lunes, 30 de diciembre de 2013

LLega el 2014!! ¡Guarda el Belén!


                                                                                




Estamos a fin de año, las reinas han llorado este año sin ningún tipo de consuelo, se inundaron las calles, se enfangó el mundo. El universo entero se apagó y todo amaneció deslucido, y sin sol. No hay llave mágica que arregle esto para dentro de veinticuatro horas. Los Reyes Magos manifestándose en la Puerta del Sol, el ángel anunciador en huelga de hambre y los pastorcillos se niegan a hacer ofrendas en el Portal. La estrella de Belén se ha opuesto de manera frontal a pasar por la tierra y ha preferido dar una vuelta alrededor de Saturno. El rio de plata sólo sirve para envolver chirimoyas, y los patos, y los cerditos están atrincherados tras una verja de espinos para que nadie los use de cena. Las ovejas balan demasiado alto, y tienen una montada que nunca dejan que haya paz en esta casa, balan porque no quieren ir todas vestidas iguales ¡qué cosas!, prefieren un look informal y nada de tacones. Al castillo después de los últimos acontecimientos estoy planteándome muy seriamente ponerle foso y rejas, y tomar prestados dos cocodrilos del vecino para que hagan de fieles guardianes de mi puerta, esa que ya nunca dejo abierta. Estamos a fin de año, el caos reina en el inframundo. He visto a la cotilla de Pandora asomarse de nuevo a la caja de los desastres del mundo, y la ha liado de nuevo, con el trabajito que nos costó guardarlo todo la última vez. A estas horas no hay nada solucionado. Hemos pedido socorro al cielo, y hemos invocado al Satán de los infiernos, por si hace algún trabajillo sucio que bajo cuerda arregle esto. Han desahuciado a Herodes, él que pensaba que era intocable y además su mujer, aquella tal Salomé, se ha ido de parranda con Juan el Bautista, del cual le vuelve loca la melena y la barba, él dijo de cortársela, ella que ni pensarlo y así andan los dos en su disputa pasional, un rato un beso y otro una mala cara; ella no para de decirle que si lo hace le cortará la cabeza. Que se acabe este año ya, que se vaya el trece a hacer parranda, que nos deje tranquilos, que vuelva, por lo que dios mas quiera, todo a su sitio. Que se vayan Montoro, Cospedal y Wert. Que se vayan urgentemente la crisis y el Pp. Guarda el Belén de una vez en la caja, que María se haga cargo de los camellos de los reyes y San José termine tomándose unos chupitos al ladito de el caganet. ¡Guarda 2013 por lo que más quieras!, ¡ya mismo!, el Belén. Agotaita me tenéis.

viernes, 27 de diciembre de 2013

A un amigo "Encaramado"



Te he visto algo "encaramado" a tus sueños
que no subido, que no aupado.
Me traes recuerdos de Talita suspendida en el aire , 
sobre la nada imposible, 
hacías equilibrios extraños con los pies
en una postura anudada a lo Cortazar
Te mantienes como haciendo surf 
sobre una tabla impetuosa en el agua fría,
demuestras tu maestría.
La palabra ágil, la letra íntima
Me empeño en reconocer al niño, al joven
Aquel que desaparecía tras la puerta 
aquel que pasaba despistado hacía la cocina... 
apenas saludaba.
Me dices que estás "encaramado" en tus sueños
que no subido, que no engreído.
Contemplo otra vez a Talita sobre los tablones
en la ventana
las piernas abiertas a horcajadas,
me sonrió.
Te presentas y hablas,
hablas. 
No estás "encaramado"
estás dónde mereces.
Aunque sea haciendo equilibrios extraños a lo Cortazar


jueves, 26 de diciembre de 2013

Un cuento de Navidad (para adultos a los que les gusta ser niños, para niños que piensan y llegarán a ser niños-adultos)

           



    
 Había una vez una reina que vivía en un castillo, no era una castillo cualquiera, no, era un semicastillo adosado de tres alturas la mar de mono. Por lo demás era un castillo muy típico con almenas, torreones, arcos, balcones, ventanas, ventanucos y puertas. Eso sí, con un defectillo, todas las puertas ¡estaban siempre abiertas! Por lo demás era un castillo en toda regla, cumplía todos los parámetros indispensables para ser un castillo habitable y confortable, sólo que a ratos hacía un poco de corriente.  Eso sí, era un castillo postmoderno, por lo que su arquitectura prescindía de cosas elementales como un foso pestilente, un par de cocodrilos glotones y tampoco tenía rejas, que ya no estaban de moda.

