domingo, 29 de septiembre de 2013

Escribir acelerado


                                   


Deslizo mis ojos por el texto lleno de frases aceleradas, estallidos de una vida que se revienta y se estalla contra el papel a golpes de sentires reprimidos. Reflexiono, releo, pienso… ¿Cuándo fue la primera vez que yo sentí algo así? ¿Cuándo fue la primera vez que el lápiz rasgó a golpe de sentimientos el blanco del papel? Me pasó, claro que me pasó; fue como un parto a la vez liberador y doloroso, pero liberador. Pienso en la revisión acelerada, y el descontento, siempre el descontento del creador, el eterno descontento de que la obra no fue lo suficientemente buena, o extensa, o intensa; ¡da igual!, la autocrítica primigenia de sabernos imperfectos, incompletos y no perdonárnoslo nunca a nosotros mismos.
Leí otra vez su literatura, era buena, acelerada, explosiva; pero buena. Recordé mi juventud, mis ganas de explotar. El miedo, siempre el miedo, al papel blanco, ese que nunca se supera, igual que los actores de teatro, el miedo escénico se hace dueño de tu pulso... La pluma en la mano, la punta, un punto, otro punto, el papel… blanco, otro punto. La cabeza llena de ideas, peros sólo soy capaz de reventar a golpe de ausencia del hado tres pequeños puntos en el primer renglón del papel; luego, más tarde, la letra acelerada, el hado ha vuelto, ha regresado y tiene prisa, como un amante impaciente. Te toca, te seduce, te despierta; es inoportuno, llega a la hora inadecuada, si no te enredas con él, pasa a mejor vida. Claro que lo he vivido, sentarme frente al papel blanco, tenerle tanto respeto, tanto miedo, tanta distancia que no nos encontrábamos.
El papel blanco y la punta traviesa que se niega a transcribir nada de lo que habita en tu cabeza, ella sólo entiende del corazón y el corazón es loco, acelerado, es generoso, combativo, por eso no entiende de palabras, de frases cortas o largas, de formas verbales, de pronombres personales. El corazón escribe sobre el papel a golpe de latidos y ahora habla en presente, y otro rato en pasado. Si tiene ganas de vivir, volverá al futuro, al deseo; y si le da la timidez hablará bajito en primera persona y si tiene un día rencoroso te nombrará mil veces. Es la escritura acelerada de la persona que escribe por necesidad, necesidad de escribir para vivir.
                                                       Yolanda García

