I:
Inaugurando Abril
Sabía
que cuando abriera la puerta, al otro lado aparecería Jean, como siempre,
esperándola para darle un sonoro beso, con su apariencia de marinero de barco
de lujo, rudo y atractivo, sabía que la intentaría calmar con su delicioso
acento noruego, ese acento que la conquistó desde el primer día; pero hoy le
daba la sensación de que ni Jean ni nada en el mundo podrían aplacar su ira.
Antes de meter la llave en la cerradura y entrar en el piso, se prometió no
volcar sobre él sus impotencias, a veces pensaba que cualquier día él se
marcharía igual que antes lo hicieron Pietro, el dulcísimo italiano, y
Marshall, el parisino multifunción. Sí, todos sus amores habían sido
extranjeros, su hermana ya le había bromeado más de una vez sobre ello.
Reflexionó
y respiró un segundo más, entonces giró la llave, y sintió las pisadas seguras
de Jean al otro lado de la puerta, y en el justo momento de abatir la puerta
hacia adentro, él le quitó el maletín de la mano y lo echó a un lado, con un
gesto mecánico cerró la puerta tras su espalda mientras le daba un encantador
beso:
-
Hoy no, Jean- le dijo seria y cortante-
hoy ha sido un día terrible. ¡No sé cómo
puedo seguir trabajando en esto!- se deshizo del abrazo, sabía que adoraba su
trabajo y que nunca lo dejaría, notó que los ojos se le humedecían.
Jean
la invitó a pasar, y le señaló la mesa con la cena puesta, mientras se dirigió
a la cocina a coger una botella de vino español, un Berberana reserva. María
mientras pasó hasta el baño, dejó los zapatos de golpe en una esquina y se sacó
el sujetador y lo revoleó donde primero cayó, cogió de la nevera un yogur
bebido, Jean frunció el ceño, sabía lo que significaba ese gesto, otra noche
sin cenar; pero no estaba dispuesto a consentirlo, había hecho unas deliciosas
patatas rellenas y estaba dispuesto a que ella se sentara en la mesa costara lo
que costara.
En
aquellos años había aprendido a darle coba, era capaz de cambiar de
conversación o de aplacar su impotencia con sólo contar un chiste malo con
aquel acento que sabía que la volvía loca;
pero las tres últimas semanas habían sido especialmente duras. Se habían
quedado muchas cenas sin tocar y alguna que otra noche la había sentido
levantarse de la cama en la madrugada y prepararse su tisana de tila y anís,
aquella con la que aplacaba los nervios y también la desazón que tenía en el
estomago a costa de no comer ni un solo día en condiciones.
Sabía
que su trabajo no era fácil, la conoció en una de aquellas idas y venidas y
supo escucharla, no juzgarla y sobre todo, no opinar. La observó, semirrota,
echa un gurruño sobre el sofá; se
dirigió a ella y le acarició el pelo:
-¡Anda!, ¡Cielo!, vamos a cenar- le
hizo un breve masaje en los hombros- te he hecho tu plato preferido. Te contaré
lo que ha hecho Luis Cebrián hoy en clase. ¡Ese chico no tiene remedio!- lo del
chico no venía a cuento; pero era una indirecta para recordarle que él también
tenía tensiones laborales. Ella giró la cabeza y le sonrió, se levantó del sofá
con desgana, no pensaba dejarle esta vez la cena plantada, no se lo merecía, y
mientras se sentaba a la mesa, añadió:
- Los Luises Cebrianes son los
culpables de que yo luego tenga muchas Dolores Domínguez en mi despacho- puso
un gesto de intolerancia y hartazgo.
La verdad es que Luis Cebrián, con
sólo once años, era un triste ejemplo de machito mexicano. Jean se dispuso a
seguir escuchándola mientras echaba el vino, el vino cayó de color granate
oscuro, como sangre y Jean recordó que no soportaba la visión de la misma.
Aromas de de fruta y maderas recorrieron la mesa. María jugueteó con la copa,
olió el borde del cristal y sorbió un pequeño trago. Jean la invitó a seguir
hablando mientras repartía la comida en cada plato. Ella se decidió por fin a
hablar:
-
Jean, es la misma historia de siempre;
vuelven, siempre vuelven. Regresan por el dinero, por los hijos, por la casa,
por el miedo a estar solas, por el miedo a ser criticadas… siempre regresan-
los ojos se le inundaron de lágrimas.
-
La decisión es de ellas, tú no puedes
hacer nada- apostilló Jean con serenidad.
-
Si puedo hacer, debería de poder hacer
más…
-
Haces lo que puedes, lo que debes, hasta
ahí llega tu trabajo….
