Estoy en la zona de descanso- espera de un aeropuerto
pequeño, hay bastante gente que se arremolina en las mesas o en los
inconfortables sillones aquí y allá, se reparten como pequeños mundos en
equilibrio en su equidistancia. Como siempre que tengo un minuto para pensar,
la mente viaja hacía las últimas noticias, los acontecimientos cotidianos, en este caso viaja quizás presa de la tristeza por causa de la despedida hasta las vallas de Melilla, hasta la invisible línea mar
adentro que demarca y separa las costas de Ceuta de las de África. Pienso en
los seres humanos, en nuestro gusto por el encerrarnos, por coartarnos, por
disminuirnos como ente global, por limitarnos como grupo. Me horrorizan más que
las empalizadas y sus concertinas, los muros mentales, los muros emocionales
que no nos dejan ser persona. Pienso en los náufragos, en la esperanza perdida,
en el agua fría en el invierno, en el poder aniquilador de un mar terrible, de
noche a veinticinco metros obligatorios de la costa; pienso en el intento
desesperado de cruzar medio asfixiados esos imposible metros y me vuelve a la
mente los muros de la razón, a los muros
que más me preocupan, los del corazón. La obsesión por el orden espacial, cada
uno en su sitio y en su lugar.
Vuela caprichosa la mente hacía los guisantes de Mendel,
aquella historia de los guisantes amarillos y verdes, me llama la atención que
hasta que no pisé California en mi vida había visto un guisante amarillo,
especialmente suaves para hacer purés, no como el pellejoso verde que nos
venden aquí en nuestro país, pero fuertes y deliciosos para comer enteros y con
jamón. Pienso en la equidistancia, pienso en el equilibrio, pienso en que
a mi alrededor sólo hay guisantes o verdes,
o amarillos, No puedo observar gente a mi alrededor verde amarillenta o quizás
con un suave tinte verdoso. Por supuesto es muy difícil ver una niña mulata.
Pienso en la distancia, en la diferencia, en el miedo a lo desconocido, pienso
una vez más en las concertinas, las manos heridas, en las peleas de familia, la
distancia, siempre la solución es la distancia. Mantenemos el equilibrio a base
de renuncias mentales y emocionales. Mantenemos el equilibrio conformando
muros, como en Berlín, como en Israel, la Gran Muralla china era un muro
infranqueable, si no nos gusta, erigimos un muro ante el reto de relacionarnos,
de soportarnos por medio rato más.
Creamos entonces esa especie de red de personas rodeadas
cada una de su muro más o menos alto, más o menos grueso, como defensa del “yo”.
Todos más tarde o más temprano caemos en eso. Así veo yo a esos policías tirando
pelotas de goma al mar, a los inmigrantes ilegales, ilegales porque ya estaban
dentro de esos veinticinco metros que preservan nuestro mundo. Ellos tiraban
pelotas de goma a esos hombres, a esos guisantes de otro color que estiman son
inoportunos, tiraban pelotas de goma más allá de sus altos e insalvables
muros emocionales, esos que te convierten en un terminator, en un cyborg, en un
replicante, en esos entes rodeados de uno y hasta de varios muros altos e
infranqueables que tanto le interesa al sistema, porque no sé si tenéis
conocimiento del dicho , pero dividir es vencer, y al ser humano como ente unificado, como concepto de "Humanidad" así con mayúscula, se nos divide muy fácilmente.