domingo, 23 de marzo de 2014

Caminar descalza




Quiero caminar sin horas, ni zapatos que me amarren los pies
caminar despacio hasta la orilla del mar
caminar tranquila sin mirar atrás
Quiero caminar sin prisas, sin obligaciones
caminar avanzando un poco más
caminar sin saber a donde llegar
Quiero caminar, caminar descalza,
descalza por el parque.

En loor de perfección


                                                                    


Recuerdo que me crié en un colegio de monjas, la imperfección, la diferencia, la forma distinta de andar, de expresarte, de llevar el uniforme, de sentarte, de entender la justicia, la biblia, se pagaba con una severa reprimenda. Yo salí de aquello hace mil años, tantos, que ya casi no lo recuerdo. Todavía juego a que adivino por cómo se mueven algunas mujeres si se han criado o no en un colegio de monjas de los de aquella época, es fácil identificarlo por su actitud física sumisa. Apenas levantan la cabeza que no quiere decir, venido al caso, que no levanten la voz, y la forma de vestir aleccionada y equilibrada hasta la pulcritud, las delata, como si nunca hubiesen roto el cordón umbilical invisible que las unía a aquel orden perfecto que significaba el colegio, el uniforme, la regla ineludible. El pelo arreglado semanalmente hasta la perfección de peluquería, corto y cómodo, todo controlado, desde el largo de la falda hasta los pendientes que llevan en las orejas, apariencia conservadora y discreta.
Han pasado los años, yo que ya nací rebelde, una vez que salí del colegio sólo he tenido que romper ese cordón al principio de mi vida adulta, donde ese aleccionamiento en loor de perfección me llevó a una anorexia imposible y a destrozarme las manos en una obsesión estúpida por el orden y la limpieza. Aquello rozaba en la neurosis, delgada hasta la perfección de una calavera. Limpia hasta quedarme sin flora vaginal y buscarme mil y un problemas ginecológicos, me llevaron un día a mirar a una mujer en el espejo a la que yo no reconocía. Vamos a decir que todo estaba donde tenía que estar menos yo, hasta que me revelé y le dí la vuelta a la tortilla, cambié mi concepto de perfección, como siempre me pongo los listones altos, el ejemplo era la naturaleza ¿Cuánto de imperfecta y hermosa es la naturaleza? Así mi vida empezó a "desordenarse" y a rebelarse a que las cosas fueran como "tenían que ser". Esa rebeldía me llevó a ser más y más libre y hoy en día mis imperfecciones forman parte de la persona adulta y madura que soy.
Es cierto que determinado orden ayuda a vivir, un exceso de orden nos mata, acaba con nuestra "perfección natural" Una vez que entras en esa dinámica te conviertes en un cadáver viviente, eres un ser aleccionado, listado, numerado, y coartado. Las personas que no han roto jamás con nada de su niñez, no han roto alguna vez con su orden preestablecido, quien nunca ha tenido una "crisis existencial" porque ha sido así toda la vida: un buen niño, una niña educada y calladita. Una persona que presume de que toda la vida ha sido "igual", no ha crecido, no se ha dado permiso a sí mismo para evolucionar. Giran sobre si mismos como las piezas de un móvil que oscila sólo con la autorización del viento pero sin nunca soltarse de la cuerda que les sujeta al tronco que les amarra a su coartada existencia.
Identifico a estas personas porque ante el pánico que les da despegarse de la falsa seguridad que les ofrece su constreñida enseñanza de primaria, intentan, como en una guerra personal aleccionar a los demás, meterlos dentro de su vara recta e inflexible y que todos caminen igual a ellos por la vida, para que así mismo  no tengan que cambiar el paso ni el camino por el que desfilan ni un solo grado. Odian, al estilo del viejo monje de "El nombre de la Rosa" la risa de otros, la alegría de otros, la "perfección" que ellos creen percibir en otros. Su sed de aleccionamiento perfecto no tiene fin, piensan que la única forma de vivir, de ejercer y de hacer es la que han aprendido y no piensan en que en este mundo que yo y cada vez más gente adivinamos diverso, se mueven muchas formas de vida, muchas formas distintas de proceder, muchas formas distintas de sentir. El acierto en este nuevo mundo que descubrimos, siendo el más viejo y sabio de todos, es hacer un elogio al error, el sabernos humanos, el buscar la perfección en la imperfección que como seres vivos nos acecha a cada paso. El problema surge cuando chocamos de frente con estos "herederos de la vida perfecta" en el trabajo, en nuestras actividades en grupo, creen llevar la batuta, se posicionan por encima del resto, toman decisiones que pertenecen a otros y por supuesto se erigen en jueces y profesores de cada cual. Se les disculpa porque son mayores, jartibles, pesados, críticos, y los aguantamos con altruismo y eterna paciencia intentando que un día, sólo uno dejen su falsa perfección a un lado, guarden la vara detrás de la puerta y se reconozcan humanos ¡Vana espera! La férrea educación no fue en vano, al fin y al cabo sin nosotros darnos cuenta son los perros que guardan el orden del rebaño, sin que nadie se atreva ni siquiera a toser delante de ellos. Si te eriges un día en contra, entonces te marcan como la oveja negra del grupo, y bueno ¿ qué voy a decirles? Bendito fue el día, que salí de la falda de la perfección de Sor maría, y entre a formar parte de mi propia vida, sin lecciones, ni miedos, ni etiquetas, ni castigos injustos, ni culpabilidades y tuve el valor de por fin andar descalza por el parque.