En el bonito palacio, vivía una reina muy hacendosa, el rey, sus dos hijos y un perro de aguas. El rey que era un rey muy preocupado por su reino iba a trabajar todos los días de ocho de la mañana a ocho de la tarde, como podeis observar era un rey superocupado, ¡ni qué contaros! Los niños iban al colegio porque tenía que aprender miles de cosas nuevas, además hacer amiguitos y cómo no, tenía que aprovechar el comedor y las actividades gratuitas, porque a pesar de que el rey trabajaba mucho, el sueldo era muy chico y no le llegaba para nada, así que por lo menos tenían beca de comedor y actividades.
Cuando todos se iban, la reina se quedaba cuidando a un níspero, una dama de noche alérgica y un naranjo algo alternativo al que le gustaba que le llamaran “cítrico” porque era más general el término. También la acompañaban dos rosales que discutían todo el día con dos geranios, una yerba-buena y un par de aloes llenos de pinchos.
Como podéis ver la reina nunca estaba sola. Ella tenía su vida. Limpiaba, salía, leía. Hacía muchas cosas, unas fuera y otras dentro del castillo. En esa casa todos eran muy independientes, cosa que traía muy distraídos a los vecinos, el que en una casa unos salgan y otros entren, salgan otra vez pero separados y luego juntos, y luego uno sí y otro no, eso siempre distrae mucho a los vecinos.
El caso es que la reina era una mujer moderna multidisciplinar, vamos que hacía mil y una cosas, todas de una en una, porque alguna vez que había intentado hacer varias a la vez se le habían hecho un lio y había terminado llorando por las esquinas, y cuando una reina llora eso es terrible, se inunda toda, toda la ciudad entera, y todo el mundo parece que tiene un nosequé que nada más que tiene ganas de llorar de pena. Así que la reina ya había aprendido a hacer las cosas una de cada vez como todo el mundo normal. Aunque de vez en cuando se le olvidaba e intentaba hacer lo menos tres y volvía a llorar cuando se le liaban, pero eso cada vez le pasaba menos porque después era una lata limpiar todo el fango de la ciudad.
El caso es que como vivía en un castillo que tenía las puertas abiertas tenía un pequeño problema, sólo podía salir cuando los demás estaban en casa, sino no podía salir. La reina se desesperaba, porque consideraba que estar encerrada en el castillo mientras los demás no estaban no era nada cómodo, además no podía hacer mil cosas que le gustaban. Tenía que esperar y esperar, y esperar mucho, mucho…
A la reina la visitaban de vez en cuando los reyes Magos y como era Navidad, pues decidieron ir a verla los tres de un golpe y sin avisar como de costumbre, cosa que a la reina le sentaba fatal porque estaba en chándal y no estaba ni peinada ni nada; pero como ya los conocía, pues se enfadaba muy poquito y les daba mil besos y abrazos, agradeciéndoles feliz porque hubiesen ido a verla como todos los años.
Esta vez los Reyes le traían un regalo. Ella lo cogió  con gran ilusión y rompió el papel toda emocionada: ¿qué será? Era, era: ¡Una llave! La miró, la remiró. Miró a los Reyes asombrada. Los Reyes la miraron a ella asombrados y así con cara de embobados estuvieron por lo menos diez minutos.
Una vez, pasada la sorpresa. Ella dijo: “¿Esto qué es?” Y ellos dijeron los tres al unísono: “¡una llaveeeeeeeeeeee!” Ella dijo “y ¿para qué?” y contestaron los tres a la vez “¡para abrir puertaaaas!”. Ella miró la puerta, miró la llave, miro la cerradura y dijo: ¡jajá!, ¡no cabe!”. Los Reyes se miraron entre ellos riéndose y diciendo: “¡qué torpe!”. La reina se la dio a Baltasar y le dijo: “¡anda, listo!, ¡ábrela tú!” Baltasar la cogió, la llave pesaba mucho y era tres veces más grande que la cerradura, cualquier persona normal ni lo hubiese intentado, pero él era un Rey Mago y los reyes magos no se dan por vencidos a la primera, así que acercó la llave a la cerradura y ¡saz! ¡Entró! Y cerró la puerta y luego la abrió. El Rey miró a la reina y dijo: ¡Ahí lo tienes reina mora! Y diciendo esto, desaparecieron los tres tal y como habían llegado sin más.
La reina se quedó refunfuñando un buen rato, hasta que se le ocurrió quitar la llave de la cerradura, pero, pero… ¡NO podíaaaaaaaaaa! ¡Era imposible! Cuando una reina quiere quitar una llave de una puerta y es imposible, y encima no puede salir y tiene que hacer las cosas de una en una, y encima le vienen de visita tres Reyes Magos, aunque le hagan un regalo mágico, y encima que ella no sepa usarlo, es tan desesperante como que te regalen el Ferrari de Alonso y no sepas conducir. La reina comenzó a llorar y no tubo consuelo hasta dos siglos después, menos mal que las reinas tienen una habilidad increíble para parar el tiempo y que nadie se dé cuenta. Eso sí en la ciudad estaba diluviando como cuando el diluvio universal, cuando segundos antes hacía un sol precioso. Cuando dejó de llorar y recobró la compostura, giró la llave y ¡saz! Abrió la puerta sin dificultad ninguna, la giró otra vez y ¡saz! Se cerró. Y así anduvo jugando un montón de rato, cierro, abro, abro, cierro. Y a partir de ahí la reina ya siempre pudo salir del castillo aunque no hubiese nadie y fue muy feliz para siempre, y para siempre es mucho tiempo porque ¡las reinas son eternas!
¿NO os lo creéis? ¿Verdad? Pues no fue tan fácil, no. La reina tuvo que llamar a una amiga bruja que le enseñó a usar la llave, y ¿sabéis cómo lo hizo?  Con un conjuro mágico, a ver si os lo aprendéis, por su algún día los Reyes Magos os regalan una llave mágica sin instrucciones:

