La pequeña niña escueta y
delgadísima, con sus zapatos de charol blanco y un vestido algo corto, celeste,
con tiras bordadas de flores blancas a cada lado del pecho desfilaba junto a su
madre por las sucias calle del cementerio. Mientras la madre la sostenía firmemente
de la mano, la chiquilla se afanaba en mirar todo a su alrededor. El día estaba
algo gris, dejaba sobre las lápidas de mármol amarillentas y sucias, en su mayoría,
cercadas de hierro sino herrumbroso, podrido, una sombra larga descolorida que
se afanaba en oscurecer aún más el triste ambiente del cementerio. Los ojos de la niña llenos de curiosidad se detenían
casi sin quererlo a mirar las flores de plástico, estropeadas y sin color por
la acción del tiempo, las fotos enmarcadas gastadas por el sol, los ángeles
regordetes y serios y un sinfín de ornamentaciones rocambolescas que
regodean a forma de decoración la vida
efímera de los camposantos. La madre seguía avanzando acá y allá sin detener el
paso. El laberinto de lápidas, huecos vacíos, nichos verticales, el marmol blanco, negro, blanco macael, a pesar de que
el lugar no era demasiado grande, parecía interminable. La niña se rezagaba
frente a algún panteón que le parecía majestuoso y la madre, le pegaba un
pequeño tirón del brazo para que siguiera avanzando. Entre nichos, huecos,
flores secas y hojarascas que apuntaban al invierno, aparecía más que de vez
en cuando alguna que otra cucaracha bien alimentada ante cuya vista la niña
encogía literalmente su pequeño cuerpo, entonces sentía ese escalofrío
recorrerle desde la misma coronilla hasta la punta de los piés. Este paseo se repetía todos los años en el día
de todos los santos. Tardaría algunos
años aún en rebelarse a semejante costumbre.
Esa niña era yo, y la que me
llevaba de la mano era mi madre. La visita al cementerio formaba parte de la
cultura religiosa de mi casa como de otras tantas familias de mi ciudad. Yo, es evidente,
no disfrutaba del paseo. Recuerdo aún en alguna de mis pesadillas las enormes
cucarachas, la suciedad de las lápidas que nadie iba a ver. La dejadez del
camposanto era como si fuera un mundo aparte de la ciudad, como si señalara a
un lugar extraño y oscuro allí en el corazón marítimo de la ciudad de Cádiz. El
cementerio de San José, no era cuando yo lo conocí, ni limpio, ni blanco, ni
bonito. Sólo recuerdo suciedad, vejez y dejadez.
Me hace gracia escuchar hablar de
Halloween, de que la gente diga que hay que recuperar la fiesta española de los
muertos que para eso es nuestra. Lo siento, pero yo creo que el que se celebre
Halloween no nos inhibe de celebrar Tosantos, dejarse los bolsillos con
telarañas en frutos secos de temporada más caros que ningún día y dulces de
almendra inflados hasta la saciedad en cuanto al precio se refiere.
Sinceramente pienso que Halloween como inversión está mucho mejor planteado como
fiesta- negocio estatal capaz de captar unos ingresos , por algo
es una fiesta “americana” y sobre todo valoro, y en nombre de la niña que algún
día si que fui, que hubiese sido más divertido disfrazarme con mis hermanas,
primos y vecinos e ir a pedir caramelos por ahí, y sin duda me hubiese ahorrado
alguna que otra pesadilla de cucarachas que entran en mi cuerpo entre lápidas
viejas y flores de plástico rotas.
Así mismo rememoro la experiencia de vivir un altar de muertos en México dónde la muerte se vive como una fiesta, donde el día se llena de color y calaveras de caramelo y sonrientes llenan las casas. Donde el recuerdo de los seres queridos que han muerto se vive en las casas, rodeando sus fotos de buenos recuerdos, y cariño. Creo que es bueno abrir la mente a lo nuevo, no dejando que nos invada, pero si aceptándolo como algo positivo. Si no lo hiciésemos así, seguiríamos viviendo en la Edad Media y la gente iría fustigándose detrás de las procesiones en Semana Santa, y así mismo llevaríamos a los herejes a la quema después de haber sido castigados a pena de vergüenza por la Santa Inquisición.
Y sí podemos anteponer algo, si esta fiesta permite que los niños se acerquen al concepto de "muerte" de una forma más natural y feliz, pues bendito sea el día que Halloween nos sacó de los camposantos y nos invitó a reírnos con nuestros hijos pidiendo caramelos.