Desde pequeña no puedo dormir bien, me paso las horas dando vueltas en la cama y peleándome con las almohadas. He probado de todo, me levanto, me tomo una tila, me siento en mi sillón preferido, escucho música tranquilita, leo, hago punto, crochet, voy al baño, leo acostada, vuelvo a las vueltas y revueltas, desespero a mi esposo, a mi perra y al gato del vecino. Entonces justo entonces en ese momento mi cabeza empieza a escribir, escribe en la nube que se posa delante, en el embozo de la sábana, me engancha las letras en el cabecero de forja, me encorajo, no me quiero levantar. He estado intentándolo hace un rato, posada delante del papel y no salía nada de nada. Las palabras obstinadas se enredan en mi pelo, valoro la idea, ¿es buena?. Dudo, no sé, mejor esperar un poco, voy al baño, vuelvo a la cama. Miro de reojillo todas las notas que se ven agolpando de forma invisible a mi alrededor. Entonces justo en ese momento me levanto.
Enciendo el ordenador, abro el facebook al que yo llamo cariñosamente "el chivato", esa acción ya se ha hecho parte de la liturgia y los veo, allí están todos ellos. Una pila de escritores, todos con su lunarito verde y cada uno en su rincón, seguro, embarrados de letras y palabras hasta la médula.
Pienso en mi infancia cuando venían todas esas palabras y las desechaba, y las escondía bajo la cama: historias de miedo, de fantasmas, de armarios mágicos entreabiertos, de niños que se perdían persiguiendo a la luna y como siempre de marcianos extraterrestres que producían la música extraña y metálica de la bahía, ruidos de los cercanos astilleros que a mi se me antojaban composiciones musicales del universo. Se lo conté a mi madre un día "mamá, cuando no puedo dormir se me vienen historias a la cabeza", mi madre sin más me compró un precioso diario con una tapa de piel de color verde y dorado que aún guardo como un tesoro. Hoy en día me sonrío cuando lo leo, reflexiones inocentes de una niña que no creía en el odio, y paginas de perfil de oro que reflejan todas las inseguridades de una chiquilla de aquella pronta edad. Entonces el noble arte de escribir me parecía tan lejano, tan imposible. Mis historias poco a poco se fueron enredando a base de madrugadas insomnes en mis sueños y aunque la meta a seguir se distanció, hoy he recuperado con renovada fuerza mi gran pasión. A día de hoy la niña ha crecido, y han crecido sus escritos y han aumentado las noches sin dormir. Con los años he descubierto que no es necesario escribir de noche, pero sí he descubierto que las letras buscan en mi cabeza el candor de la oscuridad y que muchas de esos textos se cuajan a esas horas donde el silencio corona la casa y la tranquilidad y la calma dejan paso a las ideas. Sé que no es fácil convivir con esta pasión, a ratos me llama el rincón cuando debería de descansar y otras veces cuando ha habido una bonita velada. Sé que me he vuelto egoísta, que ese rincón no lo cambio por nada. Ese pequeño lugar, mi habitación propia donde conservo los recuerdos, los libros más viejos, los pasajes de una vida en retazos de papel. El ordenador ha robado el lugar al bolígrafo, a la pluma. Aún así mi mesa sigue estando repleta de estos artilugios que no puedo dejar de usar a ratos, como una yonqui escribo en papel y en multitud de cuadernos que nunca acabo y que sé de forma positiva nunca voy a pasar a limpio. En ese cuarto minúsculo, tengo apenas dos estanterías blancas, una mesa coja, y la última adquisición, una mecedora de balanceo horizontal de segunda mano que a mi perra la trae loca, no se fía de ella, y a mi, me traen chocha las dos. Disfruto de ese cuarto, lo hago mio, como si fuera el último rincón del universo en el que poder ser yo, sin mascaras ni imposiciones sociales, ni obligaciones paralelas, ni otras muchas cosas que me distraen a diario de mi pasión. Ahora, una vez os cuento esto, vuelvo a mirar los puntitos verdes, sois unos pocos, seguro, disfrutando de lo mismo que yo.
A estas horas estarán trabajando los bomberos, los policías, las parteras, algunas empresas de limpiadoras, el personal de sanidad que como el resto estarán de guardia. Cada uno disfrutará de su compañero de noches en blanco más o menos obligadas y disfrutarán charlando a media voz en sus respectivos cuartillos del café. Nuestro trabajo habla de ellos, de la vida, de las cosas, habla del mundo, y le pone música al relato, lo dota de sabor literario. Mientras tanto los insomnes escritores nos tomamos un café a solas en nuestro cuarto y peleamos una noche más con el embozo de la sábana cada vez que se nos viene una historia, que valoramos merezca contar, a la cabeza. Pero ¿quien escribirá sobre nosotros? ¿quién valorará nuestras noches sin dormir? ¿quién sabrá valorar el que unas palabras te ronden la cabeza y no te dejen descansar?. Buenas noches queridos amigos escritores y disfruten de sus letras.