“Sapo, zapito, zapito, sapón.
Tengo una llave que abre un cajón.
Que abre una puerta, que abre un portón.
Si lloras ya gira, si ríes, mejor.
Tengo una llave que abre un cajón.
Que abre una puerta, que abre un portón.
Si sales afuera, ya se giró.
Si entras adentro, ya se guardó.
Sapo, zapito, zapito, sapón.
Tengo una llave que abre, un corazón”


Mª Yolanda García Ares

viernes, 20 de diciembre de 2013

Más mentiras

Mentiras, me rodean mentiras
Hay mentiras naciendo en las cloacas,
crecen como hierbas malas, y se enredan en mi libertad
Hay mentiras en el dorso de mi vida,
todas vienen del mismo lado.
Mentiras que suenan a medias verdades
hasta que horadan y revientan la realidad.
Se deslizan, se esconden a medias tras un arbusto o en sus adentros
se acumulan en un ramillete de cardos secos,
las sostienes, crees que son rosas, y te pinchan
Sangras, te escueces, te dueles.
Gritas, gritas, ¡gritas!
No te oye nadie, nadie te oye
Son mentiras, mentiras enredadas
No te dejan andar, no te dejan saltar
Son mentiras, no nos dejan andar
Son mentiras, no nos dejan avanzar
¡Suéltalas!, son mentiras, como cardos secos,
te pinchan, te rompen el alma

jueves, 12 de diciembre de 2013

La crisis y el precio de las chirimoyas (Historia recóndita de la atención al público en Cádiz)










