No dejo de
contemplar, cuando busco entre los artículos de algún periódico más o menos
local, o entre las críticas de algún compañero escritor; la pluma afilada, la
ironía limpia y mordaz, la crítica hechicera y traviesa que nos haga sonreír de
medio lado. Lo que digo viene al caso, porque en la crítica siempre era dónde
se percibía más la maestría pura del escritor. Allí dónde se decía
"digo" y era "diego”, donde la redacción del escrito
desarrollaba el colorido literario, para no llamar a las cosas por su nombre
pero darlo claramente a entender sin ofender ni al nombrado ni al lector.
Parece ser que hemos olvidado las formas hasta en la literatura, y hemos dejado
que la grosería, que el llamémosle mal gusto invadan no sólo nuestros
periódicos, sino también la literatura narrativa, y por supuesto la crítica.
Sin dejar de observar, que tanta habladuría fácil o el uso de tanta coletilla
común no oculta más que una gran falta de vocabulario. Quiero pensar, con una utópica
esperanza; que tanta palabreja de mal gusto sacada de la inmundicias
dialectales del diccionario no vengan más que a ser parte del desahogo del
escritor por su impotencia por las cosas
que pasan ante sus ojos, sin poderlas evitar, al fin y al cabo el escritor no
deja de ser un ser humano, cuyo sentir cotidiano, deja escapar de forma más o
menos inteligente e inteligible a través de su mano al papel. Aún así, no dejo
de contemplar con cierta pena, que quien más usa este tipo de términos reusados
,cotidianos y tanto insulto a ras de "barrio" lo hace de forma banal
y distraída sin ocuparse siquiera de un radio, ni temporal ni espacial, de más
de diez kilómetros. Me gusta usar un lenguaje accesible y cotidiano,
entendible, a veces no es fácil no perderse en la retórica, en el regodeo
estilístico, en la palabra encumbrada, en la frase interminable repleta de
conexiones lingüísticas que hacen el texto bello e inalcanzable; pero el
escritor crítico se debe a su público, y el público atorado de problemas, necesita
un texto diáfano y fácilmente entendible; pero no creo que necesite un texto
que le soliviante, que le maltrate, ni que le haga de menos respecto al
escritor; el que no es más que un arma para transmitir al resto del mundo lo
que piensan miles de nuestro lectores que no tienen la posibilidad de esgrimir
una pluma ni ser magos de la palabra. Como a ellos nos debemos, tratémosles
pues con respeto, y disfrutemos con el gusto de jugar con la palabra, llamando
a la cosas como hay que llamarlas, pero sin parecer burdos, ni vulgares porque
usando ese tipo de terminología hacemos burdos y vulgares a quien tiene la
deferencia de leer nuestros escritos.
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