jueves, 31 de octubre de 2013

Halloween vs Tosantos

La pequeña niña escueta y delgadísima, con sus zapatos de charol blanco y un vestido algo corto, celeste, con tiras bordadas de flores blancas a cada lado del pecho desfilaba junto a su madre por las sucias calle del cementerio. Mientras la madre la sostenía firmemente de la mano, la chiquilla se afanaba en mirar todo a su alrededor. El día estaba algo gris, dejaba sobre las lápidas de mármol amarillentas y sucias, en su mayoría, cercadas de hierro sino herrumbroso, podrido, una sombra larga descolorida que se afanaba en oscurecer aún más el triste ambiente del cementerio.  Los ojos de la niña llenos de curiosidad se detenían casi sin quererlo a mirar las flores de plástico, estropeadas y sin color por la acción del tiempo, las fotos enmarcadas gastadas por el sol, los ángeles regordetes y serios y un sinfín de ornamentaciones rocambolescas que regodean  a forma de decoración la vida efímera de los camposantos. La madre seguía avanzando acá y allá sin detener el paso. El laberinto de lápidas, huecos vacíos, nichos verticales, el marmol blanco, negro, blanco macael, a pesar de que el lugar no era demasiado grande, parecía interminable. La niña se rezagaba frente a algún panteón que le parecía majestuoso y la madre, le pegaba un pequeño tirón del brazo para que siguiera avanzando. Entre nichos, huecos, flores secas y hojarascas que apuntaban al invierno, aparecía más que de vez en cuando alguna que otra cucaracha bien alimentada ante cuya vista la niña encogía literalmente su pequeño cuerpo, entonces sentía ese escalofrío recorrerle desde la misma coronilla hasta la punta de los piés.  Este paseo se repetía todos los años en el día de todos los santos.  Tardaría algunos años aún en rebelarse a semejante costumbre.
Esa niña era yo, y la que me llevaba de la mano era mi madre. La visita al cementerio formaba parte de la cultura religiosa de mi casa como de otras tantas familias de mi ciudad. Yo, es evidente, no disfrutaba del paseo. Recuerdo aún en alguna de mis pesadillas las enormes cucarachas, la suciedad de las lápidas que nadie iba a ver. La dejadez del camposanto era como si fuera un mundo aparte de la ciudad, como si señalara a un lugar extraño y oscuro allí en el corazón marítimo de la ciudad de Cádiz. El cementerio de San José, no era cuando yo lo conocí, ni limpio, ni blanco, ni bonito. Sólo recuerdo suciedad, vejez y dejadez. 

Me hace gracia escuchar hablar de Halloween, de que la gente diga que hay que recuperar la fiesta española de los muertos que para eso es nuestra. Lo siento, pero yo creo que el que se celebre Halloween no nos inhibe de celebrar Tosantos, dejarse los bolsillos con telarañas en frutos secos de temporada más caros que ningún día y dulces de almendra inflados hasta la saciedad en cuanto al precio se refiere. Sinceramente pienso que Halloween como inversión está mucho mejor planteado como fiesta- negocio estatal capaz de captar unos ingresos , por algo es una fiesta “americana” y sobre todo valoro, y en nombre de la niña que algún día si que fui, que hubiese sido más divertido disfrazarme con mis hermanas, primos y vecinos e ir a pedir caramelos por ahí, y sin duda me hubiese ahorrado alguna que otra pesadilla de cucarachas que entran en mi cuerpo entre lápidas viejas y flores de plástico rotas. 
Así mismo rememoro la experiencia de vivir un altar de muertos en México dónde la muerte se vive como una fiesta, donde el día se llena de color y calaveras de caramelo y sonrientes llenan las casas. Donde el recuerdo de los seres queridos que han muerto se vive en las casas, rodeando sus fotos de buenos recuerdos, y cariño. Creo que es bueno abrir la mente a lo nuevo, no dejando que nos invada, pero si aceptándolo como algo positivo. Si no lo hiciésemos así, seguiríamos viviendo en la Edad Media y la gente iría fustigándose detrás de las procesiones en Semana Santa, y así mismo llevaríamos a los herejes a la quema después de haber sido castigados  a pena de vergüenza por la Santa Inquisición. 
Y sí podemos anteponer algo, si esta fiesta permite que los niños se acerquen al concepto de "muerte" de una forma más natural y feliz, pues bendito sea el día que Halloween nos sacó de los camposantos y nos invitó a reírnos con nuestros hijos pidiendo caramelos.

martes, 29 de octubre de 2013

El corazón no duerme

La noche está dormida, suenan los ronquidos del silencio fuera de la ventana
La mesa está dormida atrincherada en su rincón, coja
Los pinceles, bolígrafos, lápices... duermen
Duermen los cuadernos, la pizarra, la botella de agua,
duerme el papel, sobre él, el pisapapeles sueña con volar
Duerme la luna, el árbol, el gorrión conciencia
Duermen a mi lado la agenda, la cajonera
Duermen todos, todos sueñan con que sea mañana
Pero no duermes, tú, teclado, ni mi pequeña lámpara,
No duerme mi perra, ni la cabeza, ni el corazón
No duerme el reloj, el óxigeno, la noche
El corazón del mundo no duerme

domingo, 27 de octubre de 2013

Equidistantes

Aquí en un mundo equidistante
Tú en un lado de la diagonal
Yo, en el otro
Tú frente al mar frenando paisajes con el ojo de cristal
Yo al pie de la montaña, haciendo equilibrios con un papel
El cielo augura nubes, celestes y grises alborotadas
Tú, solo
Yo, acercándome a un mundo de grandes 
tan pequeña, tan perdida
Hemos quedado en el punto medio
No hay elementos ni gráficas
Sólo caen versos, versos, versos

sábado, 26 de octubre de 2013

Cascada de versos

Desfilan versos como en un rio de letras
Hablan, cantan del alma, el niño, las cosas
Suenan, tiemblan.
Toda una colección de elementos naturales
De alimentos naturales. Alimentos del alma 
Surge la palabra
La palabra, el verso.
Tiembla la emoción en cascada
Cascada desordenada. Risa
Y entre verso y verso,
la mirada cómplice, del que entiende,
del que entiende de emociones.
Quien entiende de versos,
entiende de la vida,
de la soledad, del amor, de las cosas

viernes, 25 de octubre de 2013

De Uno a Dios ( Relato corto)


Uno penetró en la cueva, inmediatamente y como siempre soltó unos aullidos y sonidos guturales que salieron espontáneos de su joven garganta avisando a las mujeres que trabajaban al fondo de la sala de que lo que entraba no era ningún tipo de peligro, si no cualquiera de ellas no hubiese dudado en clavarle uno o varios de sus arpones microlitos con los que hubiese encontrado una muerte segura. Sabía que las mujeres todas a una, se ocupaban del hogar, de los niños, de los alimentos, de los utensilios que tanto les costaba confeccionar, éstas le rodearon inmediatamente despojándolo de su carga, dos enormes ciervos que arrastraba en unas rudimentarias angarillas. Tardó un rato en alejarlas de él, sólo se limitó a refrenar el ímpetu de las féminas, pues tenía que visitar el altar al fondo de la cueva, aún le quedaba un rato de vueltas y revueltas hasta llegar al lugar de las ofrendas. El lugar se le reveló mágico y extraño, el chamán estaba sentado junto al agua de vida y le invitó a enjuagarse, lavarse las manos de la sangre era imprescindible pues los hombres enfermaban si se la dejaban secar en la piel. El chamán le alargó unas hierbas secas para secarse y luego le invitó a cantar y plasmar en la piedra su caza, Uno dibujó dos ciervos altos y preciosos, plasmó la vida que él mismo con sus propias manos les había quitado, de esta forma sus almas volverían en forma de caza mejor a la tierra. El chamán le ungió la frente de polvo de piedra sanguina y ocre y le colgó los amuletos de nuevo al cuello recargados para una nueva jornada de caza, el frio estaba ya por llegar.
Al regresar a la sala, las mujeres ya estaban limpiando las presas y despedazándolas con las herramientas de sílex, las observó y les atusó el pelo a los chiquillos que jugaban a  cazadores alrededor de ellas. Se colocó en la entrada de la cueva, la luna salía ya por el cenit, y le recordaba lo efímero de su vida, de la vida de aquellos ciervos y quizás de la del viejo chamán que masticó ya apenas sin dientes el corazón y las vísceras crudas del animal. Recordó cuando era un chiquillo,  jugaba alrededor de las mujeres y las ayudaba en sus juegos a moler el grano contra la piedra en un movimiento que ahora se le antojaba relajante y apetecible, con un vaivén en los que los senos de las dadoras no dejaban de ir y venir adelante y atrás; mientras su canticos arrullaban el momento de la molienda. También recordaba el momento de curtir las pieles, a los niños les daban un canto redondo para curtirlas con arena y sal, mientras que las mujeres maduras usaban la raederas de fina hoja para afinarlas y dejarlas suaves y tersas sin trozos ni marcas de restos orgánicos. Deseó ser niño otra vez, pero sus doce años lunares le obligaban a ser todo un hombre adulto, y debía de ocuparse de otros menesteres más propios de los hombres dignos de su tribu, como la caza, la lucha, y también el cuidado del clan. A los siete años ya lo iniciaron en los ritos, y le enseñaron su nuevo oficio, ya había plantado alguna semilla.Tana, la curandera le había dejado ver que era un buen hacedor, porque ella siempre quedaba satisfecha. Aunque Tana ya era algo mayor y sus últimos hijos habían quedado bajo tierra en el camino, por eso la llamaban “la mujer que vierte sus lagrimas” pues había sembrado de pequeños menhires todo el camino hasta la nueva cueva. Dirigió su mirada a las mujeres, pensó que quizás esa noche, en los ritos de la cena, nombrarían a Yai, su hermana de seno, la miró un buen rato y sintió que su sexo se elevaba por debajo de la piel hacia la luna; pero sabía que no podía verter aún su mies en la tierra de Yai, porque ella era la heredera de Tana y nadie podría ensuciar su tierra mientras que el chamán no lo autorizara. Además sabía que Yai estaba bajo el influjo de la luna la cual había marcado sus brazos con la sangre de la diosa y que ni siquiera se debería  atrever a mirarla hasta que pasaran los días de la sangre.
Después de la cena tendría que escoger mujer, y pensaba escoger a Tana, tenía el derecho porque había cobrado dos piezas grandes, y Tana no le exigiría demasiado, sólo se le presentaría como una loba mansa ofreciéndole sus enormes glúteos y luego le diría cosas bonitas y halagadoras porque  siempre se portaba bien con ella y le regalaba las vísceras para que ella estuviese sana y bien alimentada. Al fin y al cabo ella ya había curado sus heridas muchas veces después de la caza, aunque a veces no entendía sus continuas lagrimas.
Si, tendría que esperar aún un tiempo a que Yai fuera la poseedora de las hierbas y el grano, ni siquiera el chamán era capaz de poseer un bien tan preciado. Yai aún tenía ocho años lunares y aunque sus brazos ya habían sido teñidos de la sangre de la diosa, aún no podía volcar en ella su simiente; a veces habían ido al rio y habían jugado a verter la semilla, pero no podían pasar de esos juegos, porque si Yai hubiese sido fecundada, su corazón se rompería en pedazos del dolor, y eso no lo deseaba él, por eso se contentaba con Tana que era buena amante y mejor dadora.
A veces recordando  aquellos momentos en el rio,  pensaba cosas extrañas como por ejemplo que él fuese el único que pudiese imponer su semilla a Yai, pero se quitaba estas locas ideas de la cabeza pues sabía que una vez fuera la poseedora de las hierbas y las semillas pasaría a ser la dadora y todo el clan tendría derecho a plantar en ella su semilla a cambio de hierbas y semillas; de esta forma Tana pasaría al lugar de los viejos a pesar de que sólo tenía diecisiete años; pero sus piernas ya se resentían y a veces las mujeres más jóvenes la echaban a un lado para aligerar las labores, así de esa forma ella sólo se dedicaba a los niños del clan,  que eran los únicos que con sus ruidos y sus juegos conseguían que amainaran sus eternas lagrimas.
Así la tribu aseguraba el nuevo nacimiento con cada cambio de estación de hijos fuertes que pasarían a cazar y a dotar al clan de nuevos elementos para subsistir. Así lo hizo su padre, así lo hizo su abuelo y muchas generaciones antes y después de él. La luna se elevaba allá en el horizonte, y delante de su luz creciente viajaba una bandada de cigüeñas.
 
