martes, 24 de septiembre de 2013

Prohibido maltratar al lector


No dejo de contemplar, cuando busco entre los artículos de algún periódico más o menos local, o entre las críticas de algún compañero escritor; la pluma afilada, la ironía limpia y mordaz, la crítica hechicera y traviesa que nos haga sonreír de medio lado. Lo que digo viene al caso, porque en la crítica siempre era dónde se percibía más la maestría pura del escritor. Allí dónde se decía "digo" y era "diego”, donde la redacción del escrito desarrollaba el colorido literario, para no llamar a las cosas por su nombre pero darlo claramente a entender sin ofender ni al nombrado ni al lector. Parece ser que hemos olvidado las formas hasta en la literatura, y hemos dejado que la grosería, que el llamémosle mal gusto invadan no sólo nuestros periódicos, sino también la literatura narrativa, y por supuesto la crítica. Sin dejar de observar, que tanta habladuría fácil o el uso de tanta coletilla común no oculta más que una gran falta de vocabulario. Quiero pensar, con una utópica esperanza; que tanta palabreja de mal gusto sacada de la inmundicias dialectales del diccionario no vengan más que a ser parte del desahogo del escritor  por su impotencia por las cosas que pasan ante sus ojos, sin poderlas evitar, al fin y al cabo el escritor no deja de ser un ser humano, cuyo sentir cotidiano, deja escapar de forma más o menos inteligente e inteligible a través de su mano al papel. Aún así, no dejo de contemplar con cierta pena, que quien más usa este tipo de términos reusados ,cotidianos y tanto insulto a ras de "barrio" lo hace de forma banal y distraída sin ocuparse siquiera de un radio, ni temporal ni espacial, de más de diez kilómetros. Me gusta usar un lenguaje accesible y cotidiano, entendible, a veces no es fácil no perderse en la retórica, en el regodeo estilístico, en la palabra encumbrada, en la frase interminable repleta de conexiones lingüísticas que hacen el texto bello e inalcanzable; pero el escritor crítico se debe a su público, y el público atorado de problemas, necesita un texto diáfano y fácilmente entendible; pero no creo que necesite un texto que le soliviante, que le maltrate, ni que le haga de menos respecto al escritor; el que no es más que un arma para transmitir al resto del mundo lo que piensan miles de nuestro lectores que no tienen la posibilidad de esgrimir una pluma ni ser magos de la palabra. Como a ellos nos debemos, tratémosles pues con respeto, y disfrutemos con el gusto de jugar con la palabra, llamando a la cosas como hay que llamarlas, pero sin parecer burdos, ni vulgares porque usando ese tipo de terminología hacemos burdos y vulgares a quien tiene la deferencia de leer nuestros escritos.


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