-
Mi trabajo es guiarlas, enseñarles,
mostrarles otros caminos, orientarlas en su nuevo destino, una vez que deciden
abandonarlos; pero, pero…- balbuceó como una niña. Pinchó un bocado como si le
hiciera un haraquiri.
-
María ya lo sabes, no todo depende de
ti, tú eres una parte, les abres las puertas, pero a veces…- Jean intentaba
calmarla
-
…A veces, a veces les vendo paja detrás
de esas puertas, detrás de esas puertas sólo hay vacio y soledad. Les digo que
regresen a sus familias de origen, sus padres, sus hermanos, y muchas de esas
familias son ya hogares absolutamente desestructurados y detrás de ello el
motivo en muchos casos de que ellas eligieran mal. Les digo que pueden
trabajar, las animo a ir al paro con los pocos conocimientos del que disponen,
el conocimiento de la mayoría son mínimos, si no hay trabajo para la gente
preparada, ¿cómo va a haber para ellas? Les digo que valen, que existen para
algo más que para aguantar a esos tipos y al final yo misma, y desde mi lugar
privilegiado, sin quererlo, les digo que nunca van a llegar a ser una mujer como
yo- su voz era burlona- seguras de sí mismas, tituladas, independientes, con
una familia que las apoya, y una pareja que las adora y le soporta
absolutamente todo- las lágrimas por fin corrieron por sus mejillas, aún así se
metió el trozo de comida en la boca y masticó lentamente; Jean le acercó una
servilleta de papel y le esbozó una de sus mas encantadora sonrisa:
-
Calma María, calma cielo- su acento
resonó como nunca en el salón en penumbras, los ojos de ella se frenaron en los
ojos verdes de él durante unos segundos y luego se giraron hacía el cuadro de
Venecia multicolor que presidia la mesa. María entre lagrimas sentenció:
-
A
veces quisiera irme lejos, desaparecer- sus ojos se posaron de nuevo en el
cuadro, “quisiera perderme en ti, pero estoy tan cansada “pensó para sí misma.
-Dolores
Domínguez ha regresado con su “monstruo”- en sus ojos ámbar volvió a aparecer
fugazmente la rabia.
Jean
no esperaba nada mejor, sabía que cada vez que una mujer daba un paso atrás,
María lo encajaba muy mal. Eran muchos años trabajando en aquella profesión, él
ya la conoció en ello y llevaban ya ocho años juntos. Habían aprendido a
aceptar pasar las cenas hablando de aquellas mujeres desconocidas que cena a
cena pasaban a ser sus hijas, esos que nunca se habían decidido a tener.
Él
también tenía sus niños, los del colegio noruego, y hablaban de ellos y
compartían historias; pero reconocía que las “niñas mimadas” de María
ganaban en peso a sus pequeñas historias
de fieras infantiles. Las noches eran ocupadas por las historias de aquellas
mujeres, y algunas de ellas con tantas fuerza, que pasaban a tener un hueco en
sus celebraciones cotidianas, se brindaba por ellas cuando conseguían salir de
sus terrible historias a base del esfuerzo y la desazón del equipo de María, que no descansaban hasta conseguir
poner a salvo de su “monstruos” como ella llamaba a sus terribles parejas, era
el único insulto que se permitía en aquella casa a aquellas bestias.
María
decía que era tan fácil llamarles de todo, que había aprendido a llevar una
especie de doble personalidad. En su casa les llamaba un solo descalificativo
de “monstruos”, mientras que en el despacho y delante de sus víctimas, los
trataba de forma políticamente correcta para no herir sensibilidades; pero Jean
a veces sabía, que cuando María recibía la noticia de que alguna de sus “niñas”
había muerto a manos de su pareja; el almohadón de la cama había aparecido
lleno de silenciosos insultos como “asesinos, cabrones, bestias, necios, hijos
de puta.” Y un largo etcétera. A veces Jean mientras lo acomodaba sobre el
cabecero de la cama, pensaba que si aquel almohadón hablara, quizás aquellos
sinvergüenzas no volverían a tocar jamás a aquellas mujeres. Porque María era
humana, muy humana; pero en eso de respetarse a sí misma, era una verdadera
fiera, y eso fue justo lo que le conquistó de ella.
María
sabía exponer justo dónde estaban sus límites, sabía coger su espacio de forma
natural, y si no era capaz de demandarlo y discutirlo de una forma didáctica y
clara hasta que todo quedaba bien claro. Jean había descubierto que con María
uno podía buscar muchas excusas; pero no que no supiera por qué camino andar
junto a ella.
II: Mediados de Abril
Era
la hora de la cena, sonó el “ladrido” del teléfono, mientras Jean se aceleraba
a descolgarlo, sonrió pensando en el porqué de un teléfono que sonaba así;
María siempre decía que no tenía tiempo para dedicarle a una mascota, pues
estas ante todo necesitaban tiempo y cariño, y ella tenía un horario de trabajo
imposible desde las diez de la mañana hasta las ocho de la tarde y no siempre
era así. Descolgó el teléfono:
-¿Diga?-
su voz sonó acogedora- ¿sí?
