Hoy compré un “Cuaderno de Amor”
en una librería de estas que llaman de viejo. No sé si con la edad me ha dado
por el romanticismo o al romanticismo le ha dado por mí, porque el libro rojo,
no de un rojo cualquiera sino de ese rojo intenso tirando a coralino que suelen
lucir en los labios las señoras de setenta que se niegan a parecerlos, se tiró
a mis manos, yo lo eché a un lado, lo coloqué de nuevo en su lugar en la estantería,
y seguí en mi impertinente búsqueda de descubrir libros de escritoras de la
última mitad de siglo para acá. Descubrí un libro de Rosa Montero, y lo ojeé,
mientras la mirada se me ladeaba hacia el libro carmesí, el impertinente libro
terminó de nuevo en mis manos, lo curioseé, lo recoloqué de nuevo, seguí en mi búsqueda
un poco más allá del rincón de aquel estante, me encontré con Susanna Tamaro, “Donde
el corazón te lleve”, y el corazón insistente me llevó a aquel libro de poemas
de aquel autor conocidísimo y que yo admiro desde hace muchos años; lo miré, le
expliqué mentalmente que no era el momento, que estaba buscando “otras cosas”.
Me imploró haciéndose el desvalido, inclinándose un poco a un lado. Miré su
precio, escrito con lápiz en una esquina de la primera página en blanco, seis
euros, ¿qué son seis euros? Una barra de pan, un paquete de arroz, una docena
de huevos, un bote de tomate frito, quizás no llegara para el tomate, la comida
de una patulea de doce niños con hambre. Seguí en mi búsqueda , Alborch “Solas”,
debajo de ella a Alberti, “Marinero en tierra”, Al cabo de los catorce minutos
que me he dado para buscar, estar mucho más sería muy peligroso, acumulo en mis
manos tres libros: Marguerite Duras, Marguerite Yourcenar y Beauvoir ; le
encargo dos más al encantador y paciente dependiente. Como una declaración de
amor “a la literatura” le digo que si los encuentra me ponga un mensaje, sino
haré caso omiso a su llamada. Ya pasan cerca de diecisiete minutos y el libro
rojo, me sigue llamando desde el rincón, se ha dejado caer lánguidamente sobre
el estante y se sostiene a duras penas, casi a punto de desfallecer sobre una
edición desvencijada del Quijote. Lo sostengo de nuevo entre mis manos, me sonríe,
lo abro, me implora “En el espacio y en el tiempo el corazón
humano necesita de límites. Busca su aquí y su AHORA”, me sorprendo releyéndolo
y mi cara debe de ser un poema “AHORA”.
Lo pongo sobre el mostrador no sin un mohín de “por pesado” que el pobre
dependiente no acaba de entender, pasan cuatro
minutos, y cinco libros sobre el mostrador y dos encargados para cuando
aparezcan y lleguen, “por favor, recuerde, un mensaje”. Cojo mi bolsa triunfal,
no sin un poquillo de rencor, catorce euros, acabo de dejar a dos docenas y
media de niños sin comer por comprarme unos libros viejos. Llego a la parada,
está llena de gente. Reviso mi compra. Llega el autobús, el que debía de coger
no, el siguiente. Me apoltrono en un asiento que imagino, tengo mucha
imaginación, tranquilo. Tomo el libro de
Yourcenar “- Sé hace mucho tiempo
que una onza de inercia pesa más que un celemín de sabiduría”. Lo pongo en
la bolsa. El libro rojo se me engancha implorante en la muñeca, me desabrocha
el reloj, me enojo, mi vecina de asiento me mira extrañada. Al fin el libro de poemas reposa en mi falda,
suspiro y lo abro casualmente por donde descansan unos pétalos secos de rosa “Cuando se recupera lo que por un momento se
creyó perdido, se reinaugura la creación entera. No hay nada deslumbrante como
realojarse en un cuerpo, posesionarse de los rincones conocidos, tomar con tus
manos lo que nunca más tendrías,…”. Se me pasa la parada, mi vecina me ve
guardar el libro acelerada y se ríe de mí en mi cara. Por el camino a casa de
una noche pre otoñal perfecta rememoro “… ¿COMO
SUBIR LA difícil escala de lo espiritual sino por los peldaños de besos y
caricias? ¿y qué amor sino el que nos es dado podremos usar como comparación ?…”
El señalador improvisado continúa en el libro rojo, descansa entre las páginas
doscientos ocho y doscientos nueve, duerme allí quizás implorando que alguna
persona lea emocionada los versos que alguien quiso reseñar con los pétalos de
una rosa seca y ajada. Yo no sé si soy la persona digna para leer esos versos,
sólo sé que hoy me pasé la parada del autobús.
La lista de mis libros leídos me hace recordar, que la cultura y el manejo de la palabra solo se ven si escribes. Durante un largo periodo de mi vida, mientras mis amigas compraban chucherías, fruslerías y plata y oro, yo compraba libros que leía mendigándole horas al día y a la noche. Ahora se para qué serviría en un futuro el tesoro que yo guardaba tan celosamente. Mis libros,mis letras, mi tesoro.