sábado, 8 de marzo de 2014

El alma trás las ventanas de cristal oscuro ( Historias recónditas de la ciudad de Cádiz)

                                                                              

No me han gustado nunca las gafas de sol, no me parecen elegantes, ni útiles, ni siquiera de pasada para aguantar el pelo como la llevan tanta gente. Cuando las he usado me han gustado grandes a lo Garbo, como para ocultarme yo entera detrás de ellas. Me llevé años sin utilizarlas hasta que uno de estos acontecimientos nefastos que te dejan las huellas imborrables de dos grandes y oscuras ojeras en la cara me hizo empezar a usarlas con asiduidad, en ese momento las más grandes y oscuras del mercado, las preferidas, las de espejo donde no se adivinaban los ojos de ninguna forma, aprendí y acepté esconder el alma tras los cristales.
En días pasados hizo uno de estos maravillosos días que anuncian una primavera insipiente en la Bahía de Cádiz. El mar estaba verde y brillante y el cielo se caía sobre nosotros de un azul intenso. Yo llevaba mis gafas progresivas de sol, ya sin acordarme el por qué un día ya no dejé de usarlas.
Son cómodas porque se acondicionan a la luz del momento y a veces se me olvida que las llevo puestas. Entramos en "El viento de levante" a tomar un cafelito y mira por estas cosas del destino que fui a la barra a pedir dos cortados, había un camarero mayor y encantador que al yo hablarle se disculpó al hacerme repetir  el pedido porque yo no llevaba los ojos puestos, entonces me sonreí para adentro o para afuera y me levanté las gafas sobre la cabeza. El hombre se volvió a excusar, y me dijo que parecía que con ellas era como que no estaba allí. ¡ Cuánta sabiduría se esconde en la intuición natural de la gente! Al momento la mente me voló hasta aquella mujer que se puso las gafas un día para no tener que llevar todo el día el alma a cuestas, porque si señores, yo soy de esas que el alma la llevo en los ojos, desnuda y a la intemperie y cuando ésta me coge un constipado la que lo sufro soy yo. Es cierto que un día me cansé de llevar el alma al trasluz y decidí esconderla tras unos cristales de color oscuro. Es cierto que en muchas circunstancias me escondí y hasta desaparecí tras esos cristales para poder hablar de cosas banales sin que se me notara que hacía rato ya no estaba allí. Aquello pasó hace tiempo, ahora uso las gafas por costumbre, por comodidad, porque mis progresivas son estupendas y me he adaptado inmejorablemente a ellas. Sigo usando mis gafas oscuras como una herramienta útil, como se deben de usar y no como un panel de protección, como un biombo tras el que esconderme, como un muro insalvable que me hacía menos vulnerable.
Ahora la que me excuso soy yo  con este texto con el señor que me sirvió el café y me recordó que ya no necesito esconderme, que mi alma es transparente para el que la quiera ver y ruego a todo el mundo que si alguna vez me paro a hablar con ellos, y llevo mi gafas de sol puestas detrás de las cuales escondo mis ojos y pareciera que no estoy allí con ellos, me recuerden amablemente que me las quite para que puedan constatar que ciertamente estoy allí con el alma al aire, como siempre.