-¿Jean?-
la voz de María sonó al otro lado del teléfono- ¿Jean?, ¡Oh, cielo!, siento que
sea tan tarde, he estado en el despacho hasta ahora mismo, ha entrado un nuevo
caso, estoy agotada, no llegaré a cenar. Tomaré algo aquí con Pedro, ya sabes
¡Amor llegaré lo antes posible!- su voz sonaba acelerada, ciertamente estaba
trabajando y posiblemente aún estaba en el despacho:
-No
te preocupes, llega cuando puedas- ¿qué le iba a hacer?
-
Habrás hecho algo de cenar delicioso, como siempre. Siento terriblemente no
haberte avisado antes, he estado muy liada, creí que me daría tiempo- María
sentía de verdad no haber podido llegar.
-
No te preocupes María- repitió Jean paciente- tarda lo que sea y soluciona ese
asunto, sabes que no me iré, estaré aquí esperando… hasta que llegues—esto
último lo dijo con un tono un poco irónico- ella saltó a la provocación
-
¡Oh, Jean, eres terrible!, no sé qué haría un vikingo tan feísimo como tú por
ahí solo sin mi- María rió a mandíbula batiente- te amo, te amo- bajó la voz
-
Yo a ti no, fea- Jean la hizo reír, como casi siempre- te amo niña- le
encantaba que le dijera esas cosas; a lo lejos sintió la voz de Pedro:
-
¿Queréis dejar de darme envidia? ¡Dejar de deciros arrumacos delante del jefe!
-Adiós
Jean- suspiró María- tengo que colgar o Pedro nos matará a los dos- Te quiero.
- sonó que colgaba
Jean,
se resignó a colgarlo, se dirigió al
frigorífico, cogió el plato con la cena, una deliciosa ensalada de aguacates
con salmón, noruego, por supuesto y un delicioso y aromático vino blanco de
Barbadillo bien frio, cenó en la cocina, en la mesa de desayuno, para una
persona, estaba bien.
Mientras
cenaba, intentaba recordar cuántos días había hecho lo mismo, cenar solo, desde
el pasado mes de Enero, y reconoció que empezaban a ser demasiadas, al igual
que en el año anterior y en el anterior.
Él
trabajaba impartiendo clases de Noruego en un colegio de primaria, se llevaba
toda la mañana, carpetas en mano de aquí para allá, pues su asignatura abarcaba
a todos los cursos desde primero hasta sexto, toda la mañana dando bandazos;
pero no se podía quejar, le gustaba impartir su idioma natal, cobraba bastante
bien, y era un trabajo relativamente cómodo, además su horario era fijo, no
como el de María, una vez que salía de trabajar a las dos y media se podía
considerar un hombre libre, si se lo planteaba era la primera vez en su vida
que vivía tan bien; una vez que salía comía con algunos compañeros, iba a las
compras, dos horas de gimnasio y luego a lo que le diera el día hasta que a las
ocho comenzaba a hacer la cena para cuando llegara María.
En
aquellos años, se había acostumbrado a disculparla en sus ausencias, ya había
pasado aquella etapa de inseguridad y celos, celos de Pedro, por supuesto,
aquel cancerbero que María llevaba pegado a sus pies laborales, Jean creía que
se excedía en su trabajo de jefe, compañero y amigo y algunas veces hasta lo
señalaba como una especia de “suegra” siempre a la espalda de María; pero
salvando los celos iniciales, había aprendido a aceptarlo como una parte más de
la complicada trama que era la vida de ella, y había llegado a la conclusión de
si María hubiese querido algo con Pedro, ya lo habrían tenido hacía mucho
tiempo y a lo mejor si en tiempo atrás hubo algún intento por parte de ambos,
eso sólo había dejado paso a una buena y respetable amistad.
De
por otro lado, María había pasado a ser la mujer de sus sueños, le había
ayudado a dejar muy atrás su vida gris en Noruega, y le había enseñado a pintar
de color su nueva vida; porque ella tenía esa habilidad de llenar de color cada
rincón, era sin duda una persona especial, vivía cada instante al máximo, lo
daba todo tanto en la vida personal como en el trabajo, no existía el
aburrimiento con ella, era optimista, siempre tenía una palabra de ánimo, una
conversación chispeante. La había visto llorar desesperadamente y completamente
hundida cuando alguna de sus “niñas” sufría o era una víctima más a contar en
el noticiario de la víspera y esto lejos de alejarla de la lucha, salvando los
momentos de rabia iniciales, la echaba mas al ruedo, enfrentándose a todo lo
que hiciera falta y más. Tenía en sus manos el don de saber vivir la vida,
viviéndola y dejando a todos vivir. La amaba, la había captado desde el primer
momento, fue como su cuerda para salir del pozo, y una vez que vislumbró la
luz, ya no hubo más sombras en su vida.
