Leí
otra vez su literatura, era buena, acelerada, explosiva; pero buena. Recordé mi
juventud, mis ganas de explotar. El miedo, siempre el miedo, al papel blanco,
ese que nunca se supera, igual que los actores de teatro, el miedo escénico se hace
dueño de tu pulso... La pluma en la mano, la punta, un punto, otro punto, el
papel… blanco, otro punto. La cabeza llena de ideas, peros sólo soy capaz de
reventar a golpe de ausencia del hado tres pequeños puntos en el primer renglón
del papel; luego, más tarde, la letra acelerada, el hado ha vuelto, ha
regresado y tiene prisa, como un amante impaciente. Te toca, te seduce, te
despierta; es inoportuno, llega a la hora inadecuada, si no te enredas con él,
pasa a mejor vida. Claro que lo he vivido, sentarme frente al papel blanco,
tenerle tanto respeto, tanto miedo, tanta distancia que no nos encontrábamos.
El
papel blanco y la punta traviesa que se niega a transcribir nada de lo que
habita en tu cabeza, ella sólo entiende del corazón y el corazón es loco,
acelerado, es generoso, combativo, por eso no entiende de palabras, de frases
cortas o largas, de formas verbales, de pronombres personales. El corazón
escribe sobre el papel a golpe de latidos y ahora habla en presente, y otro
rato en pasado. Si tiene ganas de vivir, volverá al futuro, al deseo; y si le da
la timidez hablará bajito en primera persona y si tiene un día rencoroso te
nombrará mil veces. Es la escritura acelerada de la persona que escribe por
necesidad, necesidad de escribir para vivir.
Yolanda
García
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