Después la tinta baila inquieta sobre el
blanco, se despereza, se despeina. Al comenzar la ortografía graciosa,
perfecta, se va distorsionando aquí y allá, revolotea, ya no se define sobre el
renglón, vuela sobre él, como las golondrinas a ras del mar. A ratos arriba,
abajo, ingobernable, liberada, la muñeca ágil, suelta, la punta ladeada, la
cara sobre el papel, la mano contraria en la barbilla, tirada en la cama.
Surgen las palabras, embriagan el ambiente, se van y vienen, juguetean, no da
tiempo a ponerlas en orden, el orden es para la técnica, y la técnica cuando
estalla el corazón queda olvidada. Frases que se estrellan a golpe de
recuerdos, de vivencias pasadas contra el papel. Ha comenzado la batalla del
escritor, el orgasmo creador se mimetiza con el texto. Ahora la cabeza, el
corazón, el papel, la tinta, la punta, todo es uno, y uno es todo. Es el genio
del creador en su apogeo, la fuente pura del conocimiento básico y primitivo.
Es la Sofía de la fuente experimental del saber, la experiencia misma, el
primer paso al hado, la secuencia vivida, sufrida, disfrutada.
La madrugada se hace cómplice, el
silencio tu cafeína, el rincón solitario tu mejor amigo. La razón vendrá
después a poner orden en tanto desatino, recordará las comas, usará los puntos.
Cortará los párrafos, criticará tu historia. Pero está ahí, es tu esbozo de
creación literaria. Es tu momento creativo, explosión fugaz de que una vez
tuviste algo que contar aunque fuera a ti mismo. El ordenador lo pondrá bonito,
“ortografiará” la letra imposible, corregirá cada renglón, lo centrará, lo
alineará, lo titulará. Ese, tu texto, tu creación final, es tu intento una vez
más de ser escritor. Ser escritor es como ser pintor, nunca sabrás si lo has
hecho bien, hasta que alguien te recuerde que lo has escrito tú.
Mª Yolanda García Ares
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