 
 
El sol se ocultaba por encima de las montañas, metió al asno y los arreos en el establo y dejó que el cubo de agua fría cayera sobre sus doloridos hombros, se observó la cicatriz en la pierna, se la acarició tubo la sensación de que aún dolía. Se secó y vistió rápido, hacía frio. Se dirigió a la casa, Miriam tampoco había vuelto a ser la misma; pero sus cicatrices eran de otro tipo. Se sentó a observar la puesta del sol, era otoño. Recordó el día, permanecía en su retina como el paisaje que tenía delante, triste y desdibujado. Estuvo echando cubos de agua en el granero desde que descubrió el incendio hasta bien avanzada la noche, la culpa fue de un rayo que produjo la tormenta seca de verano, sabía desde el primer momento que aquello lo pagarían bien caro.
Sabía que a pesar de haber cumplido con su formariage, y pagado su censo todos los años, su señor se revelaría a aquel accidente. También había cumplido mientras fue joven con sus cuarenta días de lucha al año y luego le había ofrecido a su hijo mayor para el ejercito del señor.  Miriam no le había perdonado aquello, cuando el chico con sólo doce años se alejó mirando repetidas veces para detrás y diciéndoles adiós con la mano.  Recordaba aún como pudo escabullir el  iux primae noctis  a cambio de un precioso percherón blanco, que le costó los ahorros de toda una vida, aún así recibieron su tarro de miel y sus dos gallinas porque el señor al fin y al cabo no era un mal señor. Pero también sabía que este no perdonaría el perder las mieses que le reclamaban todos los años el obispado, porque eso significaba perder el derecho de guarda, eso no se lo iba a perdonar a pesar de que Miriam cosía las ropas de todo el personal de su servicio y nunca le pedía nada a cambio.
Ella cuidaba sin falta del campo, el pequeño terreno que tenían frente a la casa, limpiaba la casa, daba de comer a los animales y curaba con extraños artes de brujería que el señor hacía como que ignoraba, a la tropa después de la batalla. Pero aquella noche, se lo había dicho, que mojara el techo del granero por lo de la tormenta seca y no le hizo caso una vez más, se lo advirtió, mejor trigo mojado que quemado.
Entonces, se quemó todo, el trigo, el granero, los dos caballos, y también los aperos de labranza. Vino entonces el señor, claro que vino corriendo a cobrarse su derecho de pernada. Los había avisado, les pasaría todo menos la pérdida del trigo y la sal. Ya lloraron cuando se llevó a Pedro con apenas doce años, Miguel se quedó con ellos para ayudar en el campo, eran gemelos.
Los ataron a un árbol, gritó, gritaron hasta enmudecer, por eso le golpearon en las piernas con el azadón y se reían de él. Cuando el señor salió borracho como una cuba, hizo un pecho en el tronco que descansaba en la entrada de la casa y con el mismo azadón cortó las cuerdas que les ataban. Se llevaron a Miguel para ayudar en la batalla, sabía que no le volvería a ver. Sólo se dirigió a él para decirle - Dile que se ande con cuidado a la bruja de tu mujer; y esta talla significa que me debes los diezmos por el granero quemado hasta que acabe la deuda - Pensó que no tendría vida bastante para pagar jamás aquella deuda.
Cuando entró en la casa Miriam estaba hecha un giñapo al pié de la mesa de la cocina, nunca creyó que el señor en persona fuera capaz de hacer aquello, la levantó y la curó, había sido un bestia, ella no habló ni se levantó de la cama durante días. Aún así le indicó unas cataplasmas para curar su pierna.  Cuando por fin lo hizo nunca fue la misma, decidió regresar a sus labores pero era como si estuviese muerta en vida.
Allí fuera, sentado en el tronco de la talla, pensaba en ayudarla, en encender el fuego, en cocinar, no debía de ser tan difícil, quizás en poner la mesa; pero sencillamente no lo había hecho nunca, aquello era un trabajo de mujeres, ella tendría que reponerse algún día. Y tendría que reponerse pronto porque tenían que traer un hijo si querían tener una vejez feliz. Pensaba en sus ojos sin brillo, y también en lo fuerte que era, pensaba también en su bonita voz que cantaba alguna canción que escuchaba en el castillo, pero ahora sólo escuchaba silencio y ese silencio le rompía el alma , entonces pensaba en el granero, en los caballos, en los aperos de labranza que ahora no existían, en el trigo. Todo, todo estaba destruido. Entonces sintió que se le humedecían los ojos, pensó que eran lágrimas, pero no lo eran, era el humo y las cenizas que movía el viento, que aún salía del granero. No había caído ni una gota de lluvia desde aquel día, quizás para cuando lloviera cambiaría el tiempo y brotaría la mies. Entonces pensó en entrar dentro y acurrucarse junto a Miriam, quizás aquella noche se dignara a darle un poco de placer entre tanta miseria. Si no se iría al pueblo a beber unas jarras y a olvidarse de todo, y se metería en los brazos de la brabucona Nadia, la rusa que le mangaba las alforjas cuando se caía de pura borrachera.
 Así lo hicieron su abuelo, y también su padre y así sería durante muchas generaciones. La luna llena se elevaba en el cielo e iluminaba el granero quemado, recordándole que algún día tendría que ponerse manos a la obra y arreglarlo.
 
 
 
Al llegar Ana estaba en la cocina, la saludó con un beso en la mejilla que ella  esquivó sin signos de agresividad; se sentó en la terraza, Venus refulgía esplendorosa en el horizonte y la luna parecía un fantasma en forma de rodaja de sandia, como un payaso que exhibía una gran risotada ante su triste situación. Había sido un día complicado, por la mañana en el taller y por la tarde sacaba algún dinero en la tienda de Sergio para darles una mejor vida a los chicos, a esos dos revoltosos que apenas le habían saludado.
Al llegar a casa Ana ya  los tenia bañados, y casi cenados; pensó en como conseguía callarlos nada más él llegaba, y cómo conseguía que se durmieran enseguida dándole tiempo apenas a darles un beso en la carita. No había pasado ni una hora y se había hecho un silencio total en a casa; el único ruido que se escuchaba era el pedal de la máquina de coser de su esposa, con un chirrido rutinario y lastimero – chirrik-chirrat-chirrit-chirrat. Cosía ropa para los muchachos. Fue a coger agua a la cocina, el fregadero estaba de tiestos hasta arriba y los chicos habían recogido la mesa a medias, guardó el pan y la mayonesa; se le vino el pensamiento de fregar todo aquello, pero no sabía dónde guardar las cosas, ni dónde ponerlas a escurrir, al fin y al cabo aquello no era cosa de hombres.
Ana se ocupaba de la casa y de los chicos cómo debía ser; bastante tenía él con trabajar en dos sitios para llevar dinero a casa y pagar la maldita hipoteca que les tenía siempre asfixiados.
Hacía calor, se sentó otra vez frente a la luna, esta vez Venus se reía abiertamente de él, siguió perdido en sus pensamientos, reconoció que no sabía cuánto tiempo hacía que no hacían el amor, quizás meses, tal vez años. Ana aprovechaba las horas de la noche para adelantar trabajo, con algunos arreglos que hacía al vecindario se sacaba unas pesetas  con las que luego se compraba algún pequeño capricho o le pagaba algún regalo a él. La última vez fue una verdadera sorpresa, había hecho un gran esfuerzo y le había comprado un pequeño televisor que hizo las delicias de los chicos cuando emitieron la llegada del hombre a la luna; pensó en lo bonito que hubiese sido poderlo ver en color, como en la realidad; pero supuso que aquello era una ridiculez, siempre había tenido demasiada fantasía.
En la luna estaba él hacía tiempo; hacía tiempo que tenía algunos devaneos con  aquella putilla del número tres, de la que sólo sabía que lo único que no le guardaba era fidelidad. A ratos, entre hora y hora, la visitaba y por algunas monedas o una invitación a cenar o algún regalito, le hacía aquellos caprichos que Ana nunca entendería; aunque últimamente le estaba perdiendo las ganas porque llevaba unas semanas con unos picores extraños en sus partes.
Regresó a la cocina, hacía mucho calor, al pasar por el salón besó a Ana en la coronilla, ésta se encogió, ¿de frio?; le dijo que le quedaba aún un buen rato, que también tenía que acabar los uniformes de los chicos, aunque no entendía su prisa pues el cole no empezaría hasta mediados de Septiembre y estaban en Julio. Pensó en lo desordenada que estaba la cocina, bebió agua y pensó en la putilla del tres y en aquellos caprichos que no le importaba hacer. Se sentó de nuevo en la terraza, la luna vieja sonreía casi a la altura de su mano, y Venus le cantaba cómo un pajarillo en la punta de su carcajada. La vieja Hécate esa noche no quería dejar de hacer sus maldades y sabía que aquella noche no vería  a la del tres, pero quizás mañana la friolera Selene dormiría sola una noche más.
Mientras Ana cosía, chirrit-chirrat-chirrit-chirrat , sonaban las voces metálicas de la conversación de la película que veía en la tele, una maravillosa y explosiva Elizabeth Taylor se exhibía en un papel fantástico en “ Quién teme a Virginia Woolf”, fueron a verla al cine y a Ana no le gustó, pensó que ni siquiera lo recordaba. La luminaria nocturna seguía subiendo, ya superaba la altura de sus ojos y tenía que llevar la cabeza hacia atrás para verla, seguía riéndose de él, pensó que algunos hombres decían que se volvían locos mirándola, pensó que él se volvía loco mirando a la del tres y disfrutando de sus caprichitos, y sino con la Liz, con aquella vocecita de caramelo. Ana cesó un rato, y la escuchó suspirar cómo si pudiera escuchar sus pensamientos.  Ella era guapa, pero no tanto, quizás si se arreglara un poco más, quizás si adelgazara un poco, dirigió su mirada una vez más  a la luna, a la mañana hablaría con la del tres para quedar a cenar.  Ana tenía mucha costura aún que hacer y al fin y al cabo tampoco le interesaba demasiado el sexo ni aquellos jueguecitos y últimamente ninguno. La luna cenicienta figuraba como envuelta en una extraña sombra, Venus parecía dominar todo el cielo y esto le ayudó a sentenciar sus pensamientos, mañana le tocaría jugar.
Así lo haría, ella se lo buscaba, así lo habían hecho sus abuelos, porque un hombre que no se desahoga sí que se puede volver loco. Así lo había hecho su padre y también muchos hombres hasta generaciones antes y después de él. La sonrisa de Soma, parecía haberse puesto un velo para ocultar su decepción, se quitó esos extraños pensamientos de la cabeza y decidió tomarse una aspirina antes de ir a la cama, aquel maldito dolor en la ingle lo estaba matando. El sonido de la máquina chirrit-chirrat-chirrit-chirrat,  sonaba al fondo del pasillo.
 