Madres somos todas - Cuento sobre las distintas formas de vivir el dolor


Erase una vez una mujer que tenía un hijito precioso. El chiquillo era rubio, los rizos brillaban en su cabeza bajo el sol cual querubín. La mujer celosa de su cuidado, a pesar de que el niño ya pasaba los cinco años aún no lo había dejado soltarse de su mano en ningún sitio, pues le daba pánico que algo pudiera ocurrirle. Ya se había planteado varias veces la idea de bajarlo a un lindo parque que había cerca de su casa; pero aún dudaba desde la ventana, mientras observaba a los demás niños jugar allá abajo con una maravillosa tarde de sol.
Esa misma noche se hizo la promesa de bajar a su pequeño al día siguiente y dejarle ser un niño normal. A la mañana el día se despertó brillante y soleado, preparó al niño y lo bajó a la calle. Enseguida y ante las gracias del chiquillo, las demás mamás sucumbieron y lo hicieron participe del juego de los suyos, todas decían al unísono “es un ángel”. Cuando ya se disponían a recoger en dos segundos que se despistaron, pasó un tremendo drama. Una bicicleta se precipitó contra el niño de los rizos de oro, dejándolo muerto en el acto, ¡cúal no sería el dolor de aquella madre y de todos los que la rodeaban! No había consuelo en aquel lugar para la terrible tragedia que allí se había vivido en cinco segundos.
Pasados uno días, la madre del angelito no encontraba otro consuelo que bajar al parque a dejarse arrullar por las madres que allí se reunían. La mujer lloraba cada tarde la terrible pérdida de su hijo, y parecía no haber nada ni nadie que amainara aquel terrible dolor que llevaba dentro. Pasaron los días y los meses, y se repetía la misma historia todas las tardes. La mujer se sentaba en un banco, con su traje de luto y su mirada lánguida, y las otras madres le preguntaban cómo se encontraba, ella empezaba a recordar a su hijo y acababa hecha un mar de lágrimas. Todos la miraban con tristeza y algunas mamás incluso recogían las cosas y se iban antes de que se ocultara el sol, huyendo de la situación que allí y durante ya un año, se repetía cada día. Nadie parecía reparar en otra mujer que permanecía callada en un banco cercano, les miraba, y nunca decía nada. Nadie parecía reparar en ella.
Un día la mujer callada se dirigió a la mujer rota de dolor y le increpó, no sin respeto: “¡mujer!, deja ya de llorar, no es este lugar para penas sino para risas y si sigues así, todas las madres se irán de este lugar y no querrán venir más. Yo no quiero que se vayan las risas de los niños de este maravilloso lugar”. La mujer rota de dolor le contestó enfadada y llorosa “¿Qué sabes tú de mi dolor? ¿Sabes tú acaso lo que es perder un hijo? ¿Cómo puede decir que este lugar es maravilloso cuando en este sitio ha muerto un niño tan maravilloso como el mío? Usted no quiere a nadie, la veo ahí todos los días y no habla con nadie y nunca jamás me ha dirigido una palabra ni un gesto de ánimo, sólo se limita a mirar a un lado y a otro sin hacer nada”. La mujer callada que ya no estaba callada le contestó “Estás equivocada y me estás juzgando injustamente. Yo tengo un motivo para estar aquí y las madres lo saben y por eso me respetan, respetan mi silencio y mi dolor”. ¿Qué dolor?- Le dijo cada vez más enfadada la mujer de negro que había perdido ya hacía un año a su querubín- ¿qué dolor puede tener usted sin no sabe lo que es perder a un hijo”. La mujer que ya no callaba la miro con una infinita lástima y le hablo de este modo “Yo vengo todos los días a cuidar que ninguna bicicleta atropelle más a ningún niño en este hermoso parque soleado”. La mujer de negro se enfadó aún mucho más. Aquello le parecía una pura ironía, entonces toda su rabia salió de dentro “¿Si?, ¿y dónde estaba usted el día que la bicicleta atropelló a mi hijito, mi ángel?" La mujer que una vez estuvo callada le contestó bajando la voz y ahogando el llanto “Ese día, ese día yo estaba en el entierro de mi hijo, dos días antes lo había atropellado una bicicleta igual que al suyo; desde entonces vengo todas las tardes y vigilo para que eso no pase nunca más. Mientras tanto yo vigilaba, las demás madres le consolaban a usted de su dolor que nunca menguaba” –continuó ahogando las lagrimas- “siento haber sido tan dura con usted; pero entiendo perfectamente su dolor”.
Las mujeres se miraron durante un rato, la de luto ya no era capaz de llorar delante de aquella mujer que había vigilado todas las tardes de su dolor durante un año a los niños del resto de las mamás, mientras mitigaba su propio dolor con la sola idea de que ayudaba a las demás y evitaba que a ningún niño le pasara lo que al suyo. Ambas se estrecharon en un abrazo, y desde entonces se turnaban algunas tardes para ayudar a las mamás a cuidar a sus hijos.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

La mujer que subía montañas (pequeño cuento)



Había una vez una mujer que era frutera y a la que gustaba subir montañas; más de una vez tenía que escuchar a algunos clientes que comentaban acerca de su hobby las más variopintas opiniones. Un día llegó un extranjero que escuchó sobre su gusto y le preguntó a la vez que le compraba unos melocotones:

Sé que le gusta subir montañas; pero las montañas las hay de muchas clases, me gustaría saber cuál sería su predilección:

¿Subir una montaña de nieve?- la frutera sonrió

¿Subir una montaña de oro?- la frutera frunció el ceño

O ¿subir una montaña de boñigas de vaca?

La dependienta, bajó la cabeza pensando unos segundos y mientras el señor comía un melocotón le contestó:

. Yo no subiría una montaña de nieve, porque subiendo podría congelarme y no sentir ni mis manos ni mis pies. Y además una vez arriba podría helarme hasta la muerte, y al bajar podría descongelarse la nieve con el sol y morir ahogada entre hermosas cascadas o bajo un alud.

Yo no subiría una montaña de oro – el hombre arqueó la cejas – porque mientras suba, habrá mucha gente que querrá verme y al ver la montaña de oro querrá llevarse un trozo, y así nunca llegaría a la cima, porque la cima estaría cada vez más cerca del suelo.

