miércoles, 3 de septiembre de 2014

La corona de golosinas



                                                                                  

Había una vez un hombre que tenía una corona, era una corona muy apetitosa porque era de chocolate y golosinas y todos a su alrededor se sentían atraídos por ella. A cada merito que el hombre obtenía con su buen hacer, la corona aumentaba de tamaño, y según iba sumando éxitos y chucherías, más y más personas se agolpaban a su alrededor.
Un día vio un zigurat muy alto que tenía muchas escaleras. El hombre pensó que ya estaba preparado para subir hasta arriba y comenzó a ascender. De vez en cuando, como no iba solo, se paraba y se dirigía a alguien de su alrededor y les hablaba de este modo "- Hola, soy un hombre importante y tengo una corona, todos debéis de adorarme y de alabarme porque soy un hombre muy importante" y de esta forma se iba rodeando de personas que lo idolatraban y se iban comiendo sus chucherías, que él daba generosamente contar de que le rodeara mucha gente. A su alrededor veía rodar algunas personas hasta abajo del todo una y otra vez, una veces por cansancio y otras veces por falta de apoyo; él no se dignaba ni si quiera a ayudarlos  porque él llevaba una corona y podía perderla al agacharse. Tenía que cuidar su corona porque era su gran tesoro. Sin su corona nadie le querría.
Un día en su escalada, el hombre habló con una mujer a la que no conocía "Hola, soy un hombre importante y tú no sabes quién soy, pero como soy tan importante que debes de quedar conmigo para cenar", la mujer lo observó durante largo rato, y le dijo, solo puedo estar contigo este día, ósea hoy, los demás días me es imposible, además tendrás que dejar tu corona a un lado porque las personas que vienen a compartir mi mesa deben de estar todos a la misma altura, el hombre se rio de semejante ocurrencia y decidió ir a la cita con su corona, la mujer pensó mientras que nunca más lo vería. Ella siguió subiendo lentamente el zigurat, adquiriendo más y más sabiduría pero por la noche el hombre acudió día a la cita, el hombre y la mujer se saludaron amistosamente pero con reservas, cada uno se dejó su espacio, y se observaron disimuladamente un buen rato. Cuando se hubieron reconocido, por fin el hombre dejó a un lado, aunque no muy lejos, su corona y fue capaz de ser uno más en aquella mesa de amigos. Una vez terminó la reunión que fue muy agradable y amistosa, ambos estaban satisfechos del encuentro pero se despidieron con cierta pena y pensando en la posibilidad de no volverse a encontrar. El hombre cogió de nuevo su corona y se la encajó bien en la cabeza en el regreso a su casa. Iba pensando, nunca más me quitaré la corona.
Así que siguió subiendo escaleras y siguió encontrándose con gente y siguió presumiendo de que tenía una corona muy grande, pero según subía se sentía más cansado. Al llegar arriba del todo al pasar mucho tiempo, se encontró con una sorpresa. En la parte de arriba del zigurat había una mujer sentada en un trono, era una mujer mágica a la que cambiaba la cara constantemente, vamos a decir que era una mujer con la cara de todas las mujeres del mundo. A los pies del trono había un lago lleno de estrellas y encima de su cabeza una luna como una sonrisa. El hombre se sentó agotado en el borde del lago y absorto por lo que veía no supo cómo reaccionar, así que se quitó la corona y la dejó a un lado recordando la cena con la anterior mujer que no sabía por qué le recordaba mucho a esta aunque tuviese todas las caras de las mujeres del mundo.
El hombre por fin se dirigió a ella de este modo "- mujer, quiero seguir subiendo porque soy un hombre importante, quítate de la escalera que quiero pasar y ver el mundo desde el cielo". Ella sonrió con sus múltiples caras, que reflejaban a todas las mujeres del universo, y cada una tenía una sonrisa particular y especial. Ella se echó a un lado y dejó que el hombre se asomará por detrás del sillón. El hombre no esperó ni a que se retirara, impetuoso miró lo que le esperaba detrás del trono, entonces fue cuando descubrió que no había más escaleras, sino un gran precipicio y allí todas las penas del universo.
La visión de todo aquello lo dejó tan impresionado que afligido se sentó en el sillón y comenzó a llorar amargamente, pero al verse en el trono se calmó y le habló a la anfitriona "- Oye mujer, dame mi corona, que ahora este trono es mío, soy un hombre importante y merezco este trono", la mujer le miró con pena, y le dijo así con una voz firme pero melodiosa "- ¿dónde está tu corona?, Yo solo veo un montón de miguitas de colores en el suelo, no hay corona" El hombre se dejó llevar por la ira al ver que unos gorriones se habían comido su gran tesoro y comenzó a gritar exigiendo su corona.
 La mujer metió sus pies en el lago repleto de estrellas, inmediantamente una luna en forma de sonrisa se puso en su cabeza. La mujer parecía más majestuosa que cuando estaba sentada en el trono. Sintió lastima del hombre que tenía un berrinche de un niño pequeño. Durante mucho rato no le habló, solo dejó que se recreara en su dolor, sentado en el sillón que no era ni si quiera un trono.