 
 
 
Regresaba a casa, era bastante tarde y las luces se difuminaban en cada lateral de la carretera; pensaba en como se había ido metiendo en tantos líos a lo largo de los años, creía ver en cada cara de los desconocidos de la calle, una mujer con la que hubiera tenido una aventura. Eran algunas, quizás no tantas, pero a lo largo de los años la mochila de su infidelidad pesaba como si llevara un saco de piedras o de plomo a la espalda. Aceleró, el deportivo que se desplazaba ágil y flexible por la carretera nueva. Ya una vez tuvo un susto con el coche, se le fue la mano pensando en yoquesé y terminó contra una farola, entonces ya pensó en cambiar su forma de vida. Recordaba haberlo hablado con su cuñado, quizás con las hermanas de su mujer; pero daba igual, no había cambiado nada, seguía fumando a pesar de lo del pulmón y también seguía malviviendo, insatisfecho con todo lo que le rodeaba. Aminoró la marcha, el mar se vislumbraba hermoso, como en un cuadro de Sorolla a un lado y otro de la carretera.
Pensó en su mujer, en cuando la conoció, era una chica bajita y diminuta con una hermosa cabellera risada que le llegaba hasta media espalda. Era muy guapa, tímida, casi transparente,  una princesa a la que salvar de su ogro y él se ocupó y la salvó, la sacó de aquel castillo donde la tenían encerrada y le ofreció su refugio. Quizás no reparó en que era demasiado callada, demasiado tímida o demasiado…, demasiado para él. Ya hubo infidelidades de novios, y ella parecía no notarlo nunca, ¿cómo no verlo?, eso cada vez le dio más permiso para hacer lo que quería. Quizás si le hubiese reñido, si hubiesen peleado entonces por eso, él habría valorado su poder, su fuerza, su amor. Entonces la cosa fue cada vez a peor, primero cuando nació el niño, y cada vez que nacía un niño era peor, hubo varios amagos de separación pero nunca llegaron a consumarlo. Parecía que ella se volcaba en cualquier cosa que no fuera él, él, que había sido el niño de su madre, el héroe que la sacó de las garras de su padre ogro, él había sido el amor de su vida, y ahora ni siquiera lo miraba.
A veces cuando llegaba tarde como hoy, ella estaba dormida, y se echaba a un lado, hasta casi caerse de la cama. ¿Sabía ella que había estado con otra?, ¿era su olor el que lo delataba?, no se entendía a sí mismo, no sabía si haría el amor con otra y con otra y con otra, mañana mismo. Solo sabía que su vida era triste, que nadaba entre amores platónicos y su criada en casa. Sabía que esos amores que practicaba a escondidas, entre restaurantes ocultos y camas ajenas le pasaban factura, a la última que llevaba años alrededor de él, una niña rubia y gorda de rizos, que vivía sola con su padre y su madre hipocondriaca, como la de él; le había sacado un ordenador, siempre le sacaban algo, ya no sabía qué mentira inventar para esconder esos gastos fortuitos, para callarles la boca y que no hablaran demasiado.
El coche se desplazaba suave al entrar en la ciudad, la rotonda tenía varias farolas alrededor, pensó en el golpe con el coche y suavizó la marcha, llegaba tarde, no era ni la primera ni la última vez. Sabía lo que tendría que aguantar ahora, su eterna desconfianza, su mirada que le abría las carnes, a veces ya esas miradas se multiplicaban en sus hijos.  Ya no se les podía engañar, eran mayores y se daban cuenta de todo; pero él había sido un buen padre, casi nunca decía que no, y les acompañaba al futbol, donde también tenía un par de mamás agobiadas que no eran entendidas por sus maridos y él como siempre las salvaba de su tedio, tirándolas suavemente sobre sus camas en las horas que sus maridos no estaban.
¿Acaso no era un buen marido?, ¿les faltaba algo?, había trabajado como un negro, había luchado por superarse a sí mismo, al fin y al cabo había nacido en uno de los peores barrios de la ciudad y había surgido de una familia llena de problemas mentales, su misma madre había sido hipocondriaca, y su mujer se había negado a cuidarla. Y aquello les separó mucho, él adoraba a su madre, pero eso era cosa de mujeres, él no tenía que cuidarla, porque ¿qué podía saber él acerca de una mujer mayor?
Era tarde, como casi siempre que estaba con otra, entraría en la casa bien callado, y ella se haría la dormida como casi siempre, se echaría al otro lado de la cama. Hacía años que no la quería, ni siquiera la valoraba como persona, ni como mujer. Ya no era bonita y muñequita como cuando la conoció, era simplemente la madre de sus hijos. La mujer de su casa. La mujer que cocinaba como a él le gustaba. La mujer que le ponía la mesa, que le servía el plato, que le ponía el café a su gusto, y le tenía la botella de su whisky en el aparador; pero era eso simplemente una mujer, como otro cualquiera. Todas querían lo mismo, su dinero, por eso le tenían que aguantar todo lo que fuera, porque él les daba lo que necesitaban. Él era el macho, el hombre, el trabajador, el dador, él era el proveedor, y si las proveía tenían que aceptarlo como era.
 
 
 
 
Se dirigió Dios al tabernáculo de su Olimpo, recreose entonces después de un duro día de escuchas de ruegos y plegarias, no había habido demasiados agradecimientos.
Miró al horizonte allí por donde se encendían  su sol y su luna. Recordó su obra en su totalidad y supo que lo hecho era bueno; reflexionó y reparó en los grandes defectos que debe de tener una buena creación y supo que lo hecho era bastante bueno.
Se acomodó allí en su diván y en su soledad de Dios totalitario y único, se le vino a la mente el gran defecto de su creación. Jugueteó con el lodo a sus pies y hombre y mujer los creó. Uno al lado del otro dándose la mano y entonces decidió que aquel no había sido un buen día. Reparó en el gran defecto de su creación, pensó que nadie ni nada debe de salir de la costilla de nada ni de nadie. Miró con cariño  a las figurillas a sus pies, pensó en cuánto había aprendido de ellas y cuánto de difícil se lo había puesto; entonces pensó en su creación y pensó en cuánto de caro le había costado a aquella pequeña figura femenina lo de salir de una costilla de aquel hombre; pensó en cuántas cosas se habían torcido desde entonces.
Cogió entre sus manos la figurilla femenina y le moldeó una barriguita insipiente y sopló suavemente en su ombligo, la depositó junto al varón y entrelazó sus manos. Entonces miró su obra, la totalidad de su obra, se puso de pié y arrasó con todo porque tenía derecho porque lo había creado él. Arrasó el cielo, las estrellas y los planetas. Arrasó la tierra entera. Arrasó a los animales y al hombre y pensó que aquello sería bueno.
Entonces recogió sus nuevas figurillas de lodo y les dio un planeta al que llamó nueva tierra y lo pobló de animales y plantas, y creó un nuevo cielo lleno de estrellas y planetas, con un sol y una luna. Cogió a sus nuevas criaturas y así cogidos de la mano les insufló vida y les dijo:
-       Aquí os creo hombre y mujer, mujer y hombre, para que os acompañéis, para que os respetéis, para que os améis, para que trabajéis juntos y dotéis a vuestra vida de cosas buenas. En este mundo que os doy, no habrá prohibiciones sino las que ustedes mismo os impongáis, seréis respetuosos el uno con el otro y el otro con el uno y valorareis cada uno la situación del otro. Y hombre te digo que entre todas las criaturas de esta tierra, la más maravillosa es la mujer porque en ella como en un baúl está guardada la semilla del hijo de Dios. Disfrutar juntos de vuestra estancia aquí porque la vida sólo es eterna para Dios.
Así habló Dios entonces a los nuevos inquilinos de su Edén y pudo entonces descansar feliz después del trabajo bien hecho. Antes de cerrar los ojos pudo ver al hombre y a la mujer observando curiosos todo lo que les rodeaba, y le hizo feliz cuando pudo ver que iban desnudos y que iban cogidos de la mano. Entonces valoró que lo hecho era muy bueno y así  pudo por fin dormir y descansar de su duro trabajo, mientras su diosa Era le besaba la coronilla acurrucada en sus brazos.

Ese, el camino de tu literatura


En esta mañana donde se adormecen los sentidos,
la oscuridad que obliga a pensar a media luz.
Cobro el sentido del sinsentido de una, mi existencia,
una existencia finita en la que descansa la inquietud.
Busco el lugar exacto, ese, el de las cosas,
de las cosas que no tienen lugar.
Ni siquiera un rincón efímero de mi memoria.
Indago hasta la médula de ese, el conocimiento incierto,
conocimiento que nunca es bastante, ni suficiente…
Abro la puerta de la curiosidad innata.
Ilumino la mañana con letras que bailan coquetas ante mis ojos.
Se visten señoritas de tomo y lomo, ahora azul, ahora rojo;
Busco en el armario de mi memoria a través de tu palabra.
Encuentro tu camino, el camino de baldosas amarillas,
 Ese, ese que perdí ayer.

domingo, 13 de octubre de 2013

Pequeño relato erótico ( Erotismo imaginativo)