El hombre asombrado le preguntó sin dejar que siguiera hablando:

¿Entonces deduzco que a usted le gustaría subir una montaña de boñigas de vaca? Porque le recuerdo que debe de elegir una montaña.

La mujer sonrió y le alcanzó una bonita pera verde:

No señor, no me gusta subir sobre boñigas de vaca; pero si tengo que elegir, la subiría sin dudar – el hombre la miró muy asombrado y con la boca abierta- las boñigas de vaca huelen mal, es cierto; pero mantendrán alejados a mis enemigos y a las alimañas que quieran atacarme.

Las boñigas de vaca tienen paja en su composición en las que podré permanecer por la noche para dormir tranquila, calentita y escondida.

Y al llegar a la cima después de pasarlo tan mal con el olor de las boñigas, podré por fin respirar.

El hombre creyéndose más listo que la mujer le preguntó entonces:

¿Y te quedarías arriba? ¿No bajarías contar de no volver a pasar por el suplicio del olor?

La mujer lo miró con lastima y luego se rió:

No, para bajar lo haría rápido y veloz pues las boñigas de vaca son blanditas y sólo me dejaría caer y luego me daría un largo y caliente baño de espuma de melocotón!!

El hombre apreció su inteligencia y le pidió permiso para contar su historia, de esta forma ha llegado hasta nosotros.

La mujer siguió subiendo montañas, aunque nunca se vio en la necesidad de subir una de boñigas de vaca; aunque sí que se encontró alguna que otra mierda en el camino.

Autora: Mª Yolanda García Ares

Bailar vs El arte de matar


A las cinco de la tarde, el torero de luces sobre la arena, el festejo, la algarabía, la arena, la arena y el toro, la máquina de matar, el reto a vencer. Amo el baile, la danza, el cruce de miradas. Odio la sangre, el dolor, la boca abierta, los ojos vidriosos, el brillo zaino cruzado de ríos escarlata.

Si, eres un hombre, si, valoras su poder, dices que lo respetas, que lo amas; te he visto en el campo hablando de él, presumes de los cuidados que le das. Lo luces como un diamante en una vitrina. No es eso. Lo sabes. Sabes que a veces a la media tarde te vas, antes de que el sol se hunda cuando el coso es tuyo, antes de dormir, dices que es para entrenar. Entonces ya sólo es el baile, no hay dolor, ni sangre, tampoco hay reto, ni demostraciones de poder, no tienes que apagar sed de nada ni de nadie. No brilla el oro, sólo el sol que ya apenas tiene fuerza. Entonces bailas con él, solo en la danza, cruzáis las miradas, él te pide explicaciones y tú mientras le firmas con una verónica, le explicas en silencio, sin palabras que es tu trabajo, que es lo que exige tu apoderado, el público. Admites que no te gusta, que hace tiempo que no lo disfrutas. Sabes que no sólo tiras de las oraciones antes de salir al ruedo, necesitas esa retahíla de “ayudas”, excusas de un dolor inexistente. Entonces el sol va apagándose, él baja el testuz, sabes que entonces toca el arte de matar, desvías el estoque de madera a un lado. El monstruo enseña entonces su nobleza, se echa a un lado raspa el albero sin peinar, está jugando a la bestia y te deja escapar de una carrerita, como un chiquillo. Te mira, baja el testuz, te dice que mañana estará disponible, o pasado, o su hijo o el hijo de sus hijos. Da igual. Baja el testuz, sabe que le toca el arte de matar. Se ha acabado la danza, el sol ya se ha ocultado, vuelve al redil, tú a casa, a hacer como que eres feliz con tu trabajo. Esta noche como tantas sabes que tu trabajo es ser verdugo y no torero. Sueñas con danzar, con bailar; pero nadie entendería tu arte, porque tu apoderado te recuerda, que lo tuyo es el arte de matar.

martes, 24 de septiembre de 2013

Una vez conocí una mujer


Era una mujer hermosa como todas las mujeres, alta, risueña, encantadora, como todas las mujeres. Era pequeña como una semilla de lechuga en sus primeros cinco días; pero sus raíces crecían sin ella tomar conciencia de sí misma. Ella como todas las mujeres, quería coger la luna con las manos, y mirar al sol de frente sin pestañear ni dos veces seguidas. Entonces fue cuando todo se precipitó, y como casi todas las mujeres, creció de pronto, se hizo adulta así sin ser avisada apenas. Subió montañas y nadó en los mares y se sintió cansada, y anciana, y de vuelta. Se olvidó de mirarse en los espejos como casi el resto de las mujeres que crecen de golpe, y se olvidó de sí misma, tanto se olvidó que no se encontraba ni por patio ni por azotea.


