Era una mujer hermosa como todas las mujeres, alta, risueña,
encantadora, como todas las mujeres. Era pequeña como una semilla de lechuga en
sus primeros cinco días; pero sus raíces crecían sin ella tomar conciencia de
sí misma. Ella como todas las mujeres, quería coger la luna con las manos, y
mirar al sol de frente sin pestañear ni dos veces seguidas. Entonces fue cuando
todo se precipitó, y como casi todas las mujeres, creció de pronto, se hizo
adulta así sin ser avisada apenas. Subió montañas y nadó en los mares y se
sintió cansada, y anciana, y de vuelta. Se olvidó de mirarse en los espejos
como casi el resto de las mujeres que crecen de golpe, y se olvidó de sí misma,
tanto se olvidó que no se encontraba ni por patio ni por azotea.
Un buen día caminaba distraída, mirando el cielo, mirando el
mar, mirando un libro, mirando otro libro y descubrió un camino para andar
lleno de palabras. Paseó por las letras, y se dejó abrazar por ellas y el
abrazo fue cálido, fue apasionado, fue guerrero…Entonces se levantó de la cama,
de la silla, del sillón, de la mirada lánguida a la ventana, de la envidia
insana; se levantó del cuadro móvil, de la mirada perdida. Se bajó del guindo,
se asomó al espejo, y ¡buff! no le gustó lo que vio, como a casi ninguna mujer.
Y se vio mayor, pasada de vuelta, fuera de moda, acabada…
Entonces huyó de nuevo a las letras, se escondió en ellas,
se dejó arropar. Las letras eran sus amigas, la entendían, la escuchaban, la
acompañaban, la animaban a mirarse al espejo y le daban buenos consejos, mejor
que los que le daban sus amigas, sus hermanas, o su madre. Entonces un día se
dio cuenta de que el espejo se había hecho su amigo, se miraron de frente, se
reconocieron, se dieron la mano, se reconciliaron; se perdonaron los errores,
los fallos, los defectos. Entonces la mujer se dio cuenta de que no era tan
mayor, ni tan desvencijada, ni tan obsoleta y que al abrir la puerta de la
habitación de las letras, había un mundo fuera; todo un mundo por explorar y
descubrió que en ese camino había algo que no todo el mundo poseía. Descubrió
que su camino estaba cuajado de sueños por cumplir, algunos fáciles, otros no;
algunos factibles, otros no; pero eran sus sueños y ella y su espejo no iban a
permitir que nadie les robara ni uno sólo de aquellos sueños. Ella comenzó a
caminar como casi todas las mujeres que leen y se miran a un espejo que es su
amigo, un pasito detrás y otro delanteJ.