martes, 24 de septiembre de 2013

Una vez conocí una mujer


Era una mujer hermosa como todas las mujeres, alta, risueña, encantadora, como todas las mujeres. Era pequeña como una semilla de lechuga en sus primeros cinco días; pero sus raíces crecían sin ella tomar conciencia de sí misma. Ella como todas las mujeres, quería coger la luna con las manos, y mirar al sol de frente sin pestañear ni dos veces seguidas. Entonces fue cuando todo se precipitó, y como casi todas las mujeres, creció de pronto, se hizo adulta así sin ser avisada apenas. Subió montañas y nadó en los mares y se sintió cansada, y anciana, y de vuelta. Se olvidó de mirarse en los espejos como casi el resto de las mujeres que crecen de golpe, y se olvidó de sí misma, tanto se olvidó que no se encontraba ni por patio ni por azotea.


Un buen día caminaba distraída, mirando el cielo, mirando el mar, mirando un libro, mirando otro libro y descubrió un camino para andar lleno de palabras. Paseó por las letras, y se dejó abrazar por ellas y el abrazo fue cálido, fue apasionado, fue guerrero…Entonces se levantó de la cama, de la silla, del sillón, de la mirada lánguida a la ventana, de la envidia insana; se levantó del cuadro móvil, de la mirada perdida. Se bajó del guindo, se asomó al espejo, y ¡buff! no le gustó lo que vio, como a casi ninguna mujer. Y se vio mayor, pasada de vuelta, fuera de moda, acabada…


Entonces huyó de nuevo a las letras, se escondió en ellas, se dejó arropar. Las letras eran sus amigas, la entendían, la escuchaban, la acompañaban, la animaban a mirarse al espejo y le daban buenos consejos, mejor que los que le daban sus amigas, sus hermanas, o su madre. Entonces un día se dio cuenta de que el espejo se había hecho su amigo, se miraron de frente, se reconocieron, se dieron la mano, se reconciliaron; se perdonaron los errores, los fallos, los defectos. Entonces la mujer se dio cuenta de que no era tan mayor, ni tan desvencijada, ni tan obsoleta y que al abrir la puerta de la habitación de las letras, había un mundo fuera; todo un mundo por explorar y descubrió que en ese camino había algo que no todo el mundo poseía. Descubrió que su camino estaba cuajado de sueños por cumplir, algunos fáciles, otros no; algunos factibles, otros no; pero eran sus sueños y ella y su espejo no iban a permitir que nadie les robara ni uno sólo de aquellos sueños. Ella comenzó a caminar como casi todas las mujeres que leen y se miran a un espejo que es su amigo, un pasito detrás y otro delanteJ.


Querida señora de Gospedal


Me asombra ver como su falta de recursos lingüísticos le llevan a hacer de una cosa de tanta trascendencia histórica y evolutiva como es la “heterogeneidad social” un concepto burgués, que se limita a compararse como mujer, sólo con el elemento más a la mano que tiene, el hombre. No querida ministra, las mujeres no queremos ser hombres, y las que quieren serlo ya tienen a su mano una operación mágica que consigue que sean felices y se identifiquen con el género que sienten en su interior; por cierto, muy criticada y vilipendiada por su opción política.

La heterogeneidad social respecto a la mujer va mucho más allá, va a que los organismos ejecutivos se hagan cargo de que todos los derechos en la mujer son iguales, pero no se debe de unificar a criterio de “o a todas, o a ninguna” porque evidentemente las necesidades, económicas, sanitarias, de trabajo, de educación… de todas las mujeres no son las mismas, aunque si tienen que ver con su evolución social como ente único, el género femenino.

Usted, a la que veo algo acomodada y falta de visión social, le explicaría que no es lo mismo vivir en una casa con un nivel económico estable y acomodado, y vivir en el pueblo más perdido de la tierra, ayudando a tus padres a cuidar el campo y estudiar una carrera de matemáticas; no, no es lo mismo. Tampoco es lo mismo, dotar a una mujer separada por maltrato físico con cuatro hijos de sanidad gratuita, sobre todo en temas de infancia; que dotar a una mujer que trabaja junto a usted, tiene tres pisos en Madrid y encima cobra dietas de alojamiento; eso evidentemente no es lo mismo y así podríamos seguir, pero para no alargarnos, concluiré.