La noche siempre cómplice de los gemidos y suspiros, pasaban a ser luces del día al otro lado del Atlántico. Los gemidos se derramaban sobre el Pacifico, y se alargaban mucho más allá de la costa del Indico. Daba una vuelta como un anillo interminable, y regresaban al cabo de los días, a veces de dos en dos, a ratos hasta de tres en tres.
Yo, el Neoyorquino, me sentía furtivo y espía de una historia que no me tocaba, que no me pertenecía. Siempre me había parecido interesante la curiosidad de algunas gentes por la vida de los otros; pero en mi ciudad, donde cada uno anda a una velocidad distinta, donde el mundo da vueltas tres veces más rápido que en el resto del universo, nunca había tenido tiempo para indagar en la vida de nadie, tampoco me parecía una distracción, prefería leer, o escuchar música o incluso sentarme al piano a martirizar sus teclas. Intenté desligarme de aquella historia, no volver a caer en la tentación de oir , de escuchar lo prohibido, me colocaba los auriculares y ponía el Mp3 a toda voz; pero aquello que pasaba en aquel minúsculo cuartillo era tan hermoso, tan sensual.
Yo era soltero entonces, no era ya joven, había tenido algunas aventuras con chicas, algunas muy guapas. El sexo no era para mí lo principal, buscaba una relación larga; pero siempre las chicas terminaban decepcionando a mi utópico corazón. Sin darme cuenta  no era un niño, tampoco era  un muchacho; a mis casi cuarenta años me planteaba desde cuando hacía que no tenía relaciones sexuales. Reconocí que hacía mucho tiempo. Cada vez era más difícil encontrar una chica dispuesta a jugar y a hacer el amor sin pensar en futuros ni exponer presentes.
Lo que sucedía en aquel cuartillo era otra cosa, no era un compañero haciéndose una simple paja viendo una peli porno en el ordenador, ni tampoco una parejita escapándose de las miradas indiscretas de nadie, y metiéndose mano por los rincones. Lo que sucedía allí era erotismo puro y duro. Alguien a quien yo ni veía ni escuchaba proponía cosas, cosas muy secretas, ocultables y su fiel servidor le seguía hasta la muerte misma de un orgasmo perfecto, un derrame infinito. Yo le escuchaba, a pesar de su pretendida discreción, le escuchaba y le envidiaba por dentro; envidiaba aquella posibilidad, aquella aventura, aquel placer intenso y sin fin que se repetía una y otra vez.
Un día esperé a que saliera del cuartillo, le quería ver la cara ¿Quién era esa persona que en la soledad estrecha de aquel lugar era capaz de disfrutar de los placeres más ocultos, más íntimos? ¿Que era lo que veía en aquella pantalla? ¿Qué era lo que le hacía llegar a aquella situación de éxtasis y placer? Yo le envidiaba, quería tener aquella posibilidad, no era nada que se pareciera a nada que yo hubiese vivido antes y no era por presumir pero en el sexo yo era muy bueno y aquello no lo había vivido nunca. Cuando por fin conseguí verle, me quedé atónito, era un compañero de la empresa, había venido hacía un par de meses y estaba solo sin su mujer, por lo visto ella se incorporaría al cabo de un tiempo, cuando tuviese solucionada la residencia. Al principio me indigné, pensé en aquella mujer sola con sus hijos en su país ignorando los momentos que este tipo pasaba en ese cuartillo haciendo sabe dios que guarrerías; pero según me iba indignando más y más al final se me iluminó una luz y me di cuenta. Ese tipo no hacía solo sexo, no era un polvo para quitarse el hambre y punto, no era una porra y vámonos, era algo muy distinto, aquel tipo hacía el amor; aquel tipo hacía el amor con su mujer a dieciséis mil kilómetros de distancia. No había aventura, ni puta, ni teléfono erótico que pudiera conseguir eso.
Me obsesioné, lo admito, me obsesioné. Pensaba en aquella mujer al otro lado del océano, debía de ser muy hermosa, alta y delgada, algo ancha de caderas, de ojos oscuros y rasgados, piernas muy largas y nada ordinaria; el sexo que le ofrecía era bueno, muy bueno. Era una experta, le conocía de cabo a rabo, le hacía subir y bajar en un éxtasis infinito, yo le sentía mil veces, pedirle a media voz un poco de caridad, compasión; hasta que entonces le hacía subir hasta el imposible y le hacía derramarse poco a poco como en cascada. Entonces le sentía dar las gracias, y la llamaba amor y amor y amor. No siempre hablaban, a ratos él se limitaba a teclear, y desde mi rincón espía, fui diferenciando cuando esas conversaciones eran las normales de un matrimonio, hijos, dinero, casa, familia o de momento el imperceptible sonido acelerado de las teclas pasaban a ser el preludio de unos de sus interminables encuentros amorosos. Cada vez me exponía más, le esperaba al salir y hacía como que me cruzaba con él al ir al baño, con la excusa única de ver su rubor, de notar su azoramiento. Intentaba modificar los encuentros, unas veces hacía como que venía de un lado o de otro del pasillo, o bien ni siquiera le saludaba para que no notara mi presencia. Algo debía de notar, porque levantó una pared de indiferencia hacia mi persona. Eso no hizo sino aumentar más mi obsesión.
Un día no sé ni cómo me vi en mi rincón furtivo derramándome a la par que él. Yo no la escuchaba, pero mi imaginación me había jugado una mala pasada. Entre imperceptibles gemidos de él, sentía el aceleramiento del teclear subir y bajar el ritmo; me imaginé aquella mujer morena, fantástica, voluptuosa prometiéndoles aquellas mieles a aquel individuo que era incapaz de traerla hacía sí; después de aquel primer día vinieron muchos y siempre procuraba darle el encuentro después. Competía mi rubor con el suyo, y la humedad de mi entrepierna con la suya. Me complacía pensando que mi silencioso orgasmo había sido mejor y más extenso y mi espeso esperma de mejor calidad. Luego me venían los remordimientos, pensaba que me estaba volviendo loco, aquella mujer me estaba volviendo loco; no la conocía, era una desconocida absoluta para mí; pero debía de ser fantástica para que aquel hombre se le ofreciera de aquella manera y yo me ofrecía con él y junto a él sin que él ni siquiera se lo imaginara.
Tomé la decisión de acabar con aquella historia; pensé en ridiculizarlo diciéndole que sabía lo que hacía en aquel cuarto; pero mi lógica me hizo pensar en lo terrible que tenía que ser para aquella mujer estar separada de su amado, me imaginé que haciéndole aquello a él a quien castigaba era a ella que se ofrecía a él a miles de kilómetros de distancia; no le podía hacer aquello, él era el blanco de mis odios y de mis ansiedades, últimamente no me concentraba en el trabajo, nada más porque los celos me comían. Me acercaba de una forma irracional al cuartillo a ver si el amor volvía a hacer su magia, y había veces en que me iba a buscarlo al comedor para verlo entre las gentes y saber que no estaba allí con ella otra vez. Yo le hacía a él un incauto, que la ponía en evidencia, cuando para la única persona que era evidente su historia de pasión era para mí. Yo la quería para mi, pensaba en que cuando ella llegara yo me ganaría sus favores para poder por fin estrecharla entre mis brazos, tocar su piel centímetro a centímetro, besar por fin sus labios, mordisquear sus pezones , meter mis manos en su entrepierna y separar sus largas piernas y tomarla de una vez por todas hasta el fin y alargar uno de aquellos maravillosos orgasmos hasta el final de los tiempos y morir de placer entre sus brazos. Le odiaba porque ella le pertenecía, le odiaba por la seguridad que ella le ofrecía desde el otro lado del mundo; le odiaba porque ella no le regalaba tan solo sexo, le regalaba puro  amor. Y yo en esa historia era tan solo un voyeur, un mirón, un observador indiscreto mendigando un trozo de pan, de sexo, de amor ajeno. Estos pensamientos se hicieron dueños de mis días y mis noches, no podía llevar una vida normal; la obsesión se estaba comiendo mi tiempo, mi vida laboral, mi moral. La gente cuchicheaba que yo era un tipo extraño; mientras él seguía haciendo su vida normal sin que nadie más que yo fuera lo más mínimamente consciente de los sucesos que le acontecían y las practicas que ejercía, al parecer sin ningún pudor. Yo era el malo de la película, era el observador, el curioso, el espía, y él era el ganador, el bueno, el poseedor de la chica guapa. Él lo tenía todo y yo no tenía nada. Estos pensamientos me comían la moral, acababan con mis energías.
Sonó el teléfono un día, era una chica con la que estuve algún tiempo, pasaba unos días en la ciudad, quería verme y que saliéramos juntos a cenar para recordar los viejos tiempos. Interpreté que lo que quería era sexo; pensé que me vendría bien cambiar de aires, a lo mejor lo que me estaba pasando era por culpa de la ausencia de carne real.
Me vestí para ir a recogerla, cuando la vi frente a mi creí recordarla más joven, e incluso más alta; fea no era, quizás algo anodina, su conversación en la cena fue bastante aburrida, parecía demasiado interesada en contarme su vida, yo se lo agradecí, no tenía ningún interés en contarle la mía, me limité a sonreírle y a hacer como que me divertía. Antes de los postres decidió fumar un cigarro tiempo que yo aproveché para ir al baño. El aseo era individual, oriné lentamente y dejé que mi liquido dorado y caliente resonara en la taza del wáter, me entraron unos deseos terribles de rememorar mis orgasmos de mi rincón secreto, me acaricié el glande y vi que respondía a mis requerimientos; pensé en la chica del cigarro, pensé que no era tan guapa como mi amor secreto, mi maga oculta; pero que esa noche culminaría con un polvo espectacular y que todas aquellas ansiedades desaparecerían. Cuando salí del baño, la chica me esperaba ya en la mesa ante un perfetmint-chocolat, coqueteó con la cucharilla en su boca y sabiendo de mi ángulo de visión  entreabrió su entrepierna dejándome ver nada de su zona más íntima; eso me puso a cien, me hizo pensar en que ahora entendía a las personas que eran voyeur en los aparcamientos oscuros para ver las parejitas despistadas haciendo el amor en los rincones, ¿me estaría convirtiendo en una de ellas, me estaría convirtiendo en un enfermo? Entre jugueteos nos tomamos un café aromatizado con canela y nos dispusimos a llegar lo antes posible al apartamento, ella insistió que fuéramos al suyo, yo se lo agradecí, me gustaba mantener mi espacio vital lejos de las habladurías de los vecinos.
El apartamento de ella era algo impersonal, no estaba exento de buen gusto; pero quizás la insistencia de los tonos naturales y lo impoluto del ambiente hizo que no fuera de lo más apetecible para hacer el amor. Ella encendió las luces del apartamento y les echó unos pañuelos de colores por encima, aquello hizo que el ambiente fuera algo más acogedor y cálido; no tenía ganas de esperar, ella hizo el intento de dirigirse al baño, yo no se lo permití, la frené y la eché sobre la cama, tenía unas ganas locas de penetrarla, de hacerla gritar de placer, le entreabrí la blusa, le rompí un par de botones, ella reía a carcajadas y me animaba a seguir así, se burlaba de mi timidez en tiempos pasados; eso me hizo enardecerme aún más, le separé las piernas y coloqué mi verga en su cueva ya más que húmeda, chorreante; entonces pasó lo que nunca me había pasado, sin apenas llegar a subir, mi pene se derramó como sin fuerza, se derramó tosco y torpe y ni siquiera llegó a poner su nariz en aquel panal que prometía fantásticas mieles. La chica, algo instigada aún por el alcohol de la cena, se reía escandalosamente y me bromeaba acerca de la edad, la eché hacia un lado, fui al baño y luego, sin escuchar sus ruegos me fui, no sé si caminé horas, si corrí; se que escapé, que quería morir. Analicé lo que había pasado, había visto su cara, la cara de mi maga, sus ojos oscuros de gitana, su piel oscura, sus piernas largas, su pecho terso, y al abrir los ojos ella no estaba allí, estaba aquella chica tan vulgar reteñida que sólo quería sexo y sexo.
Una vez en mi apartamento pensé en lo que había sucedido, pensé de ir a un psicoanalista; lo mío empezaba a ser imposible. La obsesión por aquella mujer empezaba a rallar en lo irracional y yo era incapaz de controlarlo. Aquello me impedía llevar una vida medianamente normal. Me prometí no escucharlos ni una sola vez más, y comencé mi terapia en una especialista en temas sexuales. La psicóloga me escuchó atentamente, me explico que mi obsesión se alimentaba de la utopía que recreaba sobre la imagen de la mujer a la que desconocía; me explicó que no podía amarla, ni desearla porque jamás la había visto, yo le explique que se equivocaba, que había escuchado su voz, que era dulce como la de una adolescente y que eso ya me servía para hacerme una idea de cómo era. Me dijo que tenía que hacer por acercarme a él de nuevo, de intentar conocerlo mejor y que incluso le diera pié a que me hablara de su esposa, que me hablara de mi maga. Me fui ese día a casa haciéndome mil promesas, pero cuando llegué al trabajo él estaba en el cuartito, le vi al llegar, estaba cerrando la puerta y me dio las buenas tardes con una sonrisa; los celos me comieron la moral, estaba allí con ella, él la tenía allí a su disposición y yo estaba solo, más solo que nunca; ya no había mujer en el mundo que pudiera satisfacerme. Pegué mi oído a la pared en mi rincón, hacía días que no les escuchaba; en breves minutos la conversación tecleada que parecía de lo más normal se aceleró, las teclas sonaban como música divina, y los gemidos de él eran indisimulables, me azoraba la simple idea de que alguien pudiese escucharlos como lo estaba haciendo yo, sentí mi pene enorme en mi entrepierna, sentí que mi mano bajaba la cremallera, lo liberaba de la tela del pantalón, me empecé a masturbar sin ningún tipo de prudencia, cerraba los ojos y la veía la lamiéndome el glande con su boca de miel, su pelo oscuro y ondulado alrededor de mi pene, me moría de éxtasis, le escuchaba gemir y gemir, me moría de celos, ella era mía, mía; cuantito llegara sería mía y no de él, de él nunca más. Apreté mi pene con mi mano, lo intenté ocultar cuando fui consciente de su dimensión, el intentar ocultarlo solo empeoró la situación, él se derramaba y gemía, gemía sin control, “te amo”, “te amo” repetía, y yo solté un gritito y un “y yo” y me derramé entre temblores, me tuve que agachar al suelo, mis fuerzas desaparecieron durante un buen rato y tardé un tiempo en componerme, mi pantalón estaba manchado, el  polo estaba manchado; todo el mundo sería testigo de mi pecado; pensé en una excusa válida, y entonces se me ocurrió, entré a toda prisa en el cuartito con la excusa de buscar algo para limpiarme, él se quedó de piedra, le corté todo, lo vi ocultando sus partes muy azorado, su rubor era imposible de ocultar, el mío tampoco; se compuso enseguida, me dio las buenas tardes y me dijo que no tenía nada para que me limpiara, que lo disculpara que estaba trabajando. Salí de allí triunfante, ahora éramos un trío, tenía que ser tonto el tío para no darse cuenta de que yo compartía sus momentos amorosos. Y los compartía, y seguía cada día más en la idea de que ella estaría más satisfecha conmigo que con él. Que sería más feliz conmigo que con él.
Fui a la terapeuta, le conté lo acontecido y le dije que en breve ella llegaría, y que por fin podría alcanzar mi sueño, que ella sería para mi, el macho alfa ganaría a un macho inferior y ella sería para mi, en cuantito me viera y notara mi deseo hacía ella, ella caería en mis manos y por fin sería mía. La doctora me escuchó atentamente y luego me sonrió, me dijo que la competencia entre machos existía en toda la estructura sexual animal y que al fin y al cabo nosotros éramos animales, que lo intentara; pero que si era que no que lo aceptara como un buen perdedor, yo lo vi lógico; pero en mi mente no estaba ni por asomo perder.
Era martes, ella llegaba el jueves y yo estaría allí para recibirla cerca de él, tan cerca que sentiría mi respiración, sentiría mi deseo y notaría cómo la besaba apasionadamente en mi imaginación, ella vería mis ojos de deseo y caería en mis brazos cuantito nos viéramos a solas la primera vez, y ya no habría vuelta atrás. Deseaba tocar su pelo con olor a lavanda, perderme en sus ojos oscuros con forma de almendra, acariciar sus interminables piernas morenas, estrechar sus turgentes pechos con pezones enormes como una negra, abrazar sus caderas, y pasear mis manos por su culo respingón. Esa morena sería para mí, la maga sería por fin mía.
El jueves me preparé como un novio aolescente, me arreglé la barba, me perfumé, me compré ropa nueva, ilusionado como un chiquillo. Me coloqué estratégicamente en el cuartillo de los ordenadores, la habitación que había guardado celosamente tantas horas de amor de aquel matrimonio. Él había dicho de traerla para que nos conociera a todos, cuando subió la escalera, yo la vería entrar el primero,  apenas hablábamos pero sabía que  era terriblemente cortés y me la presentaría; así fue, sentí los pasos  en la escalera, venía acompañado; los pasos de ella era fuertes y decididos, era una fiera, mi maga del sexo, él apareció al final de la escalera y me saludó feliz, le odié en ese momento terriblemente, ella era de él y no mía; después  entró una mujer, era más bien bajita, gordita y menuda, tenía el pelo rubio de un color indefinido y sus ojos sí que eran hermosos, él me la presentó como su esposa, ella me sonrió tímidamente y me besó en ambos lados de la cara con un beso imperceptible, él le dijo que aquel era el cuartito del ordenador, a ella se le iluminaron los ojos y me pareció que se ruborizaba su piel blanca , ella era hermosa, era encantadora; pero no era mi maga, no estaba allí, no estaba allí su piel morena, sus largas piernas, sus ojos oscuros, mi maga había desaparecido, aquella mujer no tenía nada de nada que ver con la mujer de mis sueños. Mis sueños se rompieron aquel día.
Sigo buscando a mi maga alrededor del mundo, escucho por todos los rincones por si alguna vez tengo la suerte de encontrarla  por algún lado; a veces me hago el amor que no el sexo, pensando en sus ojos de almendra, en su pelo moreno, largo y ondulado, en sus piernas largas que me rodean. Me enamoré de un fantasma que me encantó, no existía y no hay persona en el mundo que sea capaz de darme lo que me dio esa mujer y tampoco soy capaz de recibir ni con películas, ni prostitutas, ni amigas oportunas aquello que me dio aquella mujer fantasma a través de una pared.