Un buen día caminaba distraída, mirando el cielo, mirando el mar, mirando un libro, mirando otro libro y descubrió un camino para andar lleno de palabras. Paseó por las letras, y se dejó abrazar por ellas y el abrazo fue cálido, fue apasionado, fue guerrero…Entonces se levantó de la cama, de la silla, del sillón, de la mirada lánguida a la ventana, de la envidia insana; se levantó del cuadro móvil, de la mirada perdida. Se bajó del guindo, se asomó al espejo, y ¡buff! no le gustó lo que vio, como a casi ninguna mujer. Y se vio mayor, pasada de vuelta, fuera de moda, acabada…


Entonces huyó de nuevo a las letras, se escondió en ellas, se dejó arropar. Las letras eran sus amigas, la entendían, la escuchaban, la acompañaban, la animaban a mirarse al espejo y le daban buenos consejos, mejor que los que le daban sus amigas, sus hermanas, o su madre. Entonces un día se dio cuenta de que el espejo se había hecho su amigo, se miraron de frente, se reconocieron, se dieron la mano, se reconciliaron; se perdonaron los errores, los fallos, los defectos. Entonces la mujer se dio cuenta de que no era tan mayor, ni tan desvencijada, ni tan obsoleta y que al abrir la puerta de la habitación de las letras, había un mundo fuera; todo un mundo por explorar y descubrió que en ese camino había algo que no todo el mundo poseía. Descubrió que su camino estaba cuajado de sueños por cumplir, algunos fáciles, otros no; algunos factibles, otros no; pero eran sus sueños y ella y su espejo no iban a permitir que nadie les robara ni uno sólo de aquellos sueños. Ella comenzó a caminar como casi todas las mujeres que leen y se miran a un espejo que es su amigo, un pasito detrás y otro delanteJ.


Querida señora de Gospedal


Me asombra ver como su falta de recursos lingüísticos le llevan a hacer de una cosa de tanta trascendencia histórica y evolutiva como es la “heterogeneidad social” un concepto burgués, que se limita a compararse como mujer, sólo con el elemento más a la mano que tiene, el hombre. No querida ministra, las mujeres no queremos ser hombres, y las que quieren serlo ya tienen a su mano una operación mágica que consigue que sean felices y se identifiquen con el género que sienten en su interior; por cierto, muy criticada y vilipendiada por su opción política.

La heterogeneidad social respecto a la mujer va mucho más allá, va a que los organismos ejecutivos se hagan cargo de que todos los derechos en la mujer son iguales, pero no se debe de unificar a criterio de “o a todas, o a ninguna” porque evidentemente las necesidades, económicas, sanitarias, de trabajo, de educación… de todas las mujeres no son las mismas, aunque si tienen que ver con su evolución social como ente único, el género femenino.

Usted, a la que veo algo acomodada y falta de visión social, le explicaría que no es lo mismo vivir en una casa con un nivel económico estable y acomodado, y vivir en el pueblo más perdido de la tierra, ayudando a tus padres a cuidar el campo y estudiar una carrera de matemáticas; no, no es lo mismo. Tampoco es lo mismo, dotar a una mujer separada por maltrato físico con cuatro hijos de sanidad gratuita, sobre todo en temas de infancia; que dotar a una mujer que trabaja junto a usted, tiene tres pisos en Madrid y encima cobra dietas de alojamiento; eso evidentemente no es lo mismo y así podríamos seguir, pero para no alargarnos, concluiré.