Jean
puso música, encendió la luz del lector y se tiró en el sofá a leer “2001, una odisea en el espacio”; siempre que leía lo hacía en su idioma, era una
forma de no alejarse demasiado de su tierra. Antes de ponerse las gafas de
cerca, recorrió con la vista el salón, la pared de color azul, el techo blanco,
la enorme librería de color crema y estilo inglés, el sillón orejero de María,
en color rojo, junto a la ventana y reparó un buen rato en el cuadro de
Venecia, ese dónde ella, cuando se desesperaba, buscaba su escape.
-
Algún día la llevaré a Venecia,
pasearemos en góndola, y visitaremos algún palacio fantasmal- pensó en voz
alta.
Se situó las lentes en la nariz, se
acomodó y se dispuso a leer, sabía Dios hasta qué horas estaría allí esperando.
III: Veintiuno de Abril
Sonó
el telefonillo, chirriante e insistente, Jean se dirigió a él con desgana y lo
descolgó:
-
No queremos nada, somos extranjeros y no
tenemos dinero- sonaron unas risas y la voz de María
-
¡Jean, Jean! ¡Baja! ¿estás listo?- su
voz era alegre, estaba feliz- ¡baja Jean! ¡tenemos algo que celebrar!
-
- María aún no estoy listo, te esperaba
algo más tarde- contestó algo cansado, acababa de llegar del gimnasio y hoy se
había machacado bien fuerte.
-
¡Jean, venga, dúchate rápido!; pero no
se te vaya a ocurrir ponerte demasiado guapo o Fina no se podrá resistir y se
te tirará al cuello- risas abajo- venga cariño. Hacemos tiempo tomando algo ahí
enfrente, ¡te queremos las dos!- sonó la voz de Pedro refunfuñando a lo lejos,
más risas- ¡hasta ya, cariño!
Jean
colgó el telefonillo y se dirigió perezoso hasta el baño, por el pasillo
sonreía pensando en la clase de pareja que podrían hacer él y Fina. Fina era la
secretaria multidisciplinar de Pedro, una mujer encantadora con un excelente
sentido del humor, tenía ya los sesenta años y llevaba trabajando con ellos
desde hacía unos treinta años; sencillamente se adoraban, su nombre hacia honor
a su elegancia y saber estar pero no a su peso pues era una belleza nórdica de
casi 120 kilos, una gran mujer en toda su extensión.
Jean
se metió en la ducha, se enjabonó lentamente y puso atención en sus partes
íntimas, pensó en el tiempo que llevaban él y María sin hacer el amor. Se dejo
de ir a cosa hecha, pensó que durante la copa, ellos podrían hablar del
trabajo, y así durante la cena hablarían de otros temas.
Se
afeitó desnudo frente al espejo estilo Luis XIII, dejó que su pene rozara
tímidamente con el frescor de la losa de mármol travertino que enmarcaba el
lavabo; pensó que el cuarto de baño de estilo rococó no le iba muy bien a la
decoración del resto del piso, que era de estilo anglo-neoyorkino. María tenía
una forma especial de percibir la vida, los colores, la gente. Era
sencillamente de otro mundo.
Se
vistió. Pantalón vaquero y camisa de lino blanca; aunque era Abril, hacía una
noche exquisita, no perdió el tiempo en coger un jersey. Cerró la puerta tras
de él, y se dirigió al ascensor, era un noveno piso, no le quedaban fuerzas
para bajar andando; el ascensor tardó un buen rato, mientras pensaba en cuál
sería el motivo de la celebración, se le fue la mente hacía Dolores Domínguez,
sonrió a la vez que se llevaba la mano a la nunca y se la masajeó, pensó en
tomarse la tensión, el médico en su último chequeo le dijo que la tenía un poco
alta y que a su edad tenía que empezar a cuidársela, “el enemigo silencioso” la
llamó, pues decía que no avisaba, un buen día te daba un telele y se acabó.
Jean se prometió tomársela al día siguiente, comer menos sal, y quizás
machacarse un poco menos en el gimnasio, tampoco estaba tan mal a sus cuarenta
y ocho años.
En
cuanto se asomó al portal, María y Fina le hicieron señas desde la terraza del
bar de enfrente.
-
¡Ven guapo!- le gritó Fina, mientras le
silbaba a forma de piropo- Jean no pudo evitar ponerse rojo, Fina le superaba.
