplido con su formariage, y pagado su censo todos los
años, su señor se revelaría a aquel accidente. También había cumplido mientras
fue joven con sus cuarenta días de lucha al año y luego le había ofrecido a su
hijo mayor para el ejercito del señor. Miriam no le había perdonado aquello, cuando
el chico con sólo doce años se alejó mirando repetidas veces para detrás y
diciéndoles adiós con la mano. Recordaba
aún como pudo escabullir el iux primae noctis a cambio de un precioso percherón blanco, que
le costó los ahorros de toda una vida, aún así recibieron su tarro de miel y
sus dos gallinas porque el señor al fin y al cabo no era un mal señor. Pero
también sabía que este no perdonaría el perder las mieses que le reclamaban
todos los años el obispado, porque eso significaba perder el derecho de guarda,
eso no se lo iba a perdonar a pesar de que Miriam cosía las ropas de todo el
personal de su servicio y nunca le pedía nada a cambio.
Ella cuidaba sin falta del campo, el pequeño terreno que
tenían frente a la casa, limpiaba la casa, daba de comer a los animales y
curaba con extraños artes de brujería que el señor hacía como que ignoraba, a
la tropa después de la batalla. Pero aquella noche, se lo había dicho, que
mojara el techo del granero por lo de la tormenta seca y no le hizo caso una
vez más, se lo advirtió, mejor trigo mojado que quemado.
Entonces, se quemó todo, el trigo, el granero, los dos
caballos, y también los aperos de labranza. Vino entonces el señor, claro que
vino corriendo a cobrarse su derecho de pernada. Los había avisado, les pasaría
todo menos la pérdida del trigo y la sal. Ya lloraron cuando se llevó a Pedro
con apenas doce años, Miguel se quedó con ellos para ayudar en el campo, eran
gemelos.
Los ataron a un árbol, gritó, gritaron hasta enmudecer, por
eso le golpearon en las piernas con el azadón y se reían de él. Cuando el señor
salió borracho como una cuba, hizo un pecho en el tronco que descansaba en la
entrada de la casa y con el mismo azadón cortó las cuerdas que les ataban. Se
llevaron a Miguel para ayudar en la batalla, sabía que no le volvería a ver.
Sólo se dirigió a él para decirle - Dile que se ande con cuidado a la bruja de
tu mujer; y esta talla significa que me debes los diezmos por el granero
quemado hasta que acabe la deuda - Pensó que no tendría vida bastante para
pagar jamás aquella deuda.
Cuando entró en la casa Miriam estaba hecha un giñapo al pié
de la mesa de la cocina, nunca creyó que el señor en persona fuera capaz de
hacer aquello, la levantó y la curó, había sido un bestia, ella no habló ni se
levantó de la cama durante días. Aún así le indicó unas cataplasmas para curar
su pierna. Cuando por fin lo hizo nunca
fue la misma, decidió regresar a sus labores pero era como si estuviese muerta
en vida.
Allí fuera, sentado en el tronco de la talla, pensaba en
ayudarla, en encender el fuego, en cocinar, no debía de ser tan difícil, quizás
en poner la mesa; pero sencillamente no lo había hecho nunca, aquello era un
trabajo de mujeres, ella tendría que reponerse algún día. Y tendría que
reponerse pronto porque tenían que traer un hijo si querían tener una vejez
feliz. Pensaba en sus ojos sin brillo, y también en lo fuerte que era, pensaba
también en su bonita voz que cantaba alguna canción que escuchaba en el
castillo, pero ahora sólo escuchaba silencio y ese silencio le rompía el alma ,
entonces pensaba en el granero, en los caballos, en los aperos de labranza que
ahora no existían, en el trigo. Todo, todo estaba destruido. Entonces sintió
que se le humedecían los ojos, pensó que eran lágrimas, pero no lo eran, era el
humo y las cenizas que movía el viento, que aún salía del granero. No había
caído ni una gota de lluvia desde aquel día, quizás para cuando lloviera
cambiaría el tiempo y brotaría la mies. Entonces pensó en entrar dentro y
acurrucarse junto a Miriam, quizás aquella noche se dignara a darle un poco de
placer entre tanta miseria. Si no se iría al pueblo a beber unas jarras y a
olvidarse de todo, y se metería en los brazos de la brabucona Nadia, la rusa
que le mangaba las alforjas cuando se caía de pura borrachera.
Así lo hicieron su
abuelo, y también su padre y así sería durante muchas generaciones. La luna
llena se elevaba en el cielo e iluminaba el granero quemado, recordándole que
algún día tendría que ponerse manos a la obra y arreglarlo.
