sábado, 13 de diciembre de 2014

Amen a lo Benedetti





                                                                           
                                                                                

¡Amen!, sin más
 Así sin impaciencia, sin cama, sin ímpetu
Amen, así en imperativo
 Amen sin acento a segundas personas
Y díganle a terceras que amen
Amen sin estridencias, sin imposiciones, sin chantajes
Amen el sol, al vecino,  al de la farmacia
Amen así, sin más
Amen sin sexo, sin obediencia, sin anillos
Y sin venir a más, simplemente Amen
Amen, así, de cualquier modo
Amen por el gusto de amar
Amen sin ruido, sin vocerío, sin amenazas
Y cuando se dé la vuelta
Siga amando, ame de forma imperativa
Ame en segunda y a terceras personas
Y así como dice Benedetti
Cuando llegue la hora de la guerra, de los odios, de la venganza
Siga amando, ame hasta que le duela la mandíbula
Pero esta vez, ¡amense!, amen, entonces, en defensa propia.


Los besos saben a versos

                                                                           
     


Se depositan en mi nuca como lágrimas templadas
 erizan la piel de mi médula espinal
De arriba a abajo
de abajo a arriba
Se depositan en mi espalda como palomitas de plata
erizan la piel de mi labios
De dentro a afuera
de afuera a dentro
Se depositan en las corvas de mis piernas
erizan la piel de las palmas de mis manos
De soltar y de coger
de coger y de soltar
Recorren mi cuerpo como versos entrelazados
provocan hormiguillas de luz blanca
cierran como persianas mis pestañas
y les hacen descansar del sol
Se depositan en mi vientre como arañas de seda
erizan la piel de mi senos
De rabo a punta
de punta a rabo
Recorren mi cuerpo como versos entrelazados
provocan relámpagos de luz blanca
Cierran las ventanas de la realidad
Y me hacen descansar del sol
Se depositan en mis labios como libélulas traviesas
erizan la piel de mi alma
De la cabeza a los pies
de los pies a la cabeza.

El nuevo viaje



                                                                             


El mundo no parecía tan grande desde aquel lugar, podía distinguir los colores verdes y tierra de los paisajes del exterior,  casi oler las flores y los frutos que colgaban de las grandes plantaciones de árboles frutales. La  ventanilla emitía un sonido repetitivo como  la campanilla de algún móvil colgante, le recordaba a alguna música conocida. Una extraña corriente pasó por su vera, la piel se le erizó, se rebulló en el asiento, se tapó con la confortable mantita de viaje, la corriente volvió a pasar por su lado. Se iba acostumbrando poco a poco a identificar cada nueva sensación, desde el accidente todo había cambiado, había cambiado el entorno, los amigos, la casa y ahora el lugar donde vivir también cambiaba. Asumía como un reto ese nuevo mundo que desde la oscuridad de sus ojos ya sin vida tenía que descubrir. Identificaba cada olor, cada color que se escondía en los recuerdos de su mente, cada forma, algunas caprichosas y cambiantes en las imágenes que dibujaba en su cerebro. Lo único que no identificaba, a solas en el asiento del tren, era la corriente caprichosa que a ratos pasaba a su lado recordándole el aroma de un perfume conocido.

Corazón de LA para Deivid


                                                                               


A Los Ángeles se accede desde la autopista del Sur, intentas no perder la paciencia en las tres horas de cola interminable que como una serpiente de luz cubren los seis carriles. Llevas el sol todo el rato frente a tus ojos, y dejas a tu derecha interminables washingtonias robustas que despliegan sus palmas pidiendo auxilio al mismísimo cielo.  En la radio escuchas KissFM y todos los temas te suenan a añejos, a repetidos, mientras cantas observas en la distancia, nostálgica, las caras fantasmas de un muro que tras su blanca palidez esconde al maravilloso Hotel California. Vuelan a tu alrededor colitas ascendentes que coquetean a forma de lluvia con el parabrisas del coche. A tu izquierda te sobrepasa una limousin de cinco pisos blanca y el sol, sin justicia, envuelve el ambiente de amarillo dorado irradiado brillante a las doce del mediodía. Entonces al fondo ves la ciudad mágica, el corazón de LA se eleva por encima del resto de la ciudad que se desparrama de forma circular desde donde estás hasta el mar. Desde encima del scalextric multicolor y acelerado, detrás del letrero de LAX se ve palpitar la ciudad, como si fuera un gigante enorme a punto de desperezarse. Entras por la zona suburbial, los barrios peligrosos, esos en los que la gente no entiende de la riqueza de Hollywood ni de la fastuosidad de Venice Beach. Luego coges la avenida del Mar, esa que se hunde en un subterráneo interminable, y terminas precipitándote en Marina del Rey, allí es donde la gente como tú y como yo paseamos, nos acercamos peligrosamente a los pelícanos y a las gaviotas y buscas un lugar en el césped limpísimo en donde comerte un hotdog con patatas fritas y un enorme vaso de Coca-cola. Deivid, pero si quieres venir conmigo a LA, búscate una bonita y alta palmera y contempla como vuelan los ángeles de California rondando su copa buscando el cielo azul intenso.

                                                                          M Yolanda Gª Ares- Antología de viajes