María
se levantó inmediatamente y lo enredó en sus brazos:
-
Fina después te lo dejo un ratito- María
le besó en los labios- cariño, adivina- Pedro le hizo un ademán de “no tiene
remedio” y le saludó con la mano.
-
No sé cielo, aún estoy agotado, mi
cerebro está lento, no sé qué es lo que ha pasado- le contestó algo despistado.
-
Ayer ingresaron de nuevo a Dolores, el
“animal” esta vez sólo consiguió ponerle los ojos morados y romperle dos
costillas- María, a pesar de todo hablaba sonriendo y acelerada- esta mañana ha
vuelto a poner la denuncia, creo que esta vez no la perderemos. Vamos a acabar con
ese “monstruo” de una vez.
-
María- Jean le devolvió las sonrisas y
le apretó las manos- creo que es estupendo, pero no te hagas demasiadas
ilusiones, ya sabes que ellas suelen regresar.
-
Ya se le he dicho- añadió Pedro- pero ya
sabes cómo es ella, es una especie de “superheroina americana”- se burló Pedro
haciéndole muecas cariñosamente.
-
De esta vez vamos a acabar con él, vamos
a cursar la orden de alejamiento y mañana por la mañana se hará efectiva- María
vibraba- Fina apóyame, estos hombres son unos pesimistas.
Fina
tocó palmas y añadió:
-
¡Vámonos a cenar!, lo que yo tengo es
hambre. Ha sido un día interminable.
Se
dirigieron al restaurante preferido de Fina, uno de comida tunecina que olía a
curry, alcaravea, canela y otras aromáticas especias, que provocaba que mas que
comer allí , te apeteciera comerte el
restaurante entero.
La
cena discurrió tranquila hasta la hora de los postres.
-
Es cierto, Fina, la comida es buenísima
pero nunca iré a Túnez, es un país musulmán, odio la posibilidad de pasear por
una calle donde paseen cientos de mujeres encerradas en sus burkas, encerradas
en vida, sabe dios en sus casas.
-
No María , te equivocas, conoces poco la
cultura musulmana- intervino Pedro, que había tenido la suerte de recorrer
mucho mundo, y era una enciclopedia andante- esas mujeres aceptan su condición
por convencimiento religioso, pero no son parcas en sus privilegios, en sus
casas son verdaderas reinas, en su vida íntima son respetadas como jefas del
clan, si son buenas esposas, administran su dinero con disciplina, y su casa
está en orden, son consideradas positivamente y se las mima hasta la muerte; si
se les hace un desagravio, el esposo tienen la obligación moral y religiosa de
resarcirlas de ello, incluso con su propia vida. El problema es la libertad respecto
al resto de la sociedad, su aislamiento social anda en paralelismo con el de
las monjas de clausura, para darte una referencia más cercana.
-
¡Pedro!- saltó María-nunca pensé que
dirías eso, eso que tú dices será en las casas acomodadas, tendrán sirvientas,
etc.; pero ¿qué pasa con las escalas más bajas de la sociedad?, ¿son igualmente
privilegiadas?- Fina le hizo gestos de afirmación con la cabeza mientras
engullía un delicioso pastel de almendras y dátiles.
-
María sabes perfectamente que no siempre
es una cuestión de dinero, ni de cultura más o menos acertada- añadió Pedro-han
caído mujeres con buen nivel económico, con buen estatus social, con
profesiones de relevancia, no hace falta
que te recuerde la multitud de casos…
-
Aquí el tema es al contrario, os movéis
como reinas, os vestís como queréis mostráis lo que queréis, el problema es lo
que os espera dentro- añadió Pedro
A
María le asomaron un par de lágrimas a los ojos, se hizo un silencio extraño en
la mesa; Jean supuso que era hora de proponer algo para cambiar de tema y todos
estuvieron de acuerdo.
Cuando
llegaron a la casa eran las tres de la mañana. Jean entró en el baño, cuando
salió, María estaba en el despacho rodeada de carpetas, aquellas carpetas que
le quitaban el sueño y que eran parte inseparable de sus vidas; Jean ojeó
algunas sin levantarlas de la mesa, “abuso a menor y malos tratos”, “malos
tratos e intento de homicidio”, “malos tratos reiterados”,” malos tratos a una
menor y abusos (su hija)”. Jean las cerró en abanico y María ni siquiera
levantó los ojos de la mesa, besó a María en la frente.
-
Veo que trabajarás un rato, me voy a la
cama, me levanto temprano- le sopló un beso desde la puerta.
-
Gracias cariño por tu eterna paciencia,
tengo mucho trabajo, han entrado dos nuevos casos, y además mañana, hay que
cerrar la orden de alejamiento del tipo ese, ya lleva mucho retraso- le
devolvió el beso.