El segundo renglón


Después la tinta baila inquieta sobre el blanco, se despereza, se despeina. Al comenzar la ortografía graciosa, perfecta, se va distorsionando aquí y allá, revolotea, ya no se define sobre el renglón, vuela sobre él, como las golondrinas a ras del mar. A ratos arriba, abajo, ingobernable, liberada, la muñeca ágil, suelta, la punta ladeada, la cara sobre el papel, la mano contraria en la barbilla, tirada en la cama. Surgen las palabras, embriagan el ambiente, se van y vienen, juguetean, no da tiempo a ponerlas en orden, el orden es para la técnica, y la técnica cuando estalla el corazón queda olvidada. Frases que se estrellan a golpe de recuerdos, de vivencias pasadas contra el papel. Ha comenzado la batalla del escritor, el orgasmo creador se mimetiza con el texto. Ahora la cabeza, el corazón, el papel, la tinta, la punta, todo es uno, y uno es todo. Es el genio del creador en su apogeo, la fuente pura del conocimiento básico y primitivo. Es la Sofía de la fuente experimental del saber, la experiencia misma, el primer paso al hado, la secuencia vivida, sufrida, disfrutada.
La madrugada se hace cómplice, el silencio tu cafeína, el rincón solitario tu mejor amigo. La razón vendrá después a poner orden en tanto desatino, recordará las comas, usará los puntos. Cortará los párrafos, criticará tu historia. Pero está ahí, es tu esbozo de creación literaria. Es tu momento creativo, explosión fugaz de que una vez tuviste algo que contar aunque fuera a ti mismo. El ordenador lo pondrá bonito, “ortografiará” la letra imposible, corregirá cada renglón, lo centrará, lo alineará, lo titulará. Ese, tu texto, tu creación final, es tu intento una vez más de ser escritor. Ser escritor es como ser pintor, nunca sabrás si lo has hecho bien, hasta que alguien te recuerde que lo has escrito tú.
                                                               Mª Yolanda García Ares                                                         

lunes, 7 de octubre de 2013

La tensión alta - Relato corto


I: Inaugurando Abril

Sabía que cuando abriera la puerta, al otro lado aparecería Jean, como siempre, esperándola para darle un sonoro beso, con su apariencia de marinero de barco de lujo, rudo y atractivo, sabía que la intentaría calmar con su delicioso acento noruego, ese acento que la conquistó desde el primer día; pero hoy le daba la sensación de que ni Jean ni nada en el mundo podrían aplacar su ira. Antes de meter la llave en la cerradura y entrar en el piso, se prometió no volcar sobre él sus impotencias, a veces pensaba que cualquier día él se marcharía igual que antes lo hicieron Pietro, el dulcísimo italiano, y Marshall, el parisino multifunción. Sí, todos sus amores habían sido extranjeros, su hermana ya le había bromeado más de una vez sobre ello.

Reflexionó y respiró un segundo más, entonces giró la llave, y sintió las pisadas seguras de Jean al otro lado de la puerta, y en el justo momento de abatir la puerta hacia adentro, él le quitó el maletín de la mano y lo echó a un lado, con un gesto mecánico cerró la puerta tras su espalda mientras le daba un encantador beso:

-          Hoy no, Jean- le dijo seria y cortante- hoy ha sido un día terrible.  ¡No sé cómo puedo seguir trabajando en esto!- se deshizo del abrazo, sabía que adoraba su trabajo y que nunca lo dejaría, notó que los ojos se le humedecían.

Jean la invitó a pasar, y le señaló la mesa con la cena puesta, mientras se dirigió a la cocina a coger una botella de vino español, un Berberana reserva. María mientras pasó hasta el baño, dejó los zapatos de golpe en una esquina y se sacó el sujetador y lo revoleó donde primero cayó, cogió de la nevera un yogur bebido, Jean frunció el ceño, sabía lo que significaba ese gesto, otra noche sin cenar; pero no estaba dispuesto a consentirlo, había hecho unas deliciosas patatas rellenas y estaba dispuesto a que ella se sentara en la mesa costara lo que costara.

En aquellos años había aprendido a darle coba, era capaz de cambiar de conversación o de aplacar su impotencia con sólo contar un chiste malo con aquel acento que sabía que la volvía loca;  pero las tres últimas semanas habían sido especialmente duras. Se habían quedado muchas cenas sin tocar y alguna que otra noche la había sentido levantarse de la cama en la madrugada y prepararse su tisana de tila y anís, aquella con la que aplacaba los nervios y también la desazón que tenía en el estomago a costa de no comer ni un solo día en condiciones.