Aquí en España, se tiene un sentido antiguo y retrogrado de cuadricula reticular equilibrada de dos por dos -un sentido anticuado y romano de ciudadanía- que no sé si usted es capaz de constatar nunca son cuatro. Nuestra sociedad, sigue entrando por el ojo estrecho de una aguja imposible, de “todos a una como en Fuenteovejuna”; pero solo para la boca ancha; para la boca estrecha, entonces  queremos ser iguales, pero no queremos ser hombres – perdone señora Cospedal que me ría – no somos iguales, nuestra homogeneidad se limita al que somos féminas, todas, no me haga entrar en la evidencia nada sutil de que todas tenemos dos tetas, y un órgano femenino que nos define como tal. Nuestra heterogeneidad de ente vivo, orgulloso de sus diferencias, sobreviviente de sus limitaciones impuestas o no, nuestra mezcla define una figura interminable, e infinita de puntos independientes y únicos, originales. Para constatarlo sólo tiene usted que pararse a observar el dibujo que hace los bordes infinitos de cualquiera de las manifestaciones que su gobierno se niega a escuchar; sigan así, van a saber lo que es la heterogeneidad de criterio; tristemente algún día, quizás no tan lejano.

A todo esto y mucho más, le diría señora, que lea, lea un poco, gaste un poco de su escaso tiempo en aumentar su vocabulario y sobre todo lea acerca de la humanidad, la sociedad, la mujer. Leer le ayudará a estar relajada y a no meter tanto la pata cuando quiere parecer culta, porque es una triste pena, que usted que lo ha tenido todo, no haya aprovechado ese tener, para ser. Cuantas, si hubiesen tenido sus mismas posibilidades no hubiesen desaprovechado ni media gota de saber, y hubieran defendido con dignidad su cargo. Y permítame que le diga que hoy más que nunca estoy orgullosa de ser mujer,  de preservar mi heterogeneidad social, y de por supuesto no parecerme a usted.  

Prohibido maltratar al lector


No dejo de contemplar, cuando busco entre los artículos de algún periódico más o menos local, o entre las críticas de algún compañero escritor; la pluma afilada, la ironía limpia y mordaz, la crítica hechicera y traviesa que nos haga sonreír de medio lado. Lo que digo viene al caso, porque en la crítica siempre era dónde se percibía más la maestría pura del escritor. Allí dónde se decía "digo" y era "diego”, donde la redacción del escrito desarrollaba el colorido literario, para no llamar a las cosas por su nombre pero darlo claramente a entender sin ofender ni al nombrado ni al lector. Parece ser que hemos olvidado las formas hasta en la literatura, y hemos dejado que la grosería, que el llamémosle mal gusto invadan no sólo nuestros periódicos, sino también la literatura narrativa, y por supuesto la crítica. Sin dejar de observar, que tanta habladuría fácil o el uso de tanta coletilla común no oculta más que una gran falta de vocabulario. Quiero pensar, con una utópica esperanza; que tanta palabreja de mal gusto sacada de la inmundicias dialectales del diccionario no vengan más que a ser parte del desahogo del escritor  por su impotencia por las cosas que pasan ante sus ojos, sin poderlas evitar, al fin y al cabo el escritor no deja de ser un ser humano, cuyo sentir cotidiano, deja escapar de forma más o menos inteligente e inteligible a través de su mano al papel. Aún así, no dejo de contemplar con cierta pena, que quien más usa este tipo de términos reusados ,cotidianos y tanto insulto a ras de "barrio" lo hace de forma banal y distraída sin ocuparse siquiera de un radio, ni temporal ni espacial, de más de diez kilómetros. Me gusta usar un lenguaje accesible y cotidiano, entendible, a veces no es fácil no perderse en la retórica, en el regodeo estilístico, en la palabra encumbrada, en la frase interminable repleta de conexiones lingüísticas que hacen el texto bello e inalcanzable; pero el escritor crítico se debe a su público, y el público atorado de problemas, necesita un texto diáfano y fácilmente entendible; pero no creo que necesite un texto que le soliviante, que le maltrate, ni que le haga de menos respecto al escritor; el que no es más que un arma para transmitir al resto del mundo lo que piensan miles de nuestro lectores que no tienen la posibilidad de esgrimir una pluma ni ser magos de la palabra. Como a ellos nos debemos, tratémosles pues con respeto, y disfrutemos con el gusto de jugar con la palabra, llamando a la cosas como hay que llamarlas, pero sin parecer burdos, ni vulgares porque usando ese tipo de terminología hacemos burdos y vulgares a quien tiene la deferencia de leer nuestros escritos.