María
se quedó trabajando en bragas y camiseta y descalza como hacia siempre, con los
zapatos y el sujetador desparramados por el suelo.
IV: Cerrando Abril
Jean
silbaba una canción de los Beatles mientras preparaba la cena, ese día estaba
contento; el día había amanecido claro y soleado y se había permitido ir sin
chaqueta a trabajar, lo que agradecía en sobremanera, pues en su país nunca se
hubiera podido permitir el lujo de ir a cuerpo. Observaba tras el cristal del
horno, como se abrían los mejillones al vapor, mientras removía una salsa de
ajo y perejil en la sartén. En un mes y medio ya tendría las vacaciones y se
había propuesto regalarle a María ese viaje a Venecia para los dos, esperaría a
tenerlo todo hablado y sentenciado para decírselo. Había sido un año muy duro y
le pidió a Pedro que les dejara algunos días en Julio, Pedro le dijo que no
había problema y que le guardaría el secreto; era sin duda un gran tipo.
Sonó
el telefonillo, le dolió la nuca, pensó “la maldita tensión”; lo cogió:
-¿Si?-
temió que fuera María, estaba tan a gusto en casa.
-¿Puede
abrir?- Una voz desconocida sonó al otro lado del auricular-¡publicidad!-
añadió la misma voz.
-No,
no abro a extraños a estas horas de la noche- colgó y respiró aliviado, miró
los mejillones, dos minutos y estarían listos- Ojalá no tardara esta noche-
pensó, los mejillones había que comerlos en el acto.
Sonó
el “ladrido” del teléfono, lo descolgó y apagó la salsa.
-
¿Sí? ¿ María?- se temió lo peor
-
Oh, sí, querido Jean- María hablaba
bastante sofocada- me tengo que quedar, no han cursado la orden aún y Dolores
quiere retirar la denuncia de nuevo ¡es terrible! ¿qué hago Jean?...
-
No lo sé María- le contestó desganado-
No sé qué decirte ni que hacerte- se llevó la mano a la nuca- esa mujer no
tiene remedio, nena, en general ninguna tiene remedio- se le marcó el acento al
hablar enfadado- sabes que al final tienes que aceptar que ellas quieran hombres
así, que las maltraten y luego les pidan perdón y les digan que las aman más
que nadie, no tienen remedio, ni quieren tenerlo María…
-
Jean estás enfadado, lo sé, lo siento;
no sabía que quería regresar con él, nos hemos llevado tres horas
convenciéndola para que por lo menos no retirara la denuncia…
-
Da igual María- la cortó Jean- no hace
falta que te disculpes, todo está bien, todo lo bien que puede estar…Nos
comeremos los mejillones yo y el perro- ironizó.
Como
siempre.
-
Jean no te enfades, pero ese perro no
creo que tenga hambre y que le gusten los mejillones, ni pienso, ni nada…-María
reía.
-
Bueno, pues este perro tiene hambre y se
los comerá todos- hablaba de sí mismo sin emoción, esos eran siempre sus
enfados, se callaba y se metía dentro de sí.
-
Jean prometo llegar lo antes posible.
Están Pedro y Fina aquí conmigo; y además no eres un perro, eres una persona,
una persona estupenda. Te quiero.- sonó por detrás del teléfono un “Oh, qué
romántico”.
-
Venga María cuelga, te esperaré y dile a
esos dos que son unos cotillas- Jean colgó no sin decirle antes que la quería.
Cenó
en la cocina y se dirigió al sofá a leer, era una noche serena y plácida de un
treinta de Abril. Comenzó la lectura, el comandante Bowman estaba sólo en el
universo con su ordenador HAL que además de pensar por sí mismo, era un
asesino. La maquina se saltaba así a la torera la primera ley robótica; ir
contra el hombre: su creador. Fuera la
vida, para bien o para mal, seguía en cualquier otro lado del universo.
María
llegó a las una y cuarto de la madrugada, Jean no se levantó del sofá, se había
quedado medio dormido, dejó el móvil en la entrada, sobre la mesita, tiró los
zapatos sobre la alfombra uno aquí y otro allí, revoleó el sujetador , se fue a
la nevera de la cocina y cogió un yogur bebido. Se sentó al lado de él, en el
sofá, estaba más guapo que nunca, con ese aire tan rudo, rubio y cano; se apoyó
en él buscando el refugio de sus brazos, temía que aún le durara el enfado, su
forma de expresarlo era ignorarla durante días y siempre temía que llegara esa
situación.
-
Te amo, te amo, no sabes la falta que me
hacías hoy- le dijo dejándose caer a su lado agotada.
