Había
una vez un hombre que tenía una corona, era una corona muy apetitosa porque era
de chocolate y golosinas y todos a su alrededor se sentían atraídos por ella. A
cada merito que el hombre obtenía con su buen hacer, la corona aumentaba de
tamaño, y según iba sumando éxitos y chucherías, más y más personas se
agolpaban a su alrededor.
Un día
vio un zigurat muy alto que tenía muchas escaleras. El hombre pensó que ya
estaba preparado para subir hasta arriba y comenzó a ascender. De vez en
cuando, como no iba solo, se paraba y se dirigía a alguien de su alrededor y
les hablaba de este modo "- Hola, soy un hombre importante y tengo una
corona, todos debéis de adorarme y de alabarme porque soy un hombre muy
importante" y de esta forma se iba rodeando de personas que lo idolatraban
y se iban comiendo sus chucherías, que él daba generosamente contar de que le
rodeara mucha gente. A su alrededor veía rodar algunas personas hasta abajo del
todo una y otra vez, una veces por cansancio y otras veces por falta de apoyo;
él no se dignaba ni si quiera a ayudarlos
porque él llevaba una corona y podía perderla al agacharse. Tenía que
cuidar su corona porque era su gran tesoro. Sin su corona nadie le querría.
Un día
en su escalada, el hombre habló con una mujer a la que no conocía "Hola,
soy un hombre importante y tú no sabes quién soy, pero como soy tan importante
que debes de quedar conmigo para cenar", la mujer lo observó durante largo
rato, y le dijo, solo puedo estar contigo este día, ósea hoy, los demás días me
es imposible, además tendrás que dejar tu corona a un lado porque las personas
que vienen a compartir mi mesa deben de estar todos a la misma altura, el
hombre se rio de semejante ocurrencia y decidió ir a la cita con su corona, la
mujer pensó mientras que nunca más lo vería. Ella siguió subiendo lentamente el
zigurat, adquiriendo más y más sabiduría pero por la noche el hombre acudió día
a la cita, el hombre y la mujer se saludaron amistosamente pero con reservas,
cada uno se dejó su espacio, y se observaron disimuladamente un buen rato.
Cuando se hubieron reconocido, por fin el hombre dejó a un lado, aunque no muy
lejos, su corona y fue capaz de ser uno más en aquella mesa de amigos. Una vez
terminó la reunión que fue muy agradable y amistosa, ambos estaban satisfechos
del encuentro pero se despidieron con cierta pena y pensando en la posibilidad
de no volverse a encontrar. El hombre cogió de nuevo su corona y se la encajó
bien en la cabeza en el regreso a su casa. Iba pensando, nunca más me quitaré
la corona.
Así que
siguió subiendo escaleras y siguió encontrándose con gente y siguió presumiendo
de que tenía una corona muy grande, pero según subía se sentía más cansado. Al
llegar arriba del todo al pasar mucho tiempo, se encontró con una sorpresa. En
la parte de arriba del zigurat había una mujer sentada en un trono, era una
mujer mágica a la que cambiaba la cara constantemente, vamos a decir que era
una mujer con la cara de todas las mujeres del mundo. A los pies del trono
había un lago lleno de estrellas y encima de su cabeza una luna como una
sonrisa. El hombre se sentó agotado en el borde del lago y absorto por lo que
veía no supo cómo reaccionar, así que se quitó la corona y la dejó a un lado
recordando la cena con la anterior mujer que no sabía por qué le recordaba
mucho a esta aunque tuviese todas las caras de las mujeres del mundo.
El hombre
por fin se dirigió a ella de este modo "- mujer, quiero seguir subiendo
porque soy un hombre importante, quítate de la escalera que quiero pasar y ver
el mundo desde el cielo". Ella sonrió con sus múltiples caras, que
reflejaban a todas las mujeres del universo, y cada una tenía una sonrisa
particular y especial. Ella se echó a un lado y dejó que el hombre se asomará
por detrás del sillón. El hombre no esperó ni a que se retirara, impetuoso miró
lo que le esperaba detrás del trono, entonces fue cuando descubrió que no había
más escaleras, sino un gran precipicio y allí todas las penas del universo.
La
visión de todo aquello lo dejó tan impresionado que afligido se sentó en el
sillón y comenzó a llorar amargamente, pero al verse en el trono se calmó y le
habló a la anfitriona "- Oye mujer, dame mi corona, que ahora este trono
es mío, soy un hombre importante y merezco este trono", la mujer le miró
con pena, y le dijo así con una voz firme pero melodiosa "- ¿dónde está tu
corona?, Yo solo veo un montón de miguitas de colores en el suelo, no hay
corona" El hombre se dejó llevar por la ira al ver que unos gorriones se habían
comido su gran tesoro y comenzó a gritar exigiendo su corona.
La mujer metió sus pies en el lago repleto de
estrellas, inmediantamente una luna en forma de sonrisa se puso en su cabeza.
La mujer parecía más majestuosa que cuando estaba sentada en el trono. Sintió
lastima del hombre que tenía un berrinche de un niño pequeño. Durante mucho
rato no le habló, solo dejó que se recreara en su dolor, sentado en el sillón
que no era ni si quiera un trono.
Dejó pasar
el tiempo, por fin pudo ver que el hombre iba remitiendo en su berrinche y
estaba distraído mirando como ella movía los pies dentro del lago de estrellas.
