jueves, 12 de diciembre de 2013

La crisis y el precio de las chirimoyas (Historia recóndita de la atención al público en Cádiz)










Cádiz tiene tres avenidas con categoría de "avenidas" que marcan sus surcos en la parte moderna de la ciudad, yo las llamo cariñosamente con cierto sentido anticlerical que me caracteriza "el padre, el hijo y el espíritu santo". No hace falta explicar que el espíritu santo no es otra que la que se desliza paralela a la celestial Avenida de la Bahía. El padre es la avenida principal de Cádiz, la que desemboca en la santa madre de las Puertas de Tierra que guarda a la maravillosa y trimilenaria ciudad en sus entrañas. Al través de esta avenida se deslizan como en la mayoría de las ciudades de hoy en día un sinfín de sucursales bancarias, tiendas, hoteles, cafeterías, peluquerías, y todo tipo de servicios al consumidor que por ser esta ciudad a nivel económico de la categoría dos o tres, quizás rallando el cuatro, son asequibles a cualquier persona que quiera hacer uso de ellas. 
Dicho esto paso a relatar lo que me aconteció no hace muchos días. Soy persona algo insegura y cuando hago uso de determinados servicios, me gusta ir siempre al mismo sitio, donde puedo abusar de la paciencia de la gente que allí trabaja con mis manías y exigencias tontas que no puedo disimular, tengo un sinfín de ellas. Procuro dirimir esas pequeñas exigencias con una paciencia infinita , una sonrisa en la cara y una amabilidad exagerada que heredé de mi padre. Me siento orgullosa de mi fidelidad que no de firmas sino de lugares, y me vanaglorio de que hasta el día de ayer en todos los sitios me suelen tratar muy bien, aunque bromeo constantemente con aquello de que me hagan descuento por ser "cliente fija", descuento que por otra parte sólo consigo en una papelería del centro, que me hace un diez por ciento.
Es cierto que de un tiempo a esta parte y siguiendo la costumbre cada día más extendida a nivel ciudadano, debido a los tiempos que corren, tacañeo un poco y eso me hace estar a la defensiva, porque el dinero no crece en el naranjo de la puerta de mi casa, que mas quisiera. El caso es que a lo largo de el padre, se vierte un sinfín de "X"  sucursales de una franquicia muy conocida que disemina aquí y allá sus tiendecitas. Entro en ellas desde hace la friolera de hace más de veinte años, y aunque no soy de memorizar nombres, si lo soy de las caras y siempre procuro dar a cada uno lo que me da, hasta el día de ayer, amabilidad. En el día de ayer, no ayer mismo, sino un cercano ayer, me dio por ir a mi sucursal preferida de dicho franquiciado al que yo siempre he admirado por sus precios populares, su personal cualificado, y sobre todo porque la persona de éxito que lo lleva y todas las que allí trabajan son mujeres. Su éxito es como un poco el éxito de todas las gaditanas posibles empresarias del futuro que para cuando la gente en Cádiz tenga trabajo para gastar lo que gane y poder invertir en sus empresas femeninas, todas pongan en sus vidas el ejemplo de esta empresa o así pensaba yo hasta el día de ayer.
 Vamos, no me alargo más, entré y pedí, por un poné para contar algo pero no todo, una chirimoya. La chica me miró obnubilada : ¿una chirimoya?, me miró a la cara y me intentó vender mejor una naranja navelina, que eran de temporada y de mejor calidad. Yo le insistí: no, no, quiero una chirimoya más o menos del estilo de lo de siempre que no tengo ni mucho tiempo, ni mucho dinero. La disciplinada dependienta cumplió su trabajo y mientras me la servia con excelsa amabilidad y paciencia llegó su jefa, la empresaria que conozco hace más de veinte años. Una vez me sirvió la chirimoya, está quedó preciosa. No sé cómo lo hacen, pero en el momento de salir de esos sitios una sale con una chirimoya, contenta y casi cambiada en todos los aspectos. Me acerqué a pagar a la inteligente empresaria y he ahí que me cobra más de lo que yo estoy acostumbrada por mi manjar, le pregunto y me dice que es lo de siempre, yo le digo que no me ha puesto nada más que una chirimoya, ni mandarina, ni plátanos ni nada, ella insiste en que eso es el precio y yo como buena pagadora, aunque tacañeando un poco, pues salgo de allí ya no tan contenta como otros días con mi fruto dando vueltas en la cabeza. ¿Por qué tan caro? Me voy paseando para olvidar mis penas a otra de mis tienditas favoritas donde me ensimismo y relajo oliendo a papeles nuevos y