Al llegar Ana estaba en la cocina, la saludó con un beso en
la mejilla que ella esquivó sin signos
de agresividad; se sentó en la terraza, Venus refulgía esplendorosa en el
horizonte y la luna parecía un fantasma en forma de rodaja de sandia, como un
payaso que exhibía una gran risotada ante su triste situación. Había sido un
día complicado, por la mañana en el taller y por la tarde sacaba algún dinero
en la tienda de Sergio para darles una mejor vida a los chicos, a esos dos
revoltosos que apenas le habían saludado.
Al llegar a casa Ana ya
los tenia bañados, y casi cenados; pensó en como conseguía callarlos
nada más él llegaba, y cómo conseguía que se durmieran enseguida dándole tiempo
apenas a darles un beso en la carita. No había pasado ni una hora y se había
hecho un silencio total en a casa; el único ruido que se escuchaba era el pedal
de la máquina de coser de su esposa, con un chirrido rutinario y lastimero –
chirrik-chirrat-chirrit-chirrat. Cosía ropa para los muchachos. Fue a coger
agua a la cocina, el fregadero estaba de tiestos hasta arriba y los chicos
habían recogido la mesa a medias, guardó el pan y la mayonesa; se le vino el
pensamiento de fregar todo aquello, pero no sabía dónde guardar las cosas, ni
dónde ponerlas a escurrir, al fin y al cabo aquello no era cosa de hombres.
Ana se ocupaba de la casa y de los chicos cómo debía ser;
bastante tenía él con trabajar en dos sitios para llevar dinero a casa y pagar
la maldita hipoteca que les tenía siempre asfixiados.
Hacía calor, se sentó otra vez frente a la luna, esta vez
Venus se reía abiertamente de él, siguió perdido en sus pensamientos, reconoció
que no sabía cuánto tiempo hacía que no hacían el amor, quizás meses, tal vez
años. Ana aprovechaba las horas de la noche para adelantar trabajo, con algunos
arreglos que hacía al vecindario se sacaba unas pesetas con las que luego se compraba algún pequeño
capricho o le pagaba algún regalo a él. La última vez fue una verdadera
sorpresa, había hecho un gran esfuerzo y le había comprado un pequeño televisor
que hizo las delicias de los chicos cuando emitieron la llegada del hombre a la
luna; pensó en lo bonito que hubiese sido poderlo ver en color, como en la
realidad; pero supuso que aquello era una ridiculez, siempre había tenido
demasiada fantasía.
En la luna estaba él hacía tiempo; hacía tiempo que tenía
algunos devaneos con aquella putilla del
número tres, de la que sólo sabía que lo único que no le guardaba era
fidelidad. A ratos, entre hora y hora, la visitaba y por algunas monedas o una
invitación a cenar o algún regalito, le hacía aquellos caprichos que Ana nunca
entendería; aunque últimamente le estaba perdiendo las ganas porque llevaba
unas semanas con unos picores extraños en sus partes.
Regresó a la cocina, hacía mucho calor, al pasar por el
salón besó a Ana en la coronilla, ésta se encogió, ¿de frio?; le dijo que le
quedaba aún un buen rato, que también tenía que acabar los uniformes de los chicos,
aunque no entendía su prisa pues el cole no empezaría hasta mediados de
Septiembre y estaban en Julio. Pensó en lo desordenada que estaba la cocina,
bebió agua y pensó en la putilla del tres y en aquellos caprichos que no le
importaba hacer. Se sentó de nuevo en la terraza, la luna vieja sonreía casi a
la altura de su mano, y Venus le cantaba cómo un pajarillo en la punta de su
carcajada. La vieja Hécate esa noche no quería dejar de hacer sus maldades y
sabía que aquella noche no vería a la
del tres, pero quizás mañana la friolera Selene dormiría sola una noche más.
Mientras Ana cosía, chirrit-chirrat-chirrit-chirrat ,
sonaban las voces metálicas de la conversación de la película que veía en la
tele, una maravillosa y explosiva Elizabeth Taylor se exhibía en un papel
fantástico en “ Quién teme a Virginia Woolf”, fueron a verla al cine y a Ana no
le gustó, pensó que ni siquiera lo recordaba. La luminaria nocturna seguía
subiendo, ya superaba la altura de sus ojos y tenía que llevar la cabeza hacia
atrás para verla, seguía riéndose de él, pensó que algunos hombres decían que
se volvían locos mirándola, pensó que él se volvía loco mirando a la del tres y
disfrutando de sus caprichitos, y sino con la Liz, con aquella vocecita de
caramelo. Ana cesó un rato, y la escuchó suspirar cómo si pudiera escuchar sus
pensamientos. Ella era guapa, pero no
tanto, quizás si se arreglara un poco más, quizás si adelgazara un poco,
dirigió su mirada una vez más a la luna,
a la mañana hablaría con la del tres para quedar a cenar. Ana tenía mucha costura aún que hacer y al fin
y al cabo tampoco le interesaba demasiado el sexo ni aquellos jueguecitos y
últimamente ninguno. La luna cenicienta figuraba como envuelta en una extraña
sombra, Venus parecía dominar todo el cielo y esto le ayudó a sentenciar sus
pensamientos, mañana le tocaría jugar.