La luna brillaba como nunca sobre su cabeza, para dirigirse a él esta vez,
prefirió dejar fija la cara de una mujer mayor "- Hombre no quiero
reprocharte nada, pero te preguntaré que para qué te ha servido subir tan
rápido el zigurat si ahora no sabes estar" Él la miró y se dio cuenta que
había aprendido muy poco, porque había estado demasiado preocupado de exhibir
su corona, y ahora no tenía corona, ni escalera para seguir subiendo, solo
tenía un precipicio lleno de dolor y en frente una mujer vieja , un lago lleno
de estrellas donde esa extraña señora se lavaba los pies con una luna brillante
y sonriente sobre la cabeza. El hombre se sintió roto de dolor. Al levantar la
cabeza pudo ver que la cara de la mujer ahora era la de una niña que le habló
con entusiasmo "- Si quieres recuperar tu corona, solo tendrás que superar
una prueba: baja al precipicio y recoge tres causas del dolor en el mundo,
mételas en una bolsa mágica que te voy a dar y cuando regreses deberás
sumergirte en el lago de las estrellas. Dentro del lago hay un baúl y deberás
encerrar las tres penas y echar la llave, luego regresarás y tendrás tu
corona". El hombre recobró las fuerzas y las ganas pensando que la
petición de la persona aquella tan rara era un capricho, pero pensó que si lo
hacía le dejaría tranquilo y podría escaparse de allí por alguna escalera
escondida, eso sí, siempre hacía arriba.
El
hombre comenzó a bajar al precipicio, y según bajaba por la escarpada roca, se
iba viendo invadido por una pena terrible, se le iban poniendo por delante todas
las penas del universo y su ánimo vacilaba, buscaba donde agarrarse a la
desesperada para no caer al fondo, porque cada vez estaba más cansado y solo
tenía ganas de no continuar, de repente se sorprendió pensando en que alguien
le ayudaría, él que nunca había necesitado a nadie, ahora pensaba en una ayuda,
y recordaba a las personas que rodaban a su lado hechas redondas cochinillas
por las escaleras del zigurat, recordó que nunca se paró a ayudarlas, solo se
limitaba a esquivarlas, y esto le provocó mucha desazón, y quiso abandonar,
pero una voz a lo lejos cantaba "- Si dejas de bajar, la tristeza te
inundará, coge las tres penas, guárdalas y sube de una vez, ya" y así
tatareando, metió sus penas en la bolsa y comenzó a subir.
Cada
vez iba más ligero y pronto se halló en el trono de nuevo, buscó a la mujer con
la vista y no la vio, la luna ahora estaba redonda y completa sobre el lago.
Decidido se tiró al agua oscura para acabar con aquella aventura estúpida, y al
entrar a la misma se dio cuenta de que no había agua, nadaba en una especie de
aire espeso, que no le dejaba controlar los movimientos, a su lado las
estrellas se reían y le lanzaban sonrisas, pero no le hablaban, ni le ayudaban,
lejos de eso, lo enmarañaban todo, haciendo que todos sus esfuerzos por llegar
al fondo fueran inútiles, entonces cansado empezó a jugar con las estrellas,
las lanzaba unas contra otras y solo se escuchaban risas aquí y allá. De pronto
escuchó una voz que cantaba "- Si el baúl quieres encontrar, a la luz no
debes de mirar, cierra los ojos y busca dentro de ti, ya" El hombre cerró
los ojos y de momento estuvo tentado de volverlos a abrir, pero entonces pudo
advertir que estaba allí en un rincón, perdido, había un baúl cerrado, y que no
tenía llave, cerró los ojos muy fuerte y entonces pudo ver que el baúl se
abría, metió corriendo las penas y lo cerró con su férrea voluntad.
Entonces
comenzó a subir y bajar, pero no sabía por dónde salir, el hombre seguía con
los ojos cerrados, y temía abrirlos por si se distraía con las alborotadoras
estrellas de nuevo. Por fin comprendió que debía de abrirlos y al hacerlo se
encontró flotando y con una gran luna llena en lo alto, las estrellas se habían
retirado a descansar. El hombre pensó en lanzar una cuerda a la luna y así
poder salir del líquido viscoso, pero no podía, no tenía cuerda. La luna seguía
arriba brillante y oronda sin ni si quiera advertir que él estaba allí. Tan
cansado estaba que se durmió. Soñó que la luna bajaba a por él y lo mecía entre
su brazos, pero en ese momento se despertó, estaba en el sillón y la mujer
mágica, que esta vez tenía la cara de una hermosa mujer, le dijo "- Ya
puedes irte, has cumplido con lo pactado"
El
hombre se sintió triste por un instante; pero inmediatamente preguntó con voz
soberbia "- ¿Y mi corona?" La mujer le sonrió y cambió su cara a la
de la mujer mayor, le dijo con voz inflexible pero dulce "- ¿La
necesitas?" Entonces el hombre comprendió que no, que sin corona había
vencido a la melancolía, había vencido su soberbia, había vencido a su
tentaciones, había vencido al miedo, a la pereza, a la codicia, comprendió que
ya no necesitaba una corona y comenzó a descender del zigurat por donde había
venido, con la única idea de subir a otro zigurat, y a otro pero sin corona. La
mujer por fin recuperó su sillón, quise decir trono, quise decir
sillón....Metió los pies en el lago de las estrellas, dejó sus penas a la
espalda, y se dejó acariciar por la luz de la luna. Su única misión era ayudar
a los caminantes que habían perdido su corona.
M Yolanda
García Ares- La corona de golosinas