martes, 1 de octubre de 2013

Hoy compré un " Cuaderno de Amor" rojo (Historias recónditas de la librerías de viejo de Cádiz)



Hoy compré un “Cuaderno de Amor” en una librería de estas que llaman de viejo. No sé si con la edad me ha dado por el romanticismo o al romanticismo le ha dado por mí, porque el libro rojo, no de un rojo cualquiera sino de ese rojo intenso tirando a coralino que suelen lucir en los labios las señoras de setenta que se niegan a parecerlos, se tiró a mis manos, yo lo eché a un lado, lo coloqué de nuevo en su lugar en la estantería, y seguí en mi impertinente búsqueda de descubrir libros de escritoras de la última mitad de siglo para acá. Descubrí un libro de Rosa Montero, y lo ojeé, mientras la mirada se me ladeaba hacia el libro carmesí, el impertinente libro terminó de nuevo en mis manos, lo curioseé, lo recoloqué de nuevo, seguí en mi búsqueda un poco más allá del rincón de aquel estante, me encontré con Susanna Tamaro, “Donde el corazón te lleve”, y el corazón insistente me llevó a aquel libro de poemas de aquel autor conocidísimo y que yo admiro desde hace muchos años; lo miré, le expliqué mentalmente que no era el momento, que estaba buscando “otras cosas”. Me imploró haciéndose el desvalido, inclinándose un poco a un lado. Miré su precio, escrito con lápiz en una esquina de la primera página en blanco, seis euros, ¿qué son seis euros? Una barra de pan, un paquete de arroz, una docena de huevos, un bote de tomate frito, quizás no llegara para el tomate, la comida de una patulea de doce niños con hambre. Seguí en mi búsqueda , Alborch “Solas”, debajo de ella a Alberti, “Marinero en tierra”, Al cabo de los catorce minutos que me he dado para buscar, estar mucho más sería muy peligroso, acumulo en mis manos tres libros: Marguerite Duras, Marguerite Yourcenar y Beauvoir ; le encargo dos más al encantador y paciente dependiente. Como una declaración de amor “a la literatura” le digo que si los encuentra me ponga un mensaje, sino haré caso omiso a su llamada. Ya pasan cerca de diecisiete minutos y el libro rojo, me sigue llamando desde el rincón, se ha dejado caer lánguidamente sobre el estante y se sostiene a duras penas, casi a punto de desfallecer sobre una edición desvencijada del Quijote. Lo sostengo de nuevo entre mis manos, me sonríe, lo abro, me implora  En el espacio y en el tiempo el corazón humano necesita de límites. Busca su aquí y su AHORA”, me sorprendo releyéndolo y mi cara debe de ser un poema “AHORA”. Lo pongo sobre el mostrador no sin un mohín de “por pesado” que el pobre dependiente no acaba de entender, pasan cuatro  minutos, y cinco libros sobre el mostrador y dos encargados para cuando aparezcan y lleguen, “por favor, recuerde, un mensaje”. Cojo mi bolsa triunfal, no sin un poquillo de rencor, catorce euros, acabo de dejar a dos docenas y media de niños sin comer por comprarme unos libros viejos. Llego a la parada, está llena de gente. Reviso mi compra. Llega el autobús, el que debía de coger no, el siguiente. Me apoltrono en un asiento que imagino, tengo mucha imaginación, tranquilo. Tomo el libro de  Yourcenar “- Sé hace mucho tiempo que una onza de inercia pesa más que un celemín de sabiduría”. Lo pongo en la bolsa. El libro rojo se me engancha implorante en la muñeca, me desabrocha el reloj, me enojo, mi vecina de asiento me mira extrañada.  Al fin el libro de poemas reposa en mi falda, suspiro y lo abro casualmente por donde descansan unos pétalos secos de rosa “Cuando se recupera lo que por un momento se creyó perdido, se reinaugura la creación entera. No hay nada deslumbrante como realojarse en un cuerpo, posesionarse de los rincones conocidos, tomar con tus manos lo que nunca más tendrías,…”. Se me pasa la parada, mi vecina me ve guardar el libro acelerada y se ríe de mí en mi cara. Por el camino a casa de una noche pre otoñal perfecta  rememoro  “… ¿COMO SUBIR LA difícil escala de lo espiritual sino por los peldaños de besos y caricias? ¿y qué amor sino el que nos es dado podremos usar como comparación ?…” El señalador improvisado continúa en el libro rojo, descansa entre las páginas doscientos ocho y doscientos nueve, duerme allí quizás implorando que alguna persona lea emocionada los versos que alguien quiso reseñar con los pétalos de una rosa seca y ajada. Yo no sé si soy la persona digna para leer esos versos, sólo sé que hoy me pasé la parada del autobús.