Así lo haría, ella se lo buscaba, así lo habían hecho sus
abuelos, porque un hombre que no se desahoga sí que se puede volver loco. Así
lo había hecho su padre y también muchos hombres hasta generaciones antes y
después de él. La sonrisa de Soma, parecía haberse puesto un velo para ocultar
su decepción, se quitó esos extraños pensamientos de la cabeza y decidió
tomarse una aspirina antes de ir a la cama, aquel maldito dolor en la ingle lo
estaba matando. El sonido de la máquina chirrit-chirrat-chirrit-chirrat, sonaba al fondo del pasillo.
Regresaba a casa, era bastante tarde y las luces se
difuminaban en cada lateral de la carretera; pensaba en como se había ido
metiendo en tantos líos a lo largo de los años, creía ver en cada cara de los
desconocidos de la calle, una mujer con la que hubiera tenido una aventura.
Eran algunas, quizás no tantas, pero a lo largo de los años la mochila de su
infidelidad pesaba como si llevara un saco de piedras o de plomo a la espalda.
Aceleró, el deportivo que se desplazaba ágil y flexible por la carretera nueva.
Ya una vez tuvo un susto con el coche, se le fue la mano pensando en yoquesé y terminó contra una farola,
entonces ya pensó en cambiar su forma de vida. Recordaba haberlo hablado con su
cuñado, quizás con las hermanas de su mujer; pero daba igual, no había cambiado
nada, seguía fumando a pesar de lo del pulmón y también seguía malviviendo,
insatisfecho con todo lo que le rodeaba. Aminoró la marcha, el mar se
vislumbraba hermoso, como en un cuadro de Sorolla a un lado y otro de la
carretera.
Pensó en su mujer, en cuando la conoció, era una chica
bajita y diminuta con una hermosa cabellera risada que le llegaba hasta media
espalda. Era muy guapa, tímida, casi transparente, una princesa a la que salvar de su ogro y él
se ocupó y la salvó, la sacó de aquel castillo donde la tenían encerrada y le
ofreció su refugio. Quizás no reparó en que era demasiado callada, demasiado
tímida o demasiado…, demasiado para él. Ya hubo infidelidades de novios, y ella
parecía no notarlo nunca, ¿cómo no verlo?, eso cada vez le dio más permiso para
hacer lo que quería. Quizás si le hubiese reñido, si hubiesen peleado entonces
por eso, él habría valorado su poder, su fuerza, su amor. Entonces la cosa fue
cada vez a peor, primero cuando nació el niño, y cada vez que nacía un niño era
peor, hubo varios amagos de separación pero nunca llegaron a consumarlo.
Parecía que ella se volcaba en cualquier cosa que no fuera él, él, que había
sido el niño de su madre, el héroe que la sacó de las garras de su padre ogro,
él había sido el amor de su vida, y ahora ni siquiera lo miraba.
A veces cuando llegaba tarde como hoy, ella estaba dormida,
y se echaba a un lado, hasta casi caerse de la cama. ¿Sabía ella que había
estado con otra?, ¿era su olor el que lo delataba?, no se entendía a sí mismo,
no sabía si haría el amor con otra y con otra y con otra, mañana mismo. Solo
sabía que su vida era triste, que nadaba entre amores platónicos y su criada en
casa. Sabía que esos amores que practicaba a escondidas, entre restaurantes
ocultos y camas ajenas le pasaban factura, a la última que llevaba años
alrededor de él, una niña rubia y gorda de rizos, que vivía sola con su padre y
su madre hipocondriaca, como la de él; le había sacado un ordenador, siempre le
sacaban algo, ya no sabía qué mentira inventar para esconder esos gastos
fortuitos, para callarles la boca y que no hablaran demasiado.
El coche se desplazaba suave al entrar en la ciudad, la
rotonda tenía varias farolas alrededor, pensó en el golpe con el coche y
suavizó la marcha, llegaba tarde, no era ni la primera ni la última vez. Sabía
lo que tendría que aguantar ahora, su eterna desconfianza, su mirada que le
abría las carnes, a veces ya esas miradas se multiplicaban en sus hijos. Ya no se les podía engañar, eran mayores y se
daban cuenta de todo; pero él había sido un buen padre, casi nunca decía que
no, y les acompañaba al futbol, donde también tenía un par de mamás agobiadas
que no eran entendidas por sus maridos y él como siempre las salvaba de su
tedio, tirándolas suavemente sobre sus camas en las horas que sus maridos no
estaban.
