miércoles, 25 de septiembre de 2013

La mujer que subía montañas (pequeño cuento)



Había una vez una mujer que era frutera y a la que gustaba subir montañas; más de una vez tenía que escuchar a algunos clientes que comentaban acerca de su hobby las más variopintas opiniones. Un día llegó un extranjero que escuchó sobre su gusto y le preguntó a la vez que le compraba unos melocotones:

Sé que le gusta subir montañas; pero las montañas las hay de muchas clases, me gustaría saber cuál sería su predilección:

¿Subir una montaña de nieve?- la frutera sonrió

¿Subir una montaña de oro?- la frutera frunció el ceño

O ¿subir una montaña de boñigas de vaca?

La dependienta, bajó la cabeza pensando unos segundos y mientras el señor comía un melocotón le contestó:

. Yo no subiría una montaña de nieve, porque subiendo podría congelarme y no sentir ni mis manos ni mis pies. Y además una vez arriba podría helarme hasta la muerte, y al bajar podría descongelarse la nieve con el sol y morir ahogada entre hermosas cascadas o bajo un alud.

Yo no subiría una montaña de oro – el hombre arqueó la cejas – porque mientras suba, habrá mucha gente que querrá verme y al ver la montaña de oro querrá llevarse un trozo, y así nunca llegaría a la cima, porque la cima estaría cada vez más cerca del suelo.

El hombre asombrado le preguntó sin dejar que siguiera hablando:

¿Entonces deduzco que a usted le gustaría subir una montaña de boñigas de vaca? Porque le recuerdo que debe de elegir una montaña.

La mujer sonrió y le alcanzó una bonita pera verde:

No señor, no me gusta subir sobre boñigas de vaca; pero si tengo que elegir, la subiría sin dudar – el hombre la miró muy asombrado y con la boca abierta- las boñigas de vaca huelen mal, es cierto; pero mantendrán alejados a mis enemigos y a las alimañas que quieran atacarme.

Las boñigas de vaca tienen paja en su composición en las que podré permanecer por la noche para dormir tranquila, calentita y escondida.

Y al llegar a la cima después de pasarlo tan mal con el olor de las boñigas, podré por fin respirar.

El hombre creyéndose más listo que la mujer le preguntó entonces:

¿Y te quedarías arriba? ¿No bajarías contar de no volver a pasar por el suplicio del olor?

La mujer lo miró con lastima y luego se rió:

No, para bajar lo haría rápido y veloz pues las boñigas de vaca son blanditas y sólo me dejaría caer y luego me daría un largo y caliente baño de espuma de melocotón!!

El hombre apreció su inteligencia y le pidió permiso para contar su historia, de esta forma ha llegado hasta nosotros.

La mujer siguió subiendo montañas, aunque nunca se vio en la necesidad de subir una de boñigas de vaca; aunque sí que se encontró alguna que otra mierda en el camino.

Autora: Mª Yolanda García Ares

Bailar vs El arte de matar


A las cinco de la tarde, el torero de luces sobre la arena, el festejo, la algarabía, la arena, la arena y el toro, la máquina de matar, el reto a vencer. Amo el baile, la danza, el cruce de miradas. Odio la sangre, el dolor, la boca abierta, los ojos vidriosos, el brillo zaino cruzado de ríos escarlata.

Si, eres un hombre, si, valoras su poder, dices que lo respetas, que lo amas; te he visto en el campo hablando de él, presumes de los cuidados que le das. Lo luces como un diamante en una vitrina. No es eso. Lo sabes. Sabes que a veces a la media tarde te vas, antes de que el sol se hunda cuando el coso es tuyo, antes de dormir, dices que es para entrenar. Entonces ya sólo es el baile, no hay dolor, ni sangre, tampoco hay reto, ni demostraciones de poder, no tienes que apagar sed de nada ni de nadie. No brilla el oro, sólo el sol que ya apenas tiene fuerza. Entonces bailas con él, solo en la danza, cruzáis las miradas, él te pide explicaciones y tú mientras le firmas con una verónica, le explicas en silencio, sin palabras que es tu trabajo, que es lo que exige tu apoderado, el público. Admites que no te gusta, que hace tiempo que no lo disfrutas. Sabes que no sólo tiras de las oraciones antes de salir al ruedo, necesitas esa retahíla de “ayudas”, excusas de un dolor inexistente. Entonces el sol va apagándose, él baja el testuz, sabes que entonces toca el arte de matar, desvías el estoque de madera a un lado. El monstruo enseña entonces su nobleza, se echa a un lado raspa el albero sin peinar, está jugando a la bestia y te deja escapar de una carrerita, como un chiquillo. Te mira, baja el testuz, te dice que mañana estará disponible, o pasado, o su hijo o el hijo de sus hijos. Da igual. Baja el testuz, sabe que le toca el arte de matar. Se ha acabado la danza, el sol ya se ha ocultado, vuelve al redil, tú a casa, a hacer como que eres feliz con tu trabajo. Esta noche como tantas sabes que tu trabajo es ser verdugo y no torero. Sueñas con danzar, con bailar; pero nadie entendería tu arte, porque tu apoderado te recuerda, que lo tuyo es el arte de matar.