A
las cinco de la tarde, el torero de luces sobre la arena, el festejo, la
algarabía, la arena, la arena y el toro, la máquina de matar, el reto a vencer.
Amo el baile, la danza, el cruce de miradas. Odio la sangre, el dolor, la boca
abierta, los ojos vidriosos, el brillo zaino cruzado de ríos escarlata.
Si,
eres un hombre, si, valoras su poder, dices que lo respetas, que lo amas; te he
visto en el campo hablando de él, presumes de los cuidados que le das. Lo luces
como un diamante en una vitrina. No es eso. Lo sabes. Sabes que a veces a la
media tarde te vas, antes de que el sol se hunda cuando el coso es tuyo, antes
de dormir, dices que es para entrenar. Entonces ya sólo es el baile, no hay
dolor, ni sangre, tampoco hay reto, ni demostraciones de poder, no tienes que
apagar sed de nada ni de nadie. No brilla el oro, sólo el sol que ya apenas
tiene fuerza. Entonces bailas con él, solo en la danza, cruzáis las miradas, él
te pide explicaciones y tú mientras le firmas con una verónica, le explicas en
silencio, sin palabras que es tu trabajo, que es lo que exige tu apoderado, el
público. Admites que no te gusta, que hace tiempo que no lo disfrutas. Sabes
que no sólo tiras de las oraciones antes de salir al ruedo, necesitas esa
retahíla de “ayudas”, excusas de un dolor inexistente. Entonces el sol va
apagándose, él baja el testuz, sabes que entonces toca el arte de matar,
desvías el estoque de madera a un lado. El monstruo enseña entonces su nobleza,
se echa a un lado raspa el albero sin peinar, está jugando a la bestia y te
deja escapar de una carrerita, como un chiquillo. Te mira, baja el testuz, te
dice que mañana estará disponible, o pasado, o su hijo o el hijo de sus hijos.
Da igual. Baja el testuz, sabe que le toca el arte de matar. Se ha acabado la
danza, el sol ya se ha ocultado, vuelve al redil, tú a casa, a hacer como que
eres feliz con tu trabajo. Esta noche como tantas sabes que tu trabajo es ser
verdugo y no torero. Sueñas con danzar, con bailar; pero nadie entendería tu
arte, porque tu apoderado te recuerda, que lo tuyo es el arte de matar.
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