Sabía que su trabajo no era fácil, la conoció en una de aquellas idas y venidas y supo escucharla, no juzgarla y sobre todo, no opinar. La observó, semirrota, echa un gurruño  sobre el sofá; se dirigió a ella y le acarició el pelo:

-¡Anda!, ¡Cielo!, vamos a cenar- le hizo un breve masaje en los hombros- te he hecho tu plato preferido. Te contaré lo que ha hecho Luis Cebrián hoy en clase. ¡Ese chico no tiene remedio!- lo del chico no venía a cuento; pero era una indirecta para recordarle que él también tenía tensiones laborales. Ella giró la cabeza y le sonrió, se levantó del sofá con desgana, no pensaba dejarle esta vez la cena plantada, no se lo merecía, y mientras se sentaba a la mesa, añadió:

- Los Luises Cebrianes son los culpables de que yo luego tenga muchas Dolores Domínguez en mi despacho- puso un gesto de intolerancia y hartazgo.

La verdad es que Luis Cebrián, con sólo once años, era un triste ejemplo de machito mexicano. Jean se dispuso a seguir escuchándola mientras echaba el vino, el vino cayó de color granate oscuro, como sangre y Jean recordó que no soportaba la visión de la misma. Aromas de de fruta y maderas recorrieron la mesa. María jugueteó con la copa, olió el borde del cristal y sorbió un pequeño trago. Jean la invitó a seguir hablando mientras repartía la comida en cada plato. Ella se decidió por fin a hablar:

-          Jean, es la misma historia de siempre; vuelven, siempre vuelven. Regresan por el dinero, por los hijos, por la casa, por el miedo a estar solas, por el miedo a ser criticadas… siempre regresan- los ojos se le inundaron de lágrimas.

-          La decisión es de ellas, tú no puedes hacer nada- apostilló Jean con serenidad.

-          Si puedo hacer, debería de poder hacer más…

-          Haces lo que puedes, lo que debes, hasta ahí llega tu trabajo….

-          Mi trabajo es guiarlas, enseñarles, mostrarles otros caminos, orientarlas en su nuevo destino, una vez que deciden abandonarlos; pero, pero…- balbuceó como una niña. Pinchó un bocado como si le hiciera un haraquiri.

-          María ya lo sabes, no todo depende de ti, tú eres una parte, les abres las puertas, pero a veces…- Jean intentaba calmarla

-          …A veces, a veces les vendo paja detrás de esas puertas, detrás de esas puertas sólo hay vacio y soledad. Les digo que regresen a sus familias de origen, sus padres, sus hermanos, y muchas de esas familias son ya hogares absolutamente desestructurados y detrás de ello el motivo en muchos casos de que ellas eligieran mal. Les digo que pueden trabajar, las animo a ir al paro con los pocos conocimientos del que disponen, el conocimiento de la mayoría son mínimos, si no hay trabajo para la gente preparada, ¿cómo va a haber para ellas? Les digo que valen, que existen para algo más que para aguantar a esos tipos y al final yo misma, y desde mi lugar privilegiado, sin quererlo, les digo que nunca van a llegar a ser una mujer como yo- su voz era burlona- seguras de sí mismas, tituladas, independientes, con una familia que las apoya, y una pareja que las adora y le soporta absolutamente todo- las lágrimas por fin corrieron por sus mejillas, aún así se metió el trozo de comida en la boca y masticó lentamente; Jean le acercó una servilleta de papel y le esbozó una de sus mas encantadora sonrisa:

-          Calma María, calma cielo- su acento resonó como nunca en el salón en penumbras, los ojos de ella se frenaron en los ojos verdes de él durante unos segundos y luego se giraron hacía el cuadro de Venecia multicolor que presidia la mesa. María entre lagrimas sentenció:

-           A veces quisiera irme lejos, desaparecer- sus ojos se posaron de nuevo en el cuadro, “quisiera perderme en ti, pero estoy tan cansada “pensó para sí misma.

-Dolores Domínguez ha regresado con su “monstruo”- en sus ojos ámbar volvió a aparecer fugazmente la rabia.

Jean no esperaba nada mejor, sabía que cada vez que una mujer daba un paso atrás, María lo encajaba muy mal. Eran muchos años trabajando en aquella profesión, él ya la conoció en ello y llevaban ya ocho años juntos. Habían aprendido a aceptar pasar las cenas hablando de aquellas mujeres desconocidas que cena a cena pasaban a ser sus hijas, esos que nunca se habían decidido a tener.

Él también tenía sus niños, los del colegio noruego, y hablaban de ellos y compartían historias; pero reconocía que las “niñas mimadas” de María ganaban  en peso a sus pequeñas historias de fieras infantiles. Las noches eran ocupadas por las historias de aquellas mujeres, y algunas de ellas con tantas fuerza, que pasaban a tener un hueco en sus celebraciones cotidianas, se brindaba por ellas cuando conseguían salir de sus terrible historias a base del esfuerzo y la desazón del equipo de  María, que no descansaban hasta conseguir poner a salvo de su “monstruos” como ella llamaba a sus terribles parejas, era el único insulto que se permitía en aquella casa a aquellas bestias.

María decía que era tan fácil llamarles de todo, que había aprendido a llevar una especie de doble personalidad. En su casa les llamaba un solo descalificativo de “monstruos”, mientras que en el despacho y delante de sus víctimas, los trataba de forma políticamente correcta para no herir sensibilidades; pero Jean a veces sabía, que cuando María recibía la noticia de que alguna de sus “niñas” había muerto a manos de su pareja; el almohadón de la cama había aparecido lleno de silenciosos insultos como “asesinos, cabrones, bestias, necios, hijos de puta.” Y un largo etcétera. A veces Jean mientras lo acomodaba sobre el cabecero de la cama, pensaba que si aquel almohadón hablara, quizás aquellos sinvergüenzas no volverían a tocar jamás a aquellas mujeres. Porque María era humana, muy humana; pero en eso de respetarse a sí misma, era una verdadera fiera, y eso fue justo lo que le conquistó de ella.

María sabía exponer justo dónde estaban sus límites, sabía coger su espacio de forma natural, y si no era capaz de demandarlo y discutirlo de una forma didáctica y clara hasta que todo quedaba bien claro. Jean había descubierto que con María uno podía buscar muchas excusas; pero no que no supiera por qué camino andar junto a ella.



 

II: Mediados de Abril

Era la hora de la cena, sonó el “ladrido” del teléfono, mientras Jean se aceleraba a descolgarlo, sonrió pensando en el porqué de un teléfono que sonaba así; María siempre decía que no tenía tiempo para dedicarle a una mascota, pues estas ante todo necesitaban tiempo y cariño, y ella tenía un horario de trabajo imposible desde las diez de la mañana hasta las ocho de la tarde y no siempre era así. Descolgó el teléfono:

-¿Diga?- su voz sonó acogedora- ¿sí?

-¿Jean?- la voz de María sonó al otro lado del teléfono- ¿Jean?, ¡Oh, cielo!, siento que sea tan tarde, he estado en el despacho hasta ahora mismo, ha entrado un nuevo caso, estoy agotada, no llegaré a cenar. Tomaré algo aquí con Pedro, ya sabes ¡Amor llegaré lo antes posible!- su voz sonaba acelerada, ciertamente estaba trabajando y posiblemente aún estaba en el despacho:

-No te preocupes, llega cuando puedas- ¿qué le iba a hacer?

- Habrás hecho algo de cenar delicioso, como siempre. Siento terriblemente no haberte avisado antes, he estado muy liada, creí que me daría tiempo- María sentía de verdad no haber podido llegar.

- No te preocupes María- repitió Jean paciente- tarda lo que sea y soluciona ese asunto, sabes que no me iré, estaré aquí esperando… hasta que llegues—esto último lo dijo con un tono un poco irónico- ella saltó a la provocación

- ¡Oh, Jean, eres terrible!, no sé qué haría un vikingo tan feísimo como tú por ahí solo sin mi- María rió a mandíbula batiente- te amo, te amo- bajó la voz

- Yo a ti no, fea- Jean la hizo reír, como casi siempre- te amo niña- le encantaba que le dijera esas cosas; a lo lejos sintió la voz de Pedro:

- ¿Queréis dejar de darme envidia? ¡Dejar de deciros arrumacos delante del jefe!

-Adiós Jean- suspiró María- tengo que colgar o Pedro nos matará a los dos- Te quiero. - sonó que colgaba

Jean, se resignó  a colgarlo, se dirigió al frigorífico, cogió el plato con la cena, una deliciosa ensalada de aguacates con salmón, noruego, por supuesto y un delicioso y aromático vino blanco de Barbadillo bien frio, cenó en la cocina, en la mesa de desayuno, para una persona, estaba bien.

Mientras cenaba, intentaba recordar cuántos días había hecho lo mismo, cenar solo, desde el pasado mes de Enero, y reconoció que empezaban a ser demasiadas, al igual que en el año anterior y en el anterior.

Él trabajaba impartiendo clases de Noruego en un colegio de primaria, se llevaba toda la mañana, carpetas en mano de aquí para allá, pues su asignatura abarcaba a todos los cursos desde primero hasta sexto, toda la mañana dando bandazos; pero no se podía quejar, le gustaba impartir su idioma natal, cobraba bastante bien, y era un trabajo relativamente cómodo, además su horario era fijo, no como el de María, una vez que salía de trabajar a las dos y media se podía considerar un hombre libre, si se lo planteaba era la primera vez en su vida que vivía tan bien; una vez que salía comía con algunos compañeros, iba a las compras, dos horas de gimnasio y luego a lo que le diera el día hasta que a las ocho comenzaba a hacer la cena para cuando llegara María.

En aquellos años, se había acostumbrado a disculparla en sus ausencias, ya había pasado aquella etapa de inseguridad y celos, celos de Pedro, por supuesto, aquel cancerbero que María llevaba pegado a sus pies laborales, Jean creía que se excedía en su trabajo de jefe, compañero y amigo y algunas veces hasta lo señalaba como una especia de “suegra” siempre a la espalda de María; pero salvando los celos iniciales, había aprendido a aceptarlo como una parte más de la complicada trama que era la vida de ella, y había llegado a la conclusión de si María hubiese querido algo con Pedro, ya lo habrían tenido hacía mucho tiempo y a lo mejor si en tiempo atrás hubo algún intento por parte de ambos, eso sólo había dejado paso a una buena y respetable amistad.

De por otro lado, María había pasado a ser la mujer de sus sueños, le había ayudado a dejar muy atrás su vida gris en Noruega, y le había enseñado a pintar de color su nueva vida; porque ella tenía esa habilidad de llenar de color cada rincón, era sin duda una persona especial, vivía cada instante al máximo, lo daba todo tanto en la vida personal como en el trabajo, no existía el aburrimiento con ella, era optimista, siempre tenía una palabra de ánimo, una conversación chispeante. La había visto llorar desesperadamente y completamente hundida cuando alguna de sus “niñas” sufría o era una víctima más a contar en el noticiario de la víspera y esto lejos de alejarla de la lucha, salvando los momentos de rabia iniciales, la echaba mas al ruedo, enfrentándose a todo lo que hiciera falta y más. Tenía en sus manos el don de saber vivir la vida, viviéndola y dejando a todos vivir. La amaba, la había captado desde el primer momento, fue como su cuerda para salir del pozo, y una vez que vislumbró la luz, ya no hubo más sombras en su vida.