¿Acaso no era un buen marido?, ¿les faltaba algo?, había
trabajado como un negro, había luchado por superarse a sí mismo, al fin y al
cabo había nacido en uno de los peores barrios de la ciudad y había surgido de
una familia llena de problemas mentales, su misma madre había sido
hipocondriaca, y su mujer se había negado a cuidarla. Y aquello les separó
mucho, él adoraba a su madre, pero eso era cosa de mujeres, él no tenía que
cuidarla, porque ¿qué podía saber él acerca de una mujer mayor?
Era tarde, como casi siempre que estaba con otra, entraría
en la casa bien callado, y ella se haría la dormida como casi siempre, se echaría
al otro lado de la cama. Hacía años que no la quería, ni siquiera la valoraba
como persona, ni como mujer. Ya no era bonita y muñequita como cuando la
conoció, era simplemente la madre de sus hijos. La mujer de su casa. La mujer
que cocinaba como a él le gustaba. La mujer que le ponía la mesa, que le servía
el plato, que le ponía el café a su gusto, y le tenía la botella de su whisky
en el aparador; pero era eso simplemente una mujer, como otro cualquiera. Todas
querían lo mismo, su dinero, por eso le tenían que aguantar todo lo que fuera,
porque él les daba lo que necesitaban. Él era el macho, el hombre, el
trabajador, el dador, él era el proveedor, y si las proveía tenían que
aceptarlo como era.
Se dirigió Dios al tabernáculo de su Olimpo, recreose entonces después de un duro día
de escuchas de ruegos y plegarias, no había habido demasiados agradecimientos.
Miró al horizonte allí por donde se encendían su sol y su luna. Recordó su obra en su
totalidad y supo que lo hecho era bueno; reflexionó y reparó en los grandes
defectos que debe de tener una buena creación y supo que lo hecho era bastante
bueno.
Se acomodó allí en su diván y en su soledad de Dios
totalitario y único, se le vino a la mente el gran defecto de su creación.
Jugueteó con el lodo a sus pies y hombre y mujer los creó. Uno al lado del otro
dándose la mano y entonces decidió que aquel no había sido un buen día. Reparó
en el gran defecto de su creación, pensó que nadie ni nada debe de salir de la
costilla de nada ni de nadie. Miró con cariño
a las figurillas a sus pies, pensó en cuánto había aprendido de ellas y
cuánto de difícil se lo había puesto; entonces pensó en su creación y pensó en
cuánto de caro le había costado a aquella pequeña figura femenina lo de salir
de una costilla de aquel hombre; pensó en cuántas cosas se habían torcido desde
entonces.
Cogió entre sus manos la figurilla femenina y le moldeó una
barriguita insipiente y sopló suavemente en su ombligo, la depositó junto al
varón y entrelazó sus manos. Entonces miró su obra, la totalidad de su obra, se
puso de pié y arrasó con todo porque tenía derecho porque lo había creado él.
Arrasó el cielo, las estrellas y los planetas. Arrasó la tierra entera. Arrasó
a los animales y al hombre y pensó que aquello sería bueno.
Entonces recogió sus nuevas figurillas de lodo y les dio un
planeta al que llamó nueva tierra y lo pobló de animales y plantas, y creó un
nuevo cielo lleno de estrellas y planetas, con un sol y una luna. Cogió a sus
nuevas criaturas y así cogidos de la mano les insufló vida y les dijo:
- Aquí
os creo hombre y mujer, mujer y hombre, para que os acompañéis, para que os
respetéis, para que os améis, para que trabajéis juntos y dotéis a vuestra vida
de cosas buenas. En este mundo que os doy, no habrá prohibiciones sino las que
ustedes mismo os impongáis, seréis respetuosos el uno con el otro y el otro con
el uno y valorareis cada uno la situación del otro. Y hombre te digo que entre
todas las criaturas de esta tierra, la más maravillosa es la mujer porque en
ella como en un baúl está guardada la semilla del hijo de Dios. Disfrutar
juntos de vuestra estancia aquí porque la vida sólo es eterna para Dios.
Así habló Dios entonces a los nuevos inquilinos de su Edén y
pudo entonces descansar feliz después del trabajo bien hecho. Antes de cerrar
los ojos pudo ver al hombre y a la mujer observando curiosos todo lo que les
rodeaba, y le hizo feliz cuando pudo ver que iban desnudos y que iban cogidos
de la mano. Entonces valoró que lo hecho era muy bueno y así pudo por fin dormir y descansar de su duro
trabajo, mientras su diosa Era le besaba la coronilla acurrucada en sus brazos.
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