Cádiz tiene tres avenidas con categoría de "avenidas" que marcan sus surcos en la parte moderna de la ciudad, yo las llamo cariñosamente con cierto sentido anticlerical que me caracteriza "el padre, el hijo y el espíritu santo". No hace falta explicar que el espíritu santo no es otra que la que se desliza paralela a la celestial Avenida de la Bahía. El padre es la avenida principal de Cádiz, la que desemboca en la santa madre de las Puertas de Tierra que guarda a la maravillosa y trimilenaria ciudad en sus entrañas. Al través de esta avenida se deslizan como en la mayoría de las ciudades de hoy en día un sinfín de sucursales bancarias, tiendas, hoteles, cafeterías, peluquerías, y todo tipo de servicios al consumidor que por ser esta ciudad a nivel económico de la categoría dos o tres, quizás rallando el cuatro, son asequibles a cualquier persona que quiera hacer uso de ellas. 
Dicho esto paso a relatar lo que me aconteció no hace muchos días. Soy persona algo insegura y cuando hago uso de determinados servicios, me gusta ir siempre al mismo sitio, donde puedo abusar de la paciencia de la gente que allí trabaja con mis manías y exigencias tontas que no puedo disimular, tengo un sinfín de ellas. Procuro dirimir esas pequeñas exigencias con una paciencia infinita , una sonrisa en la cara y una amabilidad exagerada que heredé de mi padre. Me siento orgullosa de mi fidelidad que no de firmas sino de lugares, y me vanaglorio de que hasta el día de ayer en todos los sitios me suelen tratar muy bien, aunque bromeo constantemente con aquello de que me hagan descuento por ser "cliente fija", descuento que por otra parte sólo consigo en una papelería del centro, que me hace un diez por ciento.
Es cierto que de un tiempo a esta parte y siguiendo la costumbre cada día más extendida a nivel ciudadano, debido a los tiempos que corren, tacañeo un poco y eso me hace estar a la defensiva, porque el dinero no crece en el naranjo de la puerta de mi casa, que mas quisiera. El caso es que a lo largo de el padre, se vierte un sinfín de "X"  sucursales de una franquicia muy conocida que disemina aquí y allá sus tiendecitas. Entro en ellas desde hace la friolera de hace más de veinte años, y aunque no soy de memorizar nombres, si lo soy de las caras y siempre procuro dar a cada uno lo que me da, hasta el día de ayer, amabilidad. En el día de ayer, no ayer mismo, sino un cercano ayer, me dio por ir a mi sucursal preferida de dicho franquiciado al que yo siempre he admirado por sus precios populares, su personal cualificado, y sobre todo porque la persona de éxito que lo lleva y todas las que allí trabajan son mujeres. Su éxito es como un poco el éxito de todas las gaditanas posibles empresarias del futuro que para cuando la gente en Cádiz tenga trabajo para gastar lo que gane y poder invertir en sus empresas femeninas, todas pongan en sus vidas el ejemplo de esta empresa o así pensaba yo hasta el día de ayer.
 Vamos, no me alargo más, entré y pedí, por un poné para contar algo pero no todo, una chirimoya. La chica me miró obnubilada : ¿una chirimoya?, me miró a la cara y me intentó vender mejor una naranja navelina, que eran de temporada y de mejor calidad. Yo le insistí: no, no, quiero una chirimoya más o menos del estilo de lo de siempre que no tengo ni mucho tiempo, ni mucho dinero. La disciplinada dependienta cumplió su trabajo y mientras me la servia con excelsa amabilidad y paciencia llegó su jefa, la empresaria que conozco hace más de veinte años. Una vez me sirvió la chirimoya, está quedó preciosa. No sé cómo lo hacen, pero en el momento de salir de esos sitios una sale con una chirimoya, contenta y casi cambiada en todos los aspectos. Me acerqué a pagar a la inteligente empresaria y he ahí que me cobra más de lo que yo estoy acostumbrada por mi manjar, le pregunto y me dice que es lo de siempre, yo le digo que no me ha puesto nada más que una chirimoya, ni mandarina, ni plátanos ni nada, ella insiste en que eso es el precio y yo como buena pagadora, aunque tacañeando un poco, pues salgo de allí ya no tan contenta como otros días con mi fruto dando vueltas en la cabeza. ¿Por qué tan caro? Me voy paseando para olvidar mis penas a otra de mis tienditas favoritas donde me ensimismo y relajo oliendo a papeles nuevos y comprando algún que otro cuaderno. La dependienta me oye suspirar, me pregunta, le explico la historia, le enseño la chirimoya y me dice: "pues no es para tanto" y me sugiere entrar en otra de la sucursales de la famosa franquicia gaditana que está justo allí al lado y que pregunte como quién no quiere la cosa, que cuánto valdría comprarle una chirimoya, que quiero una para la semana que viene. En un principio me parece la idea digna de una novela negra de Agatha Christie pero pensando en que al fin y al cabo me han tomado por tonta accedo al juego y adivinen, la chirimoya en cuestión cuesta casi la mitad de lo que me han cobrado. Me indigno no porque esté de moda sino porque me siento engañada, humillada, traicionada. Pido con elegancia poner una hoja de reclamaciones, me dicen que allí no, que en la otra tienda; pregunto que si es una franquicia, me dicen que si, me dicen que llaman a la empresaria, la llaman, me la ponen al teléfono, le pido explicaciones, estoy enfadada, sigo indignada. Me dice que es lo que hay, que mi chirimoya es de lujo, que va en papel de plata, que con eso y una bizcocho hasta mañana a las ocho. Le digo que yo no le he pedido papel de plata, pero que me lo está cobrando a precio de oro, que yo sólo quería una chirimoya mona y apañada, nada del otro mundo y que no me dolería tanto el sablazo si no hubiese sido tan descarado, tan abusivo y tan, tan, tan... me dice que vaya allí a discutir con ella, le digo que tuhermanalamayor, me dice que no me va a dar el dinero cobrado de más e injustificado, me grita, se me pone tonta, le digo que se quede con el dinero, con las sonrisas que le he dado a lo largo de más de veinte años, y no le digo que se quede con la famosa chirimoya porque la tengo en lo alto de la cabeza, que no discuto más con ella y por supuesto que ha perdido a una cliente de toda la vida. Cuelgo cabreada. Salgo de allí dejando a las pobres chicas atónitas de desesperación, lo más doloroso, dándome todas la razón. 
Me monto en el autobús, mientras éste recorre el padre hasta más allá de las Puertas de Tierra, voy pensando en qué ha pasado. Sólo tengo una explicación en mi cabeza, la franquicia ya no va tan bien como iba, en Cádiz la crisis está pegando bien fuerte y vender chirimoyas no es fácil, contra más naranjas navelinas, plátanos o piñas... Quiero pensar que necesita el dinero para remontar su empresa, quiero disculparla porque sé que no está fácil mantener una gran empresa hoy en día; pero si tuviese la oportunidad de darle un consejo a cualquiera que tenga una empresa de este tipo, le aconsejo que tome otro tipo de medidas de choque, que asfixiar y quedar mal con un cliente de toda la vida no le va a ayudar a remontar. Robar es robar sea de la forma que se haga y sea con la justificación que sea. Me da pena, no entraré más allí a disfrutar de mis chirimoyas, casi siempre tardías. No podré charlar de cosas acontecidas ayer y hoy con las niñas, ni saldré de allí orgullosa de mi chirimoya en la cabeza. Le deseo de todo corazón remonte esta etapa y pueda mantener su empresa a flote; pero le aconsejo como a una hija, que aplique la inteligencia como sabiamente había hecho hasta ahora y que en  vez de explotar al cliente se plantee cerrar una temporada o incluso algunos días esporádicos alguna de las sucursales si no las puede tener todas abiertas, que se plantee renunciar a ciertos lujos asiáticos que aplica en la tiendas, o que haga un plan de reactivación de empresa; pero que no se vuelva chabacana y vulgar robándonos y haciéndonos quedar fatal a los clientes.Y si alguna vez vuelve a las andadas tentada por la desesperación, espero que recuerde que empezó en una esquinita de la avenida a la que yo llamo el hijo de la carretera industrial de Cádiz, dónde sólo vivía gente humilde y trabajadora, casi toda del agónico Astilleros, y que esa gente pobre fue la que le encumbró para que hoy tenga lo que tiene como franquicia. Pienso que cuando las cosas van bien es fácil olvidarnos de dónde venimos, de nuestras raíces humildes; pero cuando la cosa no va bien, es bueno volver atrás y recordar de dónde viene uno, de esa forma regresa la humildad a nuestras vidas. Y ojalá que ese dinero que se quedó de forma injusta, por una maldita chirimoya con papel albal, haya sido con el único e inexcusable fin de no despedir ni una sola de sus trabajadoras de la filial.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Qué difícil esto de hacer poesía