-
Eso no es verdad María, si yo te hiciera
falta, habrías llegado antes- le contestó medio dormido, sin alterarse, se
llevó la mano a la nunca, el dolor era insoportable, siguió tranquilamente
acariciándole la espalda- me dejas aquí abandonado, solo en tu nave espacial, con tu perro mecánico
que me ladra a veces, sin nadie que me quiera ni se acuerde de mi- dulcificó
aún más la voz.
-
Oh no, cariño. Donde mejor estoy es en
tus brazos, te echo tanto de menos- mientras se dirigían al dormitorio,
atravesando el pasillo- no puedo vivir sin mi “perrito” que come mejillones- le
bromeó retomando la conversación que habían mantenido por el teléfono de horas
antes que la hizo reír.
-
Tú no quieres a este perrito María, es
igual que tus otros perros, esos que tú odias- la echó sobre la cama, se echó
sobre ella sin prisas le desabrochó la camisa- pero este perro esta noche te va
a hacer el amor…
-
Oh Jean, estoy tan agotada- María
sonrió. Dejándose seducir, pensó que así pasaría pronto su enfado- por esta
perrita haría cualquier cosa por ti esta
noche- le acarició la cabeza, la nuca, enredó sus dedos en su pelo.
Jean
entonces recordó el gris de Noruega, el gris de su vida anterior, la sujetó por
el cuello sin pasión, la besó lentamente una y otra vez.
-
Jean me estás haciendo daño- protestó
mimosa María
Jean
recordaba todas las tardes sin ella, solo en sus cenas, recordaba las noches
hablando sólo de ella y de sus problemas...
-Jean,
no me dejas respirar…. Estoy cansada- María apenas podía hablar. Jean siguió
besándola, atándola, amarrándola, debajo de sí, por fin era para él, por fin
era sólo para él…,disminuyó el dolor de su nuca y entonces le miró a la cara,
la preciosa cara de María, su cara estaba extraña, miraba hacía un lado con una
expresión inmóvil, sus ojos estaban semiabiertos y no parpadeaban. El cuerpo de
María yacía sin vida bajo su cuerpo, le había roto el cuello. La besó una y
otra vez de arriba abajo, la desnudó y la dejó en camiseta y bragas como a ella
le gustaba estar, la tapó con la sábana, estaba tan hermosa cuando dormía.
Mientras le tapó la cara con el almohadón.
Entonces
buscó un billete en internet, lo cursó para ir a Moscú, esa misma mañana a las
seis y media estaría lejos. No era la primera vez, ya le sucedió en su país,
aquella mujer no paraba de decirle como tenía que vivir, y María había cometido
el mismo error, sólo que ella era más inteligente, sólo le había marcado el camino
con sus ausencias, le había dejado sin opciones.
En
Moscú no tendría problemas, ya no tenía quien lo retuviera, quién le marcara
los pasos, María era quien le retenía, pero casualmente ya no estaba, sólo
estaba su cuerpo inerte, la volvió a besar, empezaba a enfriarse.
Se
vistió, recogió poco equipaje; reunió las carpetas del despacho y se las colocó
alrededor, ella nunca se iría al universo o donde fuera sin acabar su trabajo,
era una muy buena profesional. Le colocó el almohadón por detrás de la cabeza,
ésta se le ladeó como la de una muñeca rota.
Al
dirigirse a la puerta para salir, se paró delante de la mesita donde descansaba
el móvil, vio que había tres mensajes de Pedro, consultó el primero:
“María
sé que no me perdonarás el que te haya dicho antes que no te lo debería de
haber contado; por favor no llores demasiado, o por lo menos, no llores sin mí.
Te debo una cena por dudar de tu entereza, te ama tu jefe”
Pasó
al siguiente:
“María,
cielo, espero muy en el fondo que no veas el mensaje hasta por la mañana,
estabas agotada y necesitabas descansar como el comer. Ya sabes que no sé
parar. Te ama tu jefe, guapa”
Y
abrió otro más:
“María
tengo que darte una mala noticia, han encontrado a Dolores dentro del maletero
de su coche con el cuello desgarrado y desangrada. Su marido estaba al volante
y las chicas estaban amordazadas detrás de él. Se ha suicidado el muy cabrón,
encendiendo el coche dentro del garaje, anuló cualquier entrada de oxígeno.
Encima estos monstruos son unos maricones”
Jean
apagó el móvil, recogió el equipaje del suelo como si no hubiera pasado nada,
como si no hubiera leído nada, ni un gesto, ni una palabra, nada. Cerró la
puerta con llave al salir. Mientras esperaba el ascensor, sintió a lo lejos el
ladrido mecánico del teléfono. Cesó .Sonrió, eran las cuatro de la mañana y le
daba perfecto tiempo a llegar al aeropuerto. Sonó de nuevo el teléfono. Se
montó en el ascensor. Dejó de sonar.