Aquí en España, se tiene un sentido antiguo y retrogrado de cuadricula reticular equilibrada de dos por dos -un sentido anticuado y romano de ciudadanía- que no sé si usted es capaz de constatar nunca son cuatro. Nuestra sociedad, sigue entrando por el ojo estrecho de una aguja imposible, de “todos a una como en Fuenteovejuna”; pero solo para la boca ancha; para la boca estrecha, entonces  queremos ser iguales, pero no queremos ser hombres – perdone señora Cospedal que me ría – no somos iguales, nuestra homogeneidad se limita al que somos féminas, todas, no me haga entrar en la evidencia nada sutil de que todas tenemos dos tetas, y un órgano femenino que nos define como tal. Nuestra heterogeneidad de ente vivo, orgulloso de sus diferencias, sobreviviente de sus limitaciones impuestas o no, nuestra mezcla define una figura interminable, e infinita de puntos independientes y únicos, originales. Para constatarlo sólo tiene usted que pararse a observar el dibujo que hace los bordes infinitos de cualquiera de las manifestaciones que su gobierno se niega a escuchar; sigan así, van a saber lo que es la heterogeneidad de criterio; tristemente algún día, quizás no tan lejano.

A todo esto y mucho más, le diría señora, que lea, lea un poco, gaste un poco de su escaso tiempo en aumentar su vocabulario y sobre todo lea acerca de la humanidad, la sociedad, la mujer. Leer le ayudará a estar relajada y a no meter tanto la pata cuando quiere parecer culta, porque es una triste pena, que usted que lo ha tenido todo, no haya aprovechado ese tener, para ser. Cuantas, si hubiesen tenido sus mismas posibilidades no hubiesen desaprovechado ni media gota de saber, y hubieran defendido con dignidad su cargo. Y permítame que le diga que hoy más que nunca estoy orgullosa de ser mujer,  de preservar mi heterogeneidad social, y de por supuesto no parecerme a usted.  

Prohibido maltratar al lector


No dejo de contemplar, cuando busco entre los artículos de algún periódico más o menos local, o entre las críticas de algún compañero escritor; la pluma afilada, la ironía limpia y mordaz, la crítica hechicera y traviesa que nos haga sonreír de medio lado. Lo que digo viene al caso, porque en la crítica siempre era dónde se percibía más la maestría pura del escritor. Allí dónde se decía "digo" y era "diego”, donde la redacción del escrito desarrollaba el colorido literario, para no llamar a las cosas por su nombre pero darlo claramente a entender sin ofender ni al nombrado ni al lector. Parece ser que hemos olvidado las formas hasta en la literatura, y hemos dejado que la grosería, que el llamémosle mal gusto invadan no sólo nuestros periódicos, sino también la literatura narrativa, y por supuesto la crítica. Sin dejar de observar, que tanta habladuría fácil o el uso de tanta coletilla común no oculta más que una gran falta de vocabulario. Quiero pensar, con una utópica esperanza; que tanta palabreja de mal gusto sacada de la inmundicias dialectales del diccionario no vengan más que a ser parte del desahogo del escritor  por su impotencia por las cosas que pasan ante sus ojos, sin poderlas evitar, al fin y al cabo el escritor no deja de ser un ser humano, cuyo sentir cotidiano, deja escapar de forma más o menos inteligente e inteligible a través de su mano al papel. Aún así, no dejo de contemplar con cierta pena, que quien más usa este tipo de términos reusados ,cotidianos y tanto insulto a ras de "barrio" lo hace de forma banal y distraída sin ocuparse siquiera de un radio, ni temporal ni espacial, de más de diez kilómetros. Me gusta usar un lenguaje accesible y cotidiano, entendible, a veces no es fácil no perderse en la retórica, en el regodeo estilístico, en la palabra encumbrada, en la frase interminable repleta de conexiones lingüísticas que hacen el texto bello e inalcanzable; pero el escritor crítico se debe a su público, y el público atorado de problemas, necesita un texto diáfano y fácilmente entendible; pero no creo que necesite un texto que le soliviante, que le maltrate, ni que le haga de menos respecto al escritor; el que no es más que un arma para transmitir al resto del mundo lo que piensan miles de nuestro lectores que no tienen la posibilidad de esgrimir una pluma ni ser magos de la palabra. Como a ellos nos debemos, tratémosles pues con respeto, y disfrutemos con el gusto de jugar con la palabra, llamando a la cosas como hay que llamarlas, pero sin parecer burdos, ni vulgares porque usando ese tipo de terminología hacemos burdos y vulgares a quien tiene la deferencia de leer nuestros escritos.