comprando algún que otro cuaderno. La dependienta me oye suspirar, me pregunta, le explico la historia, le enseño la chirimoya y me dice: "pues no es para tanto" y me sugiere entrar en otra de la sucursales de la famosa franquicia gaditana que está justo allí al lado y que pregunte como quién no quiere la cosa, que cuánto valdría comprarle una chirimoya, que quiero una para la semana que viene. En un principio me parece la idea digna de una novela negra de Agatha Christie pero pensando en que al fin y al cabo me han tomado por tonta accedo al juego y adivinen, la chirimoya en cuestión cuesta casi la mitad de lo que me han cobrado. Me indigno no porque esté de moda sino porque me siento engañada, humillada, traicionada. Pido con elegancia poner una hoja de reclamaciones, me dicen que allí no, que en la otra tienda; pregunto que si es una franquicia, me dicen que si, me dicen que llaman a la empresaria, la llaman, me la ponen al teléfono, le pido explicaciones, estoy enfadada, sigo indignada. Me dice que es lo que hay, que mi chirimoya es de lujo, que va en papel de plata, que con eso y una bizcocho hasta mañana a las ocho. Le digo que yo no le he pedido papel de plata, pero que me lo está cobrando a precio de oro, que yo sólo quería una chirimoya mona y apañada, nada del otro mundo y que no me dolería tanto el sablazo si no hubiese sido tan descarado, tan abusivo y tan, tan, tan... me dice que vaya allí a discutir con ella, le digo que tuhermanalamayor, me dice que no me va a dar el dinero cobrado de más e injustificado, me grita, se me pone tonta, le digo que se quede con el dinero, con las sonrisas que le he dado a lo largo de más de veinte años, y no le digo que se quede con la famosa chirimoya porque la tengo en lo alto de la cabeza, que no discuto más con ella y por supuesto que ha perdido a una cliente de toda la vida. Cuelgo cabreada. Salgo de allí dejando a las pobres chicas atónitas de desesperación, lo más doloroso, dándome todas la razón. 
Me monto en el autobús, mientras éste recorre el padre hasta más allá de las Puertas de Tierra, voy pensando en qué ha pasado. Sólo tengo una explicación en mi cabeza, la franquicia ya no va tan bien como iba, en Cádiz la crisis está pegando bien fuerte y vender chirimoyas no es fácil, contra más naranjas navelinas, plátanos o piñas... Quiero pensar que necesita el dinero para remontar su empresa, quiero disculparla porque sé que no está fácil mantener una gran empresa hoy en día; pero si tuviese la oportunidad de darle un consejo a cualquiera que tenga una empresa de este tipo, le aconsejo que tome otro tipo de medidas de choque, que asfixiar y quedar mal con un cliente de toda la vida no le va a ayudar a remontar. Robar es robar sea de la forma que se haga y sea con la justificación que sea. Me da pena, no entraré más allí a disfrutar de mis chirimoyas, casi siempre tardías. No podré charlar de cosas acontecidas ayer y hoy con las niñas, ni saldré de allí orgullosa de mi chirimoya en la cabeza. Le deseo de todo corazón remonte esta etapa y pueda mantener su empresa a flote; pero le aconsejo como a una hija, que aplique la inteligencia como sabiamente había hecho hasta ahora y que en  vez de explotar al cliente se plantee cerrar una temporada o incluso algunos días esporádicos alguna de las sucursales si no las puede tener todas abiertas, que se plantee renunciar a ciertos lujos asiáticos que aplica en la tiendas, o que haga un plan de reactivación de empresa; pero que no se vuelva chabacana y vulgar robándonos y haciéndonos quedar fatal a los clientes.Y si alguna vez vuelve a las andadas tentada por la desesperación, espero que recuerde que empezó en una esquinita de la avenida a la que yo llamo el hijo de la carretera industrial de Cádiz, dónde sólo vivía gente humilde y trabajadora, casi toda del agónico Astilleros, y que esa gente pobre fue la que le encumbró para que hoy tenga lo que tiene como franquicia. Pienso que cuando las cosas van bien es fácil olvidarnos de dónde venimos, de nuestras raíces humildes; pero cuando la cosa no va bien, es bueno volver atrás y recordar de dónde viene uno, de esa forma regresa la humildad a nuestras vidas. Y ojalá que ese dinero que se quedó de forma injusta, por una maldita chirimoya con papel albal, haya sido con el único e inexcusable fin de no despedir ni una sola de sus trabajadoras de la filial.

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