jueves, 17 de abril de 2014

El hogar, una carcel hipotecada

                                                                              

 
Es triste pensar en la situación que vivimos un sinfín de personas en este país, que creímos en una vida mejor, que creímos en el progreso y sobre todo que confiamos en nuestro sistema gubernamental y bancario. Me desespera ver el interminable goteo de las personas que son desalojadas de sus casas por temas de impago, un goteo interminable, que empieza a no ser goteo sino un chorro de agua ponzoñosa y embarrada, agua turbia y sucia que no sirve nada más que para enlodar  un futuro ya presente, la convivencia de los ciudadanos. Ciudadanos a los que el sistema se empeña en alinear en clases paralelas de primera, segunda, tercera y aseguraría hasta cuarta categoría. Se ensanchan los vacíos, se crea más distancia entre las personas, y se nos presenta esa delgada línea de vago sostenimiento económico donde si uno cae de un lado es que está loco y si cae del otro, sencillamente está muerto.
El que creíamos un hogar, la casa de uno, el lugar de seguridad y de desarrollo personal pasa a ser una cárcel donde el único trabajo a desarrollar es el de sentarse a esperar si vas a ser el siguiente en caer de la cuerda. Implorar a cada segundo si habrá dinero el mes que viene para pagar un recibo más, si habrá para pagar la disminuida cesta de la compra. La luz, el gas y el agua han pasado a ser mercancía de lujo y adquirir pan o leche, un sueño a alcanzar en muchas familias. La tortilla ha dado la vuelta, ya no hay quién permanezca de pie en la cubierta. El barco hace aguas por todos lados, las familias al pie de la desesperación más absoluta.
Mientras, los políticos se empeñan en vivir sus lejanas vidas paralelas, allí desde donde no se ve ninguna realidad. Se sientan a negociar por veinte casas, y prometen llevarse bien. ¿Quién dotará de casas a los más de un sinfín de personas que están perdiendo sus casas día a día? No son veinte, son muchísimas más. ¿Quién dotará de una solución final a las más de un innombrable número de ciudadanos, que estamos aguantando callados, sobre la cuerda floja, los pagos de una hipoteca carcelaria, de unos créditos personales cercenantes? ¿Quién pondrá fin a toda esta situación esclavista del sistema, en la cual uno trabaja para pagar, y paga para no poder vivir? Eso si,  podrán quitárnoslo todo, pero la palabra, la palabra no nos la quitarán.