El tipo de turismo que queremos en nuestras playas


El otro día estábamos mi pareja y yo en un trocito de playa que habíamos podido mendigar a los turistas. Solemos ir a media tarde; cuando va bajando la afluencia de público, aún así era un día caluroso y había muchísima gente. Alrededor nuestro había una familia con seis niños de entre cinco y diez años. La criaturitas no paraban de gritar, usar un lenguaje “nada” infantil, y reñir entre ellos. Para que no les molestasen los padres les dieron chucherías  que los niños entre grito y grito siguieron desparramando por el suelo, los plásticos volaban con el aire y llegaban hasta las toallas de todos los de alrededor. Luego, empezaron una batalla entre adultos y pequeños que prometía ser hasta divertida, pero lejos de eso se convirtió en una batalla de arena que llegó hasta el arco del triunfo de Paris, si es que no llegó un poquito más lejos. Allá por las nueve de la noche y después de que tres mocosos pilila en ristre mearan haciendo dibujitos por la arena mojada, bajo la atenta “risotada” de sus orgullosos padres; decidieron irse. Nosotros dábamos gracias a dios y a todos los santos de tan sabia decisión y esperábamos atentos para poder disfrutar de nuestra playa, ya llena de gaviotas, hasta las diez. Recogieron sin cuidado ninguno un sinfín de bártulos, y aparte de volvernos a llenar de arena a todos los de alrededor, que aún no éramos pocos, pudimos observar con cara de “vaya tela” como dejaban el lugar como si hubiesen estado en una cochiquera, en vez de en una playa de arenas blancas. Aún nos quedo ver como la mamá nos lanzaba una colilla encendida a los pies, mientras le decía al padre que hiciera su trabajo y cuidara a las “fieras”. Esto viene al caso de que vivo en una zona de playa al sur, las playas de Cádiz son ansiadas por miles de turistas por su blanca y fina arena que no se si saben que cuidan los ayuntamientos de la provincia para bien del turisteo, mientras nos cuecen al ciudadano de aquí, al que hemos mamado y vivido la playa desde chiquititos cocidos a impuestos y a restricciones. Tenemos una perrita a la que nos encanta llevar a la playa, la llevamos en invierno, cuando la playa está natural, el ayuntamiento se relaja, y la podemos disfrutar, suele estar “sucia” entonces de algas que las mareas traen hasta la orilla, y la costa huele a ese olor que cuantito subimos a Sevilla todos los gaditanos echamos de menos. Ese sabor salino en las aletas de la nariz. Nos gustaría llevar a nuestra perra en verano a la playa, y os puedo asegurar que mi perra tiene más educación que muchos que visitan nuestra costa todos los veranos, y a los que tratamos como reyes en pos del bien de la comunidad, porque vivimos y nos debemos cada día más, al turismo. Yo desearía que vinieran muchos turistas con perros y que esos turistas pudieran disfrutar nuestras playas con su mascota, porque sé que la gente que veranea con su animal, es otra calaña de gente, que no esa otra, que no tiene otra que aguantar al niño en verano, se dejó al abuelo en la residencia y posiblemente antes de salir para acá a su perro en la cuenta.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Estaba planteándome la idea de hablar- escribir- si algún tema me tocaba lo suficiente la moral como para así dejarlo entrever. Cosas de la vida, me siento a ver las noticias y mira tú por dónde que me entero, por esas casualidades de la vida, que nuestra amiga alemana Angela Merkel ha salido reelegida en su país. Pero ¿cómo? Os preguntareis muchos de ustedes. Pues muy fácilmente, Angela tiene contentísimo a su pueblo. Alemania tiene un tejido industrial que es capaz de soportar esta crisis y tres que vengan detrás ¿y saben por qué? Porque la deuda Alemana fue perdonada por el resto de Europa. Alemania tiene un tejido industrial fuerte gracias al perdón de esa deuda. Y gracias a la miseria que había en España y en Italia después de la segunda guerra mundial, la mano de obra barata, edificó de nuevo Alemania. Quizás no es buena idea sacar los trapos sucios a los vecinos cuando éstos se creen con la única premisa paternalista de adoctrinarnos en economía y de cerrarnos el gaznate hasta no poder ni respirar. Pero yo le aconsejo a nuestro amigo Rajoy, que la próxima vez que se siente a ver un partido de futbol con nuestra querida y admirada – muy entrecomillado todo- canciller, antes de comerse las patatas fritas y las hamburguesas, que le recuerde a la señora qué manos edificaron parte de Alemania. Y que la dignidad de un pueblo empieza por la dignidad con que se sientan a negociar sus dirigentes.