Jean puso música, encendió la luz del lector y se tiró en el sofá a leer “2001, una odisea en el espacio”; siempre que leía lo hacía en su idioma, era una forma de no alejarse demasiado de su tierra. Antes de ponerse las gafas de cerca, recorrió con la vista el salón, la pared de color azul, el techo blanco, la enorme librería de color crema y estilo inglés, el sillón orejero de María, en color rojo, junto a la ventana y reparó un buen rato en el cuadro de Venecia, ese dónde ella, cuando se desesperaba, buscaba su escape.

-          Algún día la llevaré a Venecia, pasearemos en góndola, y visitaremos algún palacio fantasmal- pensó en voz alta.

Se situó las lentes en la nariz, se acomodó y se dispuso a leer, sabía Dios hasta qué horas estaría allí esperando.


 

III: Veintiuno de Abril

Sonó el telefonillo, chirriante e insistente, Jean se dirigió a él con desgana y lo descolgó:

-          No queremos nada, somos extranjeros y no tenemos dinero- sonaron unas risas y la voz de María

-          ¡Jean, Jean! ¡Baja! ¿estás listo?- su voz era alegre, estaba feliz- ¡baja Jean! ¡tenemos algo que celebrar!

-          - María aún no estoy listo, te esperaba algo más tarde- contestó algo cansado, acababa de llegar del gimnasio y hoy se había machacado bien fuerte.

-          ¡Jean, venga, dúchate rápido!; pero no se te vaya a ocurrir ponerte demasiado guapo o Fina no se podrá resistir y se te tirará al cuello- risas abajo- venga cariño. Hacemos tiempo tomando algo ahí enfrente, ¡te queremos las dos!- sonó la voz de Pedro refunfuñando a lo lejos, más risas- ¡hasta ya, cariño!

Jean colgó el telefonillo y se dirigió perezoso hasta el baño, por el pasillo sonreía pensando en la clase de pareja que podrían hacer él y Fina. Fina era la secretaria multidisciplinar de Pedro, una mujer encantadora con un excelente sentido del humor, tenía ya los sesenta años y llevaba trabajando con ellos desde hacía unos treinta años; sencillamente se adoraban, su nombre hacia honor a su elegancia y saber estar pero no a su peso pues era una belleza nórdica de casi 120 kilos, una gran mujer en toda su extensión.

Jean se metió en la ducha, se enjabonó lentamente y puso atención en sus partes íntimas, pensó en el tiempo que llevaban él y María sin hacer el amor. Se dejo de ir a cosa hecha, pensó que durante la copa, ellos podrían hablar del trabajo, y así durante la cena hablarían de otros temas.

Se afeitó desnudo frente al espejo estilo Luis XIII, dejó que su pene rozara tímidamente con el frescor de la losa de mármol travertino que enmarcaba el lavabo; pensó que el cuarto de baño de estilo rococó no le iba muy bien a la decoración del resto del piso, que era de estilo anglo-neoyorkino. María tenía una forma especial de percibir la vida, los colores, la gente. Era sencillamente de otro mundo.

Se vistió. Pantalón vaquero y camisa de lino blanca; aunque era Abril, hacía una noche exquisita, no perdió el tiempo en coger un jersey. Cerró la puerta tras de él, y se dirigió al ascensor, era un noveno piso, no le quedaban fuerzas para bajar andando; el ascensor tardó un buen rato, mientras pensaba en cuál sería el motivo de la celebración, se le fue la mente hacía Dolores Domínguez, sonrió a la vez que se llevaba la mano a la nunca y se la masajeó, pensó en tomarse la tensión, el médico en su último chequeo le dijo que la tenía un poco alta y que a su edad tenía que empezar a cuidársela, “el enemigo silencioso” la llamó, pues decía que no avisaba, un buen día te daba un telele y se acabó. Jean se prometió tomársela al día siguiente, comer menos sal, y quizás machacarse un poco menos en el gimnasio, tampoco estaba tan mal a sus cuarenta y ocho años.

En cuanto se asomó al portal, María y Fina le hicieron señas desde la terraza del bar de enfrente.

-          ¡Ven guapo!- le gritó Fina, mientras le silbaba a forma de piropo- Jean no pudo evitar ponerse rojo, Fina le superaba.

María se levantó inmediatamente y lo enredó en sus brazos:

-          Fina después te lo dejo un ratito- María le besó en los labios- cariño, adivina- Pedro le hizo un ademán de “no tiene remedio”  y le saludó con la mano.

-          No sé cielo, aún estoy agotado, mi cerebro está lento, no sé qué es lo que ha pasado- le contestó algo despistado.

-          Ayer ingresaron de nuevo a Dolores, el “animal” esta vez sólo consiguió ponerle los ojos morados y romperle dos costillas- María, a pesar de todo hablaba sonriendo y acelerada- esta mañana ha vuelto a poner la denuncia, creo que esta vez no la perderemos. Vamos a acabar con ese “monstruo” de una vez.

-          María- Jean le devolvió las sonrisas y le apretó las manos- creo que es estupendo, pero no te hagas demasiadas ilusiones, ya sabes que ellas suelen regresar.

-          Ya se le he dicho- añadió Pedro- pero ya sabes cómo es ella, es una especie de “superheroina americana”- se burló Pedro haciéndole muecas cariñosamente.

-          De esta vez vamos a acabar con él, vamos a cursar la orden de alejamiento y mañana por la mañana se hará efectiva- María vibraba- Fina apóyame, estos hombres son unos pesimistas.

Fina tocó palmas y añadió:

-          ¡Vámonos a cenar!, lo que yo tengo es hambre. Ha sido un día interminable.

Se dirigieron al restaurante preferido de Fina, uno de comida tunecina que olía a curry, alcaravea, canela y otras aromáticas especias, que provocaba que mas que comer allí , te apeteciera comerte el  restaurante entero.

La cena discurrió tranquila hasta la hora de los postres.

-          Es cierto, Fina, la comida es buenísima pero nunca iré a Túnez, es un país musulmán, odio la posibilidad de pasear por una calle donde paseen cientos de mujeres encerradas en sus burkas, encerradas en vida, sabe dios en sus casas.

-          No María , te equivocas, conoces poco la cultura musulmana- intervino Pedro, que había tenido la suerte de recorrer mucho mundo, y era una enciclopedia andante- esas mujeres aceptan su condición por convencimiento religioso, pero no son parcas en sus privilegios, en sus casas son verdaderas reinas, en su vida íntima son respetadas como jefas del clan, si son buenas esposas, administran su dinero con disciplina, y su casa está en orden, son consideradas positivamente y se las mima hasta la muerte; si se les hace un desagravio, el esposo tienen la obligación moral y religiosa de resarcirlas de ello, incluso con su propia vida. El problema es la libertad respecto al resto de la sociedad, su aislamiento social anda en paralelismo con el de las monjas de clausura, para darte una referencia más cercana.

-          ¡Pedro!- saltó María-nunca pensé que dirías eso, eso que tú dices será en las casas acomodadas, tendrán sirvientas, etc.; pero ¿qué pasa con las escalas más bajas de la sociedad?, ¿son igualmente privilegiadas?- Fina le hizo gestos de afirmación con la cabeza mientras engullía un delicioso pastel de almendras y dátiles.

-          María sabes perfectamente que no siempre es una cuestión de dinero, ni de cultura más o menos acertada- añadió Pedro-han caído mujeres con buen nivel económico, con buen estatus social, con profesiones de relevancia,  no hace falta que te recuerde la multitud de casos…

-          Aquí el tema es al contrario, os movéis como reinas, os vestís como queréis mostráis lo que queréis, el problema es lo que os espera dentro- añadió Pedro

A María le asomaron un par de lágrimas a los ojos, se hizo un silencio extraño en la mesa; Jean supuso que era hora de proponer algo para cambiar de tema y todos estuvieron de acuerdo.

Cuando llegaron a la casa eran las tres de la mañana. Jean entró en el baño, cuando salió, María estaba en el despacho rodeada de carpetas, aquellas carpetas que le quitaban el sueño y que eran parte inseparable de sus vidas; Jean ojeó algunas sin levantarlas de la mesa, “abuso a menor y malos tratos”, “malos tratos e intento de homicidio”, “malos tratos reiterados”,” malos tratos a una menor y abusos (su hija)”. Jean las cerró en abanico y María ni siquiera levantó los ojos de la mesa, besó a María en la frente.

-          Veo que trabajarás un rato, me voy a la cama, me levanto temprano- le sopló un beso desde la puerta.

-          Gracias cariño por tu eterna paciencia, tengo mucho trabajo, han entrado dos nuevos casos, y además mañana, hay que cerrar la orden de alejamiento del tipo ese, ya lleva mucho retraso- le devolvió el beso.

María se quedó trabajando en bragas y camiseta y descalza como hacia siempre, con los zapatos y el sujetador desparramados por el suelo.


 

IV: Cerrando Abril

Jean silbaba una canción de los Beatles mientras preparaba la cena, ese día estaba contento; el día había amanecido claro y soleado y se había permitido ir sin chaqueta a trabajar, lo que agradecía en sobremanera, pues en su país nunca se hubiera podido permitir el lujo de ir a cuerpo. Observaba tras el cristal del horno, como se abrían los mejillones al vapor, mientras removía una salsa de ajo y perejil en la sartén. En un mes y medio ya tendría las vacaciones y se había propuesto regalarle a María ese viaje a Venecia para los dos, esperaría a tenerlo todo hablado y sentenciado para decírselo. Había sido un año muy duro y le pidió a Pedro que les dejara algunos días en Julio, Pedro le dijo que no había problema y que le guardaría el secreto; era sin duda un gran tipo.

Sonó el telefonillo, le dolió la nuca, pensó “la maldita tensión”; lo cogió:

-¿Si?- temió que fuera María, estaba tan a gusto en casa.

-¿Puede abrir?- Una voz desconocida sonó al otro lado del auricular-¡publicidad!- añadió la misma voz.

-No, no abro a extraños a estas horas de la noche- colgó y respiró aliviado, miró los mejillones, dos minutos y estarían listos- Ojalá no tardara esta noche- pensó, los mejillones había que comerlos en el acto.

Sonó el “ladrido” del teléfono, lo descolgó y apagó la salsa.

-          ¿Sí? ¿ María?- se temió lo peor

-          Oh, sí, querido Jean- María hablaba bastante sofocada- me tengo que quedar, no han cursado la orden aún y Dolores quiere retirar la denuncia de nuevo ¡es terrible! ¿qué hago Jean?...

-          No lo sé María- le contestó desganado- No sé qué decirte ni que hacerte- se llevó la mano a la nuca- esa mujer no tiene remedio, nena, en general ninguna tiene remedio- se le marcó el acento al hablar enfadado- sabes que al final tienes que aceptar que ellas quieran hombres así, que las maltraten y luego les pidan perdón y les digan que las aman más que nadie, no tienen remedio, ni quieren tenerlo María…

-          Jean estás enfadado, lo sé, lo siento; no sabía que quería regresar con él, nos hemos llevado tres horas convenciéndola para que por lo menos no retirara la denuncia…

-          Da igual María- la cortó Jean- no hace falta que te disculpes, todo está bien, todo lo bien que puede estar…Nos comeremos los mejillones yo y el perro- ironizó.

