El otro día estábamos mi pareja y yo en un trocito de playa
que habíamos podido mendigar a los turistas. Solemos ir a media tarde; cuando
va bajando la afluencia de público, aún así era un día caluroso y había
muchísima gente. Alrededor nuestro había una familia con seis niños de entre
cinco y diez años. La criaturitas no paraban de gritar, usar un lenguaje “nada”
infantil, y reñir entre ellos. Para que no les molestasen los padres les dieron
chucherías que los niños entre grito y
grito siguieron desparramando por el suelo, los plásticos volaban con el aire y
llegaban hasta las toallas de todos los de alrededor. Luego, empezaron una
batalla entre adultos y pequeños que prometía ser hasta divertida, pero lejos
de eso se convirtió en una batalla de arena que llegó hasta el arco del triunfo
de Paris, si es que no llegó un poquito más lejos. Allá por las nueve de la
noche y después de que tres mocosos pilila en ristre mearan haciendo dibujitos
por la arena mojada, bajo la atenta “risotada” de sus orgullosos padres;
decidieron irse. Nosotros dábamos gracias a dios y a todos los santos de tan
sabia decisión y esperábamos atentos para poder disfrutar de nuestra playa, ya
llena de gaviotas, hasta las diez. Recogieron sin cuidado ninguno un sinfín de
bártulos, y aparte de volvernos a llenar de arena a todos los de alrededor, que
aún no éramos pocos, pudimos observar con cara de “vaya tela” como dejaban el
lugar como si hubiesen estado en una cochiquera, en vez de en una playa de
arenas blancas. Aún nos quedo ver como la mamá nos lanzaba una colilla
encendida a los pies, mientras le decía al padre que hiciera su trabajo y
cuidara a las “fieras”. Esto viene al caso de que vivo en una zona de playa al
sur, las playas de Cádiz son ansiadas por miles de turistas por su blanca y
fina arena que no se si saben que cuidan los ayuntamientos de la provincia para
bien del turisteo, mientras nos cuecen al ciudadano de aquí, al que hemos
mamado y vivido la playa desde chiquititos cocidos a impuestos y a
restricciones. Tenemos una perrita a la que nos encanta llevar a la playa, la
llevamos en invierno, cuando la playa está natural, el ayuntamiento se relaja,
y la podemos disfrutar, suele estar “sucia” entonces de algas que las mareas
traen hasta la orilla, y la costa huele a ese olor que cuantito subimos a
Sevilla todos los gaditanos echamos de menos. Ese sabor salino en las aletas de
la nariz. Nos gustaría llevar a nuestra perra en verano a la playa, y os puedo
asegurar que mi perra tiene más educación que muchos que visitan nuestra costa
todos los veranos, y a los que tratamos como reyes en pos del bien de la
comunidad, porque vivimos y nos debemos cada día más, al turismo. Yo desearía
que vinieran muchos turistas con perros y que esos turistas pudieran disfrutar
nuestras playas con su mascota, porque sé que la gente que veranea con su
animal, es otra calaña de gente, que no esa otra, que no tiene otra que
aguantar al niño en verano, se dejó al abuelo en la residencia y posiblemente
antes de salir para acá a su perro en la cuenta.
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