V: Primeros de mayo
En
las noticias del medio día se dieron los nombres de dos nuevas víctimas por violencia
de género que incrementaron las listas; dos nombres más que sumar a aquella
indeseable larga lista.
Fina
habló en algún medio de comunicación:
- “Todos
queremos erradicar este mal de nuestra sociedad, una sociedad que nos aparece
como más o menos ideal, más o menos moderna; pero aún regresa con fuerza el
monstruo amarillo de la envidia, el diablo verde de los celos, los silencios que impiden la comunicación,
los gritos que impiden la convivencia, regresa a nuestras vidas una y otra vez
el ancestral “hombre de las cavernas” con su fuerza como única arma. Nos golpea
una y otra vez, las mujeres no podemos relajarnos, aún tenemos que luchar,
tenemos mucho por hacer, no dejarnos engañar por imágenes falsas en los
espejos, darnos a valer, amarnos a nosotras mismas. No debemos por simple
imagen, reducirnos a mujeres recluidas en un bonito cuerpo, en una bonita
imagen; debemos de hacer respetar nuestra opinión, votar, definirnos política,
religiosa y socialmente. Tenemos que hacer valer nuestros criterios; decir al
mundo: sí, hablamos mucho, es cierto y cada día hablaremos más. Hagamos que
nuestra voz no retroceda ni un milímetro, levantemos la cabeza y la voz por
todas las que van cayendo en el camino. Dirijamos incansable nuestro paso hacia
adelante, enseñemos a nuestras hijas a revelarse, a trabajar y a lograr sus
sueños. Enseñémosles a amarse a ellas mismas antes que a nada ni a nadie,
enseñémoslas a respetar y a respetarse por encima de todas las cosas, a
definirse como personas ya desde pequeñas. Enseñémosles el derecho a decir no,
alto y claro. Mostrémosles el camino y hagamos
que cuando comiencen la aventura de su vida vayan con paso seguro y sin
complejos adquiridos del pasado.
La vida que vivimos en
este mundo es para todos y ya es hora de que todos y todas la disfrutemos por
igual. Y digo la palabra “disfrute” en
su concepto más alto de vida, porque la vida debe de ser un disfrute, y no un
paseo de lágrimas.
Respecto a el por qué
las matan, es algo que no podremos entender nunca, en un mundo como el de hoy
en que la mayoría podemos hacer uso de nuestras libertades sería lógico que se
fueran , se separaran y ya está; pero ellos quieren acabar con la figura que
simboliza a sus madres; la mujer a la que nunca negarían; no es que maten a sus
madres, serían incapaces, acaban con la vida, esa en la que nunca van a estar
completos, porque estos señores siempre estarán incompletos. Matando a sus
parejas, matan a la creadora, matan a la fuente de la que mana la vida; date
cuenta que la mujer es la que posee a través de su naturaleza el paralelismo
más grande con la creación del mundo y eso les da poder, un poder absoluto.
Ellos acaban con ellas porque con eso pasan a ser los grandes controladores,
así controlan aunque sea durante segundos, la vida.
Ellos, viven un en un
mundo gris de invierno y nosotras las mujeres vivimos en un permanente Abril,
eclosionando, resurgiendo, reinventándonos. Estos hombres grises, tristes, no
comprenden nuestras ganas de vivir, de revivir, de supervivir. Este tipo de
hombres anteponen su Noviembre a nuestro Abril.”
La comentarista, le
felicitó por su opinión, con la que se sintió plenamente en acuerdo. Para
cerrar la sesión, convocó la manifestación que había pendiente para el primero
de Mayo en honor de la víctimas por violencia de género. Comunicó que la administración subía las
ayudas para el siguiente año. Y dio las buenas noches.
Mientras Fina, fuera de
micrófono, se derrumbaba sin entender nada de nada, su gran amiga María había
desaparecido a manos de unos de los peores “monstruos” de la larga lista de
maltratadores, el “maltratador silencioso”, nunca le había caído demasiado bien
Jean, su demasiada alta autoestima, su fría mirada, su forma de tratar a María
como si siempre estuviera necesitada de él, nunca hablaba de su pasado, y casi
que nunca hablaba, nunca le gustó; pero nunca se lo dijo a María, por respeto.
Jean no pudo escapar,
Pedro llegaba en el momento en que le vio marcharse con la bolsa de deportes
demasiado llena, había algo que no le gustaba, llamó al telefonillo y al no
recibir respuesta, llamó a la policía. Sólo tuvo que decir quién era. Abrieron,
y se encontraron a aquella mujer que parecía de porcelana; parecía dormida, por
lo menos no había sufrido.
Detuvieron a Jean en el
aeropuerto, no le dio tiempo a irse. Sólo dijo que siempre estaba solo, que no
le gustaba estar solo. ¿Era un loco? O simplemente un terrible hipócrita.