     Como siempre.

-          Jean no te enfades, pero ese perro no creo que tenga hambre y que le gusten los mejillones, ni pienso, ni nada…-María reía.

-          Bueno, pues este perro tiene hambre y se los comerá todos- hablaba de sí mismo sin emoción, esos eran siempre sus enfados, se callaba y se metía dentro de sí.

-          Jean prometo llegar lo antes posible. Están Pedro y Fina aquí conmigo; y además no eres un perro, eres una persona, una persona estupenda. Te quiero.- sonó por detrás del teléfono un “Oh, qué romántico”.

-          Venga María cuelga, te esperaré y dile a esos dos que son unos cotillas- Jean colgó no sin decirle antes que la quería.

Cenó en la cocina y se dirigió al sofá a leer, era una noche serena y plácida de un treinta de Abril. Comenzó la lectura, el comandante Bowman estaba sólo en el universo con su ordenador HAL que además de pensar por sí mismo, era un asesino. La maquina se saltaba así a la torera la primera ley robótica; ir contra el hombre: su creador.  Fuera la vida, para bien o para mal, seguía en cualquier otro lado del universo.

María llegó a las una y cuarto de la madrugada, Jean no se levantó del sofá, se había quedado medio dormido, dejó el móvil en la entrada, sobre la mesita, tiró los zapatos sobre la alfombra uno aquí y otro allí, revoleó el sujetador , se fue a la nevera de la cocina y cogió un yogur bebido. Se sentó al lado de él, en el sofá, estaba más guapo que nunca, con ese aire tan rudo, rubio y cano; se apoyó en él buscando el refugio de sus brazos, temía que aún le durara el enfado, su forma de expresarlo era ignorarla durante días y siempre temía que llegara esa situación.

-          Te amo, te amo, no sabes la falta que me hacías hoy- le dijo dejándose caer a su lado agotada.

-          Eso no es verdad María, si yo te hiciera falta, habrías llegado antes- le contestó medio dormido, sin alterarse, se llevó la mano a la nunca, el dolor era insoportable, siguió tranquilamente acariciándole la espalda- me dejas aquí abandonado, solo  en tu nave espacial, con tu perro mecánico que me ladra a veces, sin nadie que me quiera ni se acuerde de mi- dulcificó aún más la voz.

-          Oh no, cariño. Donde mejor estoy es en tus brazos, te echo tanto de menos- mientras se dirigían al dormitorio, atravesando el pasillo- no puedo vivir sin mi “perrito” que come mejillones- le bromeó retomando la conversación que habían mantenido por el teléfono de horas antes que la hizo reír.

-          Tú no quieres a este perrito María, es igual que tus otros perros, esos que tú odias- la echó sobre la cama, se echó sobre ella sin prisas le desabrochó la camisa- pero este perro esta noche te va a hacer el amor…

-          Oh Jean, estoy tan agotada- María sonrió. Dejándose seducir, pensó que así pasaría pronto su enfado- por esta perrita haría cualquier cosa por ti esta  noche- le acarició la cabeza, la nuca, enredó sus dedos en su pelo.

Jean entonces recordó el gris de Noruega, el gris de su vida anterior, la sujetó por el cuello sin pasión, la besó lentamente una y otra vez.

-          Jean me estás haciendo daño- protestó mimosa María

Jean recordaba todas las tardes sin ella, solo en sus cenas, recordaba las noches hablando sólo de ella y de sus problemas...

-Jean, no me dejas respirar…. Estoy cansada- María apenas podía hablar. Jean siguió besándola, atándola, amarrándola, debajo de sí, por fin era para él, por fin era sólo para él…,disminuyó el dolor de su nuca y entonces le miró a la cara, la preciosa cara de María, su cara estaba extraña, miraba hacía un lado con una expresión inmóvil, sus ojos estaban semiabiertos y no parpadeaban. El cuerpo de María yacía sin vida bajo su cuerpo, le había roto el cuello. La besó una y otra vez de arriba abajo, la desnudó y la dejó en camiseta y bragas como a ella le gustaba estar, la tapó con la sábana, estaba tan hermosa cuando dormía. Mientras le tapó la cara con el almohadón.

Entonces buscó un billete en internet, lo cursó para ir a Moscú, esa misma mañana a las seis y media estaría lejos. No era la primera vez, ya le sucedió en su país, aquella mujer no paraba de decirle como tenía que vivir, y María había cometido el mismo error, sólo que ella era más inteligente, sólo le había marcado el camino con sus ausencias, le había dejado sin opciones.

En Moscú no tendría problemas, ya no tenía quien lo retuviera, quién le marcara los pasos, María era quien le retenía, pero casualmente ya no estaba, sólo estaba su cuerpo inerte, la volvió a besar, empezaba a enfriarse.

Se vistió, recogió poco equipaje; reunió las carpetas del despacho y se las colocó alrededor, ella nunca se iría al universo o donde fuera sin acabar su trabajo, era una muy buena profesional. Le colocó el almohadón por detrás de la cabeza, ésta se le ladeó como la de una muñeca rota.

Al dirigirse a la puerta para salir, se paró delante de la mesita donde descansaba el móvil, vio que había tres mensajes de Pedro, consultó el primero:

“María sé que no me perdonarás el que te haya dicho antes que no te lo debería de haber contado; por favor no llores demasiado, o por lo menos, no llores sin mí. Te debo una cena por dudar de tu entereza, te ama tu jefe”

Pasó al siguiente:

“María, cielo, espero muy en el fondo que no veas el mensaje hasta por la mañana, estabas agotada y necesitabas descansar como el comer. Ya sabes que no sé parar. Te ama tu jefe, guapa”

Y abrió otro más:

“María tengo que darte una mala noticia, han encontrado a Dolores dentro del maletero de su coche con el cuello desgarrado y desangrada. Su marido estaba al volante y las chicas estaban amordazadas detrás de él. Se ha suicidado el muy cabrón, encendiendo el coche dentro del garaje, anuló cualquier entrada de oxígeno. Encima estos monstruos son unos maricones”

Jean apagó el móvil, recogió el equipaje del suelo como si no hubiera pasado nada, como si no hubiera leído nada, ni un gesto, ni una palabra, nada. Cerró la puerta con llave al salir. Mientras esperaba el ascensor, sintió a lo lejos el ladrido mecánico del teléfono. Cesó .Sonrió, eran las cuatro de la mañana y le daba perfecto tiempo a llegar al aeropuerto. Sonó de nuevo el teléfono. Se montó en el ascensor. Dejó de sonar.


 

V: Primeros de mayo

En las noticias del medio día se dieron los nombres de dos nuevas víctimas por violencia de género que incrementaron las listas; dos nombres más que sumar a aquella indeseable larga lista.

Fina habló en algún medio de comunicación:

-  “Todos queremos erradicar este mal de nuestra sociedad, una sociedad que nos aparece como más o menos ideal, más o menos moderna; pero aún regresa con fuerza el monstruo amarillo de la envidia, el diablo verde de los celos,  los silencios que impiden la comunicación, los gritos que impiden la convivencia, regresa a nuestras vidas una y otra vez el ancestral “hombre de las cavernas” con su fuerza como única arma. Nos golpea una y otra vez, las mujeres no podemos relajarnos, aún tenemos que luchar, tenemos mucho por hacer, no dejarnos engañar por imágenes falsas en los espejos, darnos a valer, amarnos a nosotras mismas. No debemos por simple imagen, reducirnos a mujeres recluidas en un bonito cuerpo, en una bonita imagen; debemos de hacer respetar nuestra opinión, votar, definirnos política, religiosa y socialmente. Tenemos que hacer valer nuestros criterios; decir al mundo: sí, hablamos mucho, es cierto y cada día hablaremos más. Hagamos que nuestra voz no retroceda ni un milímetro, levantemos la cabeza y la voz por todas las que van cayendo en el camino. Dirijamos incansable nuestro paso hacia adelante, enseñemos a nuestras hijas a revelarse, a trabajar y a lograr sus sueños. Enseñémosles a amarse a ellas mismas antes que a nada ni a nadie, enseñémoslas a respetar y a respetarse por encima de todas las cosas, a definirse como personas ya desde pequeñas. Enseñémosles el derecho a decir no, alto y claro. Mostrémosles el camino y hagamos  que cuando comiencen la aventura de su vida vayan con paso seguro y sin complejos adquiridos del pasado.

La vida que vivimos en este mundo es para todos y ya es hora de que todos y todas la disfrutemos por igual. Y digo la palabra “disfrute”  en su concepto más alto de vida, porque la vida debe de ser un disfrute, y no un paseo de lágrimas.

Respecto a el por qué las matan, es algo que no podremos entender nunca, en un mundo como el de hoy en que la mayoría podemos hacer uso de nuestras libertades sería lógico que se fueran , se separaran y ya está; pero ellos quieren acabar con la figura que simboliza a sus madres; la mujer a la que nunca negarían; no es que maten a sus madres, serían incapaces, acaban con la vida, esa en la que nunca van a estar completos, porque estos señores siempre estarán incompletos. Matando a sus parejas, matan a la creadora, matan a la fuente de la que mana la vida; date cuenta que la mujer es la que posee a través de su naturaleza el paralelismo más grande con la creación del mundo y eso les da poder, un poder absoluto. Ellos acaban con ellas porque con eso pasan a ser los grandes controladores, así controlan aunque sea durante segundos, la vida.

Ellos, viven un en un mundo gris de invierno y nosotras las mujeres vivimos en un permanente Abril, eclosionando, resurgiendo, reinventándonos. Estos hombres grises, tristes, no comprenden nuestras ganas de vivir, de revivir, de supervivir. Este tipo de hombres anteponen su Noviembre a nuestro Abril.”

La comentarista, le felicitó por su opinión, con la que se sintió plenamente en acuerdo. Para cerrar la sesión, convocó la manifestación que había pendiente para el primero de Mayo en honor de la víctimas por violencia de género.  Comunicó que la administración subía las ayudas para el siguiente año. Y dio las buenas noches.

Mientras Fina, fuera de micrófono, se derrumbaba sin entender nada de nada, su gran amiga María había desaparecido a manos de unos de los peores “monstruos” de la larga lista de maltratadores, el “maltratador silencioso”, nunca le había caído demasiado bien Jean, su demasiada alta autoestima, su fría mirada, su forma de tratar a María como si siempre estuviera necesitada de él, nunca hablaba de su pasado, y casi que nunca hablaba, nunca le gustó; pero nunca se lo dijo a María, por respeto.

Jean no pudo escapar, Pedro llegaba en el momento en que le vio marcharse con la bolsa de deportes demasiado llena, había algo que no le gustaba, llamó al telefonillo y al no recibir respuesta, llamó a la policía. Sólo tuvo que decir quién era. Abrieron, y se encontraron a aquella mujer que parecía de porcelana; parecía dormida, por lo menos no había sufrido.

Detuvieron a Jean en el aeropuerto, no le dio tiempo a irse. Sólo dijo que siempre estaba solo, que no le gustaba estar solo. ¿Era un loco? O simplemente un terrible hipócrita.