jueves, 26 de diciembre de 2013

Un cuento de Navidad (para adultos a los que les gusta ser niños, para niños que piensan y llegarán a ser niños-adultos)

           



    
 Había una vez una reina que vivía en un castillo, no era una castillo cualquiera, no, era un semicastillo adosado de tres alturas la mar de mono. Por lo demás era un castillo muy típico con almenas, torreones, arcos, balcones, ventanas, ventanucos y puertas. Eso sí, con un defectillo, todas las puertas ¡estaban siempre abiertas! Por lo demás era un castillo en toda regla, cumplía todos los parámetros indispensables para ser un castillo habitable y confortable, sólo que a ratos hacía un poco de corriente.  Eso sí, era un castillo postmoderno, por lo que su arquitectura prescindía de cosas elementales como un foso pestilente, un par de cocodrilos glotones y tampoco tenía rejas, que ya no estaban de moda.

En el bonito palacio, vivía una reina muy hacendosa, el rey, sus dos hijos y un perro de aguas. El rey que era un rey muy preocupado por su reino iba a trabajar todos los días de ocho de la mañana a ocho de la tarde, como podeis observar era un rey superocupado, ¡ni qué contaros! Los niños iban al colegio porque tenía que aprender miles de cosas nuevas, además hacer amiguitos y cómo no, tenía que aprovechar el comedor y las actividades gratuitas, porque a pesar de que el rey trabajaba mucho, el sueldo era muy chico y no le llegaba para nada, así que por lo menos tenían beca de comedor y actividades.
Cuando todos se iban, la reina se quedaba cuidando a un níspero, una dama de noche alérgica y un naranjo algo alternativo al que le gustaba que le llamaran “cítrico” porque era más general el término. También la acompañaban dos rosales que discutían todo el día con dos geranios, una yerba-buena y un par de aloes llenos de pinchos.
Como podéis ver la reina nunca estaba sola. Ella tenía su vida. Limpiaba, salía, leía. Hacía muchas cosas, unas fuera y otras dentro del castillo. En esa casa todos eran muy independientes, cosa que traía muy distraídos a los vecinos, el que en una casa unos salgan y otros entren, salgan otra vez pero separados y luego juntos, y luego uno sí y otro no, eso siempre distrae mucho a los vecinos.
El caso es que la reina era una mujer moderna multidisciplinar, vamos que hacía mil y una cosas, todas de una en una, porque alguna vez que había intentado hacer varias a la vez se le habían hecho un lio y había terminado llorando por las esquinas, y cuando una reina llora eso es terrible, se inunda toda, toda la ciudad entera, y todo el mundo parece que tiene un nosequé que nada más que tiene ganas de llorar de pena. Así que la reina ya había aprendido a hacer las cosas una de cada vez como todo el mundo normal. Aunque de vez en cuando se le olvidaba e intentaba hacer lo menos tres y volvía a llorar cuando se le liaban, pero eso cada vez le pasaba menos porque después era una lata limpiar todo el fango de la ciudad.
El caso es que como vivía en un castillo que tenía las puertas abiertas tenía un pequeño problema, sólo podía salir cuando los demás estaban en casa, sino no podía salir. La reina se desesperaba, porque consideraba que estar encerrada en el castillo mientras los demás no estaban no era nada cómodo, además no podía hacer mil cosas que le gustaban. Tenía que esperar y esperar, y esperar mucho, mucho…
A la reina la visitaban de vez en cuando los reyes Magos y como era Navidad, pues decidieron ir a verla los tres de un golpe y sin avisar como de costumbre, cosa que a la reina le sentaba fatal porque estaba en chándal y no estaba ni peinada ni nada; pero como ya los conocía, pues se enfadaba muy poquito y les daba mil besos y abrazos, agradeciéndoles feliz porque hubiesen ido a verla como todos los años.
Esta vez los Reyes le traían un regalo. Ella lo cogió  con gran ilusión y rompió el papel toda emocionada: ¿qué será? Era, era: ¡Una llave! La miró, la remiró. Miró a los Reyes asombrada. Los Reyes la miraron a ella asombrados y así con cara de embobados estuvieron por lo menos diez minutos.
Una vez, pasada la sorpresa. Ella dijo: “¿Esto qué es?” Y ellos dijeron los tres al unísono: “¡una llaveeeeeeeeeeee!” Ella dijo “y ¿para qué?” y contestaron los tres a la vez “¡para abrir puertaaaas!”. Ella miró la puerta, miró la llave, miro la cerradura y dijo: ¡jajá!, ¡no cabe!”. Los Reyes se miraron entre ellos riéndose y diciendo: “¡qué torpe!”. La reina se la dio a Baltasar y le dijo: “¡anda, listo!, ¡ábrela tú!” Baltasar la cogió, la llave pesaba mucho y era tres veces más grande que la cerradura, cualquier persona normal ni lo hubiese intentado, pero él era un Rey Mago y los reyes magos no se dan por vencidos a la primera, así que acercó la llave a la cerradura y ¡saz! ¡Entró! Y cerró la puerta y luego la abrió. El Rey miró a la reina y dijo: ¡Ahí lo tienes reina mora! Y diciendo esto, desaparecieron los tres tal y como habían llegado sin más.
La reina se quedó refunfuñando un buen rato, hasta que se le ocurrió quitar la llave de la cerradura, pero, pero… ¡NO podíaaaaaaaaaa! ¡Era imposible! Cuando una reina quiere quitar una llave de una puerta y es imposible, y encima no puede salir y tiene que hacer las cosas de una en una, y encima le vienen de visita tres Reyes Magos, aunque le hagan un regalo mágico, y encima que ella no sepa usarlo, es tan desesperante como que te regalen el Ferrari de Alonso y no sepas conducir. La reina comenzó a llorar y no tubo consuelo hasta dos siglos después, menos mal que las reinas tienen una habilidad increíble para parar el tiempo y que nadie se dé cuenta. Eso sí en la ciudad estaba diluviando como cuando el diluvio universal, cuando segundos antes hacía un sol precioso. Cuando dejó de llorar y recobró la compostura, giró la llave y ¡saz! Abrió la puerta sin dificultad ninguna, la giró otra vez y ¡saz! Se cerró. Y así anduvo jugando un montón de rato, cierro, abro, abro, cierro. Y a partir de ahí la reina ya siempre pudo salir del castillo aunque no hubiese nadie y fue muy feliz para siempre, y para siempre es mucho tiempo porque ¡las reinas son eternas!
¿NO os lo creéis? ¿Verdad? Pues no fue tan fácil, no. La reina tuvo que llamar a una amiga bruja que le enseñó a usar la llave, y ¿sabéis cómo lo hizo?  Con un conjuro mágico, a ver si os lo aprendéis, por su algún día los Reyes Magos os regalan una llave mágica sin instrucciones:

“Sapo, zapito, zapito, sapón.
Tengo una llave que abre un cajón.
Que abre una puerta, que abre un portón.
Si lloras ya gira, si ríes, mejor.
Tengo una llave que abre un cajón.
Que abre una puerta, que abre un portón.
Si sales afuera, ya se giró.
Si entras adentro, ya se guardó.
Sapo, zapito, zapito, sapón.
Tengo una llave que abre, un corazón”


Mª Yolanda García Ares