Hoy no escribo poesía.
No quiero versos en mi sopa,
no quiero letras perdidas en mi bolsa.
No quiero que una rima se me agarre a la desesperada
No quiero un soneto acosándome desde la esquina
Hoy no escribo poesía, ¡que no!
No dejo que entre en mi sueño una nube de alegorías
No consiento que me perfore una metáfora a mediodía
Hoy no quiero...
ni una elipsis en la siesta,
ni una reticencia en medio de una fiesta
No vestiré un asindetón, ni un sin, ni un detón, ni un polisindetón
para ello no me remitiré a una vulgar repetición
que no, que no
Y no usaré para beber tu anáfora
No escribiré más versos, ¿versos?¿ hoy?, ¡si que no!
No se me escapará una anadiplosis en la madrugada
Versos traviesos que me llaman a versos en una onomatopeya frustrada.
Me niego a explayarme con una rima sin sentido,
mi sentido no caerá preso de tu triste diáfora,
no verso porque no me versa el alma,
no me dejaré embaucar por una ironía disimulada
Una epífora zumba en mis oídos
y me niego a una comparación ni a un epíteto vacio, ¡que no! ¡que no!
Hoy no verso porque no me versa el alma
Esta paradoja me concome la lírica
Veo litotes hasta en las cuerdas invisibles que cruzan mi vista
Aunque soy poetisa hoy no escribo poesía,
verso versos, verso rimas, versos verso
Pero hoy no te verso, poesía.