Dejó pasar el tiempo, por fin pudo ver que el hombre iba remitiendo en su berrinche y estaba distraído mirando como ella movía los pies dentro del lago de estrellas. La luna brillaba como nunca sobre su cabeza, para dirigirse a él esta vez, prefirió dejar fija la cara de una mujer mayor "- Hombre no quiero reprocharte nada, pero te preguntaré que para qué te ha servido subir tan rápido el zigurat si ahora no sabes estar" Él la miró y se dio cuenta que había aprendido muy poco, porque había estado demasiado preocupado de exhibir su corona, y ahora no tenía corona, ni escalera para seguir subiendo, solo tenía un precipicio lleno de dolor y en frente una mujer vieja , un lago lleno de estrellas donde esa extraña señora se lavaba los pies con una luna brillante y sonriente sobre la cabeza. El hombre se sintió roto de dolor. Al levantar la cabeza pudo ver que la cara de la mujer ahora era la de una niña que le habló con entusiasmo "- Si quieres recuperar tu corona, solo tendrás que superar una prueba: baja al precipicio y recoge tres causas del dolor en el mundo, mételas en una bolsa mágica que te voy a dar y cuando regreses deberás sumergirte en el lago de las estrellas. Dentro del lago hay un baúl y deberás encerrar las tres penas y echar la llave, luego regresarás y tendrás tu corona". El hombre recobró las fuerzas y las ganas pensando que la petición de la persona aquella tan rara era un capricho, pero pensó que si lo hacía le dejaría tranquilo y podría escaparse de allí por alguna escalera escondida, eso sí, siempre hacía arriba.
El hombre comenzó a bajar al precipicio, y según bajaba por la escarpada roca, se iba viendo invadido por una pena terrible, se le iban poniendo por delante todas las penas del universo y su ánimo vacilaba, buscaba donde agarrarse a la desesperada para no caer al fondo, porque cada vez estaba más cansado y solo tenía ganas de no continuar, de repente se sorprendió pensando en que alguien le ayudaría, él que nunca había necesitado a nadie, ahora pensaba en una ayuda, y recordaba a las personas que rodaban a su lado hechas redondas cochinillas por las escaleras del zigurat, recordó que nunca se paró a ayudarlas, solo se limitaba a esquivarlas, y esto le provocó mucha desazón, y quiso abandonar, pero una voz a lo lejos cantaba "- Si dejas de bajar, la tristeza te inundará, coge las tres penas, guárdalas y sube de una vez, ya" y así tatareando, metió sus penas en la bolsa y comenzó a subir.
Cada vez iba más ligero y pronto se halló en el trono de nuevo, buscó a la mujer con la vista y no la vio, la luna ahora estaba redonda y completa sobre el lago. Decidido se tiró al agua oscura para acabar con aquella aventura estúpida, y al entrar a la misma se dio cuenta de que no había agua, nadaba en una especie de aire espeso, que no le dejaba controlar los movimientos, a su lado las estrellas se reían y le lanzaban sonrisas, pero no le hablaban, ni le ayudaban, lejos de eso, lo enmarañaban todo, haciendo que todos sus esfuerzos por llegar al fondo fueran inútiles, entonces cansado empezó a jugar con las estrellas, las lanzaba unas contra otras y solo se escuchaban risas aquí y allá. De pronto escuchó una voz que cantaba "- Si el baúl quieres encontrar, a la luz no debes de mirar, cierra los ojos y busca dentro de ti, ya" El hombre cerró los ojos y de momento estuvo tentado de volverlos a abrir, pero entonces pudo advertir que estaba allí en un rincón, perdido, había un baúl cerrado, y que no tenía llave, cerró los ojos muy fuerte y entonces pudo ver que el baúl se abría, metió corriendo las penas y lo cerró con su férrea voluntad.
Entonces comenzó a subir y bajar, pero no sabía por dónde salir, el hombre seguía con los ojos cerrados, y temía abrirlos por si se distraía con las alborotadoras estrellas de nuevo. Por fin comprendió que debía de abrirlos y al hacerlo se encontró flotando y con una gran luna llena en lo alto, las estrellas se habían retirado a descansar. El hombre pensó en lanzar una cuerda a la luna y así poder salir del líquido viscoso, pero no podía, no tenía cuerda. La luna seguía arriba brillante y oronda sin ni si quiera advertir que él estaba allí. Tan cansado estaba que se durmió. Soñó que la luna bajaba a por él y lo mecía entre su brazos, pero en ese momento se despertó, estaba en el sillón y la mujer mágica, que esta vez tenía la cara de una hermosa mujer, le dijo "- Ya puedes irte, has cumplido con lo pactado"
El hombre se sintió triste por un instante; pero inmediatamente preguntó con voz soberbia "- ¿Y mi corona?" La mujer le sonrió y cambió su cara a la de la mujer mayor, le dijo con voz inflexible pero dulce "- ¿La necesitas?" Entonces el hombre comprendió que no, que sin corona había vencido a la melancolía, había vencido su soberbia, había vencido a su tentaciones, había vencido al miedo, a la pereza, a la codicia, comprendió que ya no necesitaba una corona y comenzó a descender del zigurat por donde había venido, con la única idea de subir a otro zigurat, y a otro pero sin corona. La mujer por fin recuperó su sillón, quise decir trono, quise decir sillón....Metió los pies en el lago de las estrellas, dejó sus penas a la espalda, y se dejó acariciar por la luz de la luna. Su única misión era ayudar a los caminantes que habían perdido su corona.



                                   M Yolanda García Ares- La corona de golosinas