El tipo de turismo que queremos en nuestras playas


El otro día estábamos mi pareja y yo en un trocito de playa que habíamos podido mendigar a los turistas. Solemos ir a media tarde; cuando va bajando la afluencia de público, aún así era un día caluroso y había muchísima gente. Alrededor nuestro había una familia con seis niños de entre cinco y diez años. La criaturitas no paraban de gritar, usar un lenguaje “nada” infantil, y reñir entre ellos. Para que no les molestasen los padres les dieron chucherías  que los niños entre grito y grito siguieron desparramando por el suelo, los plásticos volaban con el aire y llegaban hasta las toallas de todos los de alrededor. Luego, empezaron una batalla entre adultos y pequeños que prometía ser hasta divertida, pero lejos de eso se convirtió en una batalla de arena que llegó hasta el arco del triunfo de Paris, si es que no llegó un poquito más lejos. Allá por las nueve de la noche y después de que tres mocosos pilila en ristre mearan haciendo dibujitos por la arena mojada, bajo la atenta “risotada” de sus orgullosos padres; decidieron irse. Nosotros dábamos gracias a dios y a todos los santos de tan sabia decisión y esperábamos atentos para poder disfrutar de nuestra playa, ya llena de gaviotas, hasta las diez. Recogieron sin cuidado ninguno un sinfín de bártulos, y aparte de volvernos a llenar de arena a todos los de alrededor, que aún no éramos pocos, pudimos observar con cara de “vaya tela” como dejaban el lugar como si hubiesen estado en una cochiquera, en vez de en una playa de arenas blancas. Aún nos quedo ver como la mamá nos lanzaba una colilla encendida a los pies, mientras le decía al padre que hiciera su trabajo y cuidara a las “fieras”. Esto viene al caso de que vivo en una zona de playa al sur, las playas de Cádiz son ansiadas por miles de turistas por su blanca y fina arena que no se si saben que cuidan los ayuntamientos de la provincia para bien del turisteo, mientras nos cuecen al ciudadano de aquí, al que hemos mamado y vivido la playa desde chiquititos cocidos a impuestos y a restricciones. Tenemos una perrita a la que nos encanta llevar a la playa, la llevamos en invierno, cuando la playa está natural, el ayuntamiento se relaja, y la podemos disfrutar, suele estar “sucia” entonces de algas que las mareas traen hasta la orilla, y la costa huele a ese olor que cuantito subimos a Sevilla todos los gaditanos echamos de menos. Ese sabor salino en las aletas de la nariz. Nos gustaría llevar a nuestra perra en verano a la playa, y os puedo asegurar que mi perra tiene más educación que muchos que visitan nuestra costa todos los veranos, y a los que tratamos como reyes en pos del bien de la comunidad, porque vivimos y nos debemos cada día más, al turismo. Yo desearía que vinieran muchos turistas con perros y que esos turistas pudieran disfrutar nuestras playas con su mascota, porque sé que la gente que veranea con su animal, es otra calaña de gente, que no esa otra, que no tiene otra que aguantar al niño en verano, se dejó al abuelo en la residencia y posiblemente antes